ENTRE EL ENTUSIASMO Y LA DESTRUCCIÓN .

/ Valeria Moy /

Las cifras económicas para este año no mienten. Mes tras mes los datos de consumo, inversión, comercio, empleo han ido mejorando. Cuando en septiembre del año pasado la Secretaría de Hacienda estimó en los Criterios de Política Económica que el crecimiento del PIB para 2023 sería 3% nada en el horizonte lo hacía parecer viable. Incluso, a finales del año, una institución financiera estimaba un crecimiento negativo para la economía mexicana. En el mejor de los casos, el pronóstico alcanzaba 1.5%.

El comportamiento reciente de la economía ha hecho que las expectativas mejoren sustancialmente. No solo ya hay varios pronósticos cerca del 3%, sino que incluso hay una institución que espera un crecimiento mayor.

El optimismo es notorio y se refleja en la conducta de los agentes económicos. El descenso ya evidente en las cifras de inflación y la expectativa del cambio en el ciclo de tasas de interés contribuyen al optimismo. Hay quienes ven en el tipo de cambio tan fuerte señales de que todo va bien en materia económica. No me encuentro en ese grupo, pero entiendo de dónde viene esa lectura.

Como en toda etapa expansiva de la economía, cuesta trabajo explicar que el crecimiento no necesariamente se debe a políticas públicas, sino que más bien se da a pesar de ellas y creo que eso es justamente lo que está pasando en este momento. La parte “alta” del ciclo económico quizás nos impida ver más allá de las cifras de este año, pero es importante hacerlo, sobre todo porque estamos iniciando ya la carrera electoral y hay que darle contexto a esos datos económicos.

Más allá del crecimiento de este año, que ojalá rebase el 3%, habría que empezar a poner en la discusión la tasa de crecimiento potencial del PIB. Este concepto se refiere a cuál sería el crecimiento que la economía mexicana podría tener si se usaran todos los factores de producción —básicamente trabajo y capital— de forma eficiente. El PIB potencial habla de la capacidad productiva de un país, más allá de cuánto esté produciendo en determinado momento o de las expectativas de corto plazo.

Y es ahí donde las cosas empiezan a ponerse complicadas. La discusión sobre el potencial de la economía mexicana siempre ha estado presente y los estimados —al final del día es un dato teórico— señalaban que el país podría crecer usando todo el trabajo y todo el capital disponible entre 3 y 3.5%. Más allá del número preciso, hay que tener claro que el PIB potencial se construye todos los días.

La teoría habla del capital y del trabajo, pero en la práctica eso se traduce en inversión y en capital humano y es ahí donde las perspectivas empiezan a hacer agua. La inversión pública actual, enfocada en tres o cuatro proyectos prioritarios, no cambia la capacidad productiva de la economía.

Ni la refinería de Dos Bocas, ni el Tren Maya, ni el AIFA son proyectos que cambien estructuralmente al país. Pocos proyectos tienen ese potencial, pero la suma de proyectos productivos sí tiene esa capacidad. México necesita aeropuertos —varios— decentes y que le permitan crecer en productividad, puertos eficientes, carreteras seguras y transitables, y un sector energético dinámico y transitando hacia lo renovable.

Si hablamos de capital humano, la destrucción ha sido evidente y si el nuevo plan de estudios se implementa a partir del mes que entra, el panorama se hará más sombrío en lo que a educación se refiere. No estamos construyendo potencial. Todo lo contrario.

En una reunión de economistas reciente, alguien comentó ante el incremento notorio en las expectativas de crecimiento que a los mercados no les importa ni la democracia ni las instituciones. No. No les importa. Hasta que sí.

Fuente IMCO

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