*
/ María Scherer Ibarra /
Sarah Aguilar Flaschka es madre, madre por sobre todas las cosas: “Ejerzo una domesticidad radical porque creo que enfocar mi vitalidad, mi creatividad y mi energía en el espacio del hogar y la crianza a conciencia es transformador. Los aprendizajes más importantes de la vida los he hecho en el hogar y mi postura política está atravesada por entender y valorar los trabajos reproductivos y de cuidado”.
Estudió una maestría en Berlín –en The Hertie School of Governance, un proyecto de la Kennedy School de Harvard en Europa–, pero la terminó en la Escuela de Políticas Públicas de la Universidad de Austin. Ahí conoció a Raj Patel, un estudioso de la crisis alimentaria mundial. “Me cambió el rasero, el paradigma de cómo veía el mundo. Me ayudó a entender la ilusión del capitalismo que hemos construido, pues nuestro sentido de bienestar se basa en una idea de los recursos que no se agotan”.
Aguilar fue asesora en temas de agrobiodiversidad, hizo consultoría con la FAO y buscó “perseguir las huellas de proyectos, casi siempre liderados por mujeres, que desentraman y plantean alternativas al sistema agroindustrial de alimentos”. Antes, en la Cámara de Diputados y el Senado, fue asesora legislativa en temas como T-MEC y los derechos laborales de los jornaleros. La alimentación se volvió para ella un asunto central: “La agrobiodiversidad y las preparaciones ancestrales de alimentos me vuelan la tapa. Tengo una añoranza profunda de un sentido de hogar; creo que tiene que ver con que mis papás chambeaban y comí demasiada pasta”.
Al principio, su ruta académica no fue clara. Padeció el sistema del Colegio Alemán hasta que, después de pasar un año en un internado jesuita en Alemania, descubrió que es una escuela humanista, que integra “todas las posibilidades de análisis desde el arte o la física, que permite hacer preguntas filosóficas conforme profundizas en las diferentes disciplinas”. Ese año lejos de México fue duro, narra, porque el valor máximo en casa de sus padres era la independencia: “Si querías agradar, sobre todo a mi papá, lo mejor que podías hacer era graduarte de las necesidades de un niño. El punto de encaje era que la independencia absoluta te curtía y te formaba el carácter”.
Sarah es hija de Sybille Flaschka y Rubén Aguilar. Ella fue productora de la radio pública alemana durante muchos años. Él fue jesuita y en los años 80 participó en la guerrilla de El Salvador en las Fuerzas Populares de Liberación. También fue vocero de Fox. Ambos se conocieron en ese país y trabajaron juntos en la agencia Salpress. Se casaron un par de años después y volvieron a México cuando Sybille se embarazó. Cuenta su hija: “Mis papás decidieron que no iban a cambiar su vida porque tenían una bebé. Mi mamá volvió a El Salvador embarazada de siete meses de mí porque estaba documentando el uso del Ejército de napalm en poblaciones civiles. Hay fotos de ellos dos con un bambineto en el piso en los encuentros de las diásporas de las guerrillas, entre cervezas, humo y colillas de cigarro. Así fue la cosa para mí. La casa se fue haciendo más segura y convencional con mis hermanos. A mis padres les da orgullo no haber sacrificado nada. A mí me salió la versión opuesta. Mi maternidad ha sido muy distinta”.
Aguilar Flaschka cree que debemos aprender a vivir “de maneras más redistributivas; hay que repartir los cuidados entre hombres y mujeres, pero también hay que reflexionar sobre el privilegio propio. No podemos esperar que hagan todo por nosotros”.
-Como madre invertiste tus prioridades y privilegiaste el hogar y la crianza. ¿Cómo llevas la profesión de tu pareja, Jorge Álvarez Máynez, y la candidatura a la presidencia de la República?
-Eso ha sido una gran coincidencia auspiciosa. Lo que al principio era contrariedad, se ha convertido en complemento: él estaba fuera de la casa con un sentido de cuál era su servicio, el servicio público, mientras yo cachaba que mi identidad era la de cuidar. Cuando cambiamos el esquema de convivencia y decidimos que lo cotidiano era demasiado importante para mí y que lo mejor era que él hiciera lo suyo y yo lo mío y buscáramos otros espacios en común, surgió naturalmente la admiración de uno por el otro. Aquí hay un muy bonito relato de lo que queremos representar juntos.
Meses después de conocer a Álvarez Máynez, ella quedó embarazada. “Tenía clarísimo que había una impronta biológica. Nació mi hijo y vino el shock de la maternidad, no estaba deprimida…”.
PUBLICIDAD
-Estabas asustada, supongo.
-Muy asustada. Mi mamá es alemana y la adoro, pero nunca vino a instalarse en mi casa a enseñarme. Lo obvio habría sido volver a trabajar y apalancar ahí, pero decidí quedarme y decantar un método propio. Se me reveló una vocación no natural, sino cincelada con mucho sufrimiento: un proyecto de trascendencia a partir de la experiencia de la maternidad. Y todo cobró sentido: las mujeres, los saberes tradicionales, las semillas, la tierra, los trabajos reproductivos, los cuidados.
-Hace poco, tu padre declaró su apoyo a Xóchtil Gálvez…
-Sí, en lo que está instalado mi papá es que somos una familia plural y entonces se vale todo, pero eso tiene un límite. Creo que hay escalas y que un problema de esa generación es que le está costando, a niveles ruines, pasar la estafeta. En la generación de mi papá nunca hubo una reflexión profunda sobre el privilegio. Creen que se merecen todo. Son soberbios. Piensan que les toca ese lugar para siempre. Es increíble que aún quieran sostener la centralidad y el protagonismo. En este ejemplo concreto, mi papá no pudo dimensionar que al que ahora teníamos que acuerpar era al que tenía la encomienda mayor y ése es Jorge. No entendió que él no podía protagonizar en este momento. Al margen de que por supuesto que podía votar por Xóchitl; nadie le iba a pedir foto de su boleta.
-No lo tenía que hacer público…
-Y si iba a decir algo, tendría que haber sido capaz de producir una versión de su simpatía mucho más sofisticada.
-¿Hay un desencuentro generacional entre los jóvenes de MC y la generación de tu papá?
-Esto es muy doloroso para mi papá. Pienso que su generación tiene una idea de masculinidad hegemónica, que se perdió de significar la vida desde otros lugares, como la relación con los hijos, desde bebés. Muchos de estos señores genuinamente no conocen otra manera de estar en el mundo que lo público y no tienen otros afectos profundos y otros intereses. Lo público es el único espacio que tienen para experimentarse a sí mismos. A mí me da pavor vivir buscando ese high, esa relevancia a partir de los demás. El ideal de que la pluralidad existe dentro de la familia no justifica la manera en la que él decidió vivir este momento de nuestra historia familiar. Tendría que haber acomodado esto de otra forma; cómo lo hizo es sintomático de su generación, que es muy errática. A todos esos señores que están ahí aferrados, las tecnologías les están haciendo mucho daño. Están dejando en las redes un registro de una decadencia que va en contra del legado que construyeron.
COLUMNAS ANTERIORES