**A Juicio de Amparo .
/ María Amparo Casar /
Tiene razón mi colega Jorge G. Castañeda cuando dice que “lo verdaderamente importante en la relación entre los tres países ocurrió antes y ocurrirá después de la reunión”.
En “el antes”, por ejemplo, se decidió que, al menos públicamente, no estuviera en la agenda la disputa energética y eso fue un triunfo para López, aunque no una derrota para Biden ni para Trudeau. En “el después”, tendremos que esperar a ver cómo se desarrolla o materializa eso de que la cooperación, la colaboración y las consultas entre los tres países que representan 28% del PIB global son requisitos para su competitividad y prosperidad. ¿Aprovechará México el conflicto China-Estados Unidos para posicionarse en la cadena de suministros?, ¿cambiará Estados Unidos su política migratoria y cumplirá Biden su promesa de cabildear ante el Congreso la regularización de millones de mexicanos que desde hace años viven y trabajan en su país?, ¿dejará nuestro Presidente de atacar a las empresas canadienses en el sector energético y atenderá sus inconformidades?, ¿al final iremos al panel para la resolución de la controversia suscitada por la política energética de México? No lo sabemos.
Se entiende perfectamente la parte diplomática y formal en la que cada uno de los asistentes se refiere al carácter histórico de la reunión, a la comunión de principios y valores, a que la paz es fruto de la justicia, a la amistad de los tres, al respeto a la diversidad o a la prosperidad como fuente de estabilidad. Son cosas que se dicen y se tienen que decir públicamente. Nadie esperaba que se dijeran sus verdades ni que revelaran los naturales diferendos entre economías tan dispares.
Lo que no se entiende es que el Presidente de México, fuera de lo que marca el protocolo, haya abusado del tiempo y no haya permitido que sus homólogos respondieran a las muy puntuales preguntas que hizo la reportera Sara Pablo, de Radio Fórmula, sobre la ampliación en el número de migrantes que aceptaría EU, cuánto invertiría ese país en mejoras tecnológicas, cuál sería el impacto de la detención de Ovidio “N” en el contexto de la guerra contra el fentanilo y cómo iban las consultas en materia energética.
Me pregunto qué habrán pensado Biden y Trudeau cuando López Obrador, en lugar de contestar las preguntas que respetuosamente le formuló la reportera sobre cómo se prepara nuestro gobierno para recibir a tantos migrantes y si habría un cambio en la política migratoria, se tomó 26 minutos en un discurso falsario sobre los logros de su gobierno.
Falsario porque comenzó afirmando que en México se habían terminado la corrupción y la impunidad, que ya no había, como en el pasado, asociación delictuosa de funcionarios públicos con el crimen organizado, que la migración mexicana y la centroamericana habían disminuido gracias a sus políticas sociales, en particular las de Sembrando Vida y Jóvenes Construyendo el Futuro, que la inseguridad se ha reducido en los cuatro años de su gobierno, que de los 35 millones de hogares, 30 millones reciben algún programa social, que México tiene el más grande programa de reforestación y que construye la mayor obra ferroviaria del mundo. Le robo una frase al Presidente: no son los críticos los que “mienten como respiran”, es él quien lo hace. Sus datos no resisten el menor escrutinio y lo sabe.
¿A cuenta de qué? Como si los mandatarios de EU y Canadá no tuvieran bien mapeado y no estuvieran bien conscientes de la situación económica, política y social de México. Como si siendo sus principales socios comerciales no consultaran las cifras e indicadores del desempeño gubernamental. Como si la prensa de sus países y los propios gobiernos no tuvieran reportes puntuales sobre el estado del crimen organizado, el crecimiento de la pobreza, la economía informal, la improductividad de sus obras de infraestructura y el deterioro de la democracia y el Estado de derecho.
La verdad da un poco de vergüenza, pero las falsedades, los otros datos, que ofreció López Obrador a sus homólogos deben haber causado admiración cuando no hilaridad.
Apenas la semana pasada se dio a conocer el Reporte 2023 sobre Riesgos Globales del Foro Económico Mundial (WEF) y a México –como a muchos otros países de América Latina– no le va muy bien. Entre los cinco riesgos más altos que los especialistas consultados atribuyen a México están: 1) la inflación sostenida en años venideros; 2) los obstáculos al crecimiento que supone la proliferación de actividades económicas ilícitas y potencial violencia provenientes del crimen organizado; 3) el estancamiento económico prolongado; 4) el colapso del Estado, en particular, la erosión de las instituciones y del Estado de derecho, y 5) la erosión de la cohesión social, que se refiere tanto a la pérdida de bienestar como a la desigualdad de oportunidades y el potencial de inestabilidad.
Algo no checa.