** El Baldón –
/ José Miguel Cobián/
Para todo país hay dos mercados que sirven como locomotora para desarrollar la economía y
generar bienestar en la población, el mercado interno y el externo. Cualquiera de los dos puede
usarse como trampolín para crecer, pero si uno se desarrolla y el otro no, a la larga habrá
debilidades estructurales que impedirán el pleno crecimiento de un país.
Precisamente eso es lo que está pasando con México, tenemos una oportunidad histórica, de esas
que ocurren cada 40 o 50 años, con el fenómeno de relocalización de empresas, conocido como
Nearshoring. Siendo el país más cercano al mercado más grande del mundo, México tendría que
estar creciendo al 5 o 6% anual en su PIB, y sin embargo, cosechamos magros resultados.
Las políticas perversas de los gobiernos anteriores para evitar brindar seguridad y justicia a niveles
de calidad que compitan con los internacionales nos tienen en una posición muy grave, de
inseguridad jurídica a ojos de todo el mundo. Hoy no es sólo la perversidad la que marca las
decisiones del gobierno para no fortalecer la procuración de justicia (las fiscalías y ministerios
públicos federales y locales), sino también la ignorancia supina de quienes diseñan políticas
públicas, y sobre todo el desinterés del único que toma decisiones en el gobierno federal, el propio
presidente. Esa ausencia de estado de derecho frena mucha inversión.
Si a ello le añadimos que la contracción que sufrieron en febrero las exportaciones mexicanas
supera con creces el aumento de enero, podemos entender que el mercado externo comienza una
tendencia descendente con exportaciones manufactureras con una caída mensual del 6%, las no
automotrices descendieron nada más 0.5% y las automotrices se desplomaron un 16%.
Lo que podría salvar a la economía mexicana de este choque externo sería un mercado interno
consolidado, pero el gobierno mexicano este sexenio ha sido el enemigo más importante de la
creación de empleos e inversión privada. Los motores que podrían ayudar a los mexicanos giran
en torno a inversiones en energías limpias, que el presidente odia si están en manos privadas, lo
cual genera un déficit de electricidad a nivel nacional, causado además por limitaciones graves en
las redes de distribución, mismas que han sido olvidadas este sexenio, a pesar de los enormes
subsidios que malgastamos cada año en CFE, lo cual impide otro gran foco de inversión que es la
descarbonización de la movilidad urbana, sobre todo por la obsesión de continuar fortaleciendo la
producción de gasolinas, y produciendo electricidad con combustóleo a pesar del costo en vidas
humanas por la contaminación que este producto genera. Si a ello le añadimos la animadversión
del gobierno contra la ciencia y la tecnología, que impiden el desarrollo pleno de la revolución
digital en México, y el desarrollo de una industria de la salud sólida y confiable que permita
ofrecer sus servicios a extranjeros con un nivel similar de calidad al que tienen en sus propios
países, y la absoluta desatención de la bio-economía, es decir el mercado mundial de bienes y
servicios de base biológica que tanto está creciendo a nivel mundial, y que en México
simplemente es un tema olvidado. Tres temas de los que el gobierno es enemigo, energía limpia,
bio-economía, y descarbonización urbana.
Si a todo esto le añadimos la ausencia de seguridad para el inversor, que representa que las
decisiones del país las tome un solo hombre, que sea quién decide quién se instala en México, en
qué condiciones, e incluso pueda cambiar las reglas del juego a medio partido como sucedió con
Constellations Brands, (que por cierto no da pistas de si es verdad que llegará a Veracruz y menos
cuándo), pareciera que todo juega para que México no pueda fortalecer su mercado interno, para
servir de contrapeso cuando la demanda exterior de bienes y servicios mexicanos sufra un
menoscabo.
El mexicano común y corriente, no alcanza a comprender lo caro que resulta un funcionario
público que desconozca técnicamente los alcances y obligaciones de su puesto. No se trata
solamente de que atenderá mal a los mexicanos, sino que causa daños gravísimos a enormes
sectores de la población. Por poner un ejemplo, quién decidió que las farmacéuticas mexicanas no
debían proveer al sector público, no nada más le hizo daño a esas empresas y a sus empleados,
que vieron reducida significativamente su actividad económica. También dañó la salud de los
mexicanos, pues muchas medicinas dejaron de estar disponibles en el mercado nacional. Crearon
unos escases artificial que generó faltantes de hasta el 50% de las medicinas en el sector público
con el consecuente sufrimiento y muertes de miles de mexicanos. Condenaron a niños con cáncer
a retrasar su curación, o peor aún a la muerte cierta, debido a la falta de medicamentos, lo mismo
hicieron con enfermos crónicos, y por si fuera poco, generaron trabajos en el extranjero en lugar
de generarlos en México, pues ahora se compran algunas de esas medicinas (sin el debido control
de calidad) en países como India o China. Y para colmo, se compran igual o más caras, sin el
beneficio que generaba el impuesto a los ingresos de las empresas farmacéuticas y de sus
trabajadores en nuestro país. Una decisión de un ignorante afectó a miles de mexicanos y al
propio gobierno.
Por ello, las oportunidades perdidas, pasan desapercibidas por la población, en especial la más
vulnerable, que no sabe que precisamente debido a que no se aprovecharon esas oportunidades,
su nivel de vida no mejora, y por eso viven en pobreza. Y si quieren salir de ella, tienen que viajar
al extranjero o cuando menos alejarse de su hogar en su propio país, para obtener algunos
ingresos. En su ignorancia aceptan y celebran las dádivas del gobierno, que no los sacaran de su
situación económica, pero que los convierten en siervos eternos de quién les otorgue el pescado,
en lugar de permitir que dignamente ellos salgan a pescar oportunidades y dinero para sí y su
familia.
Sin un mercado interno fuerte, sin una población con suficiente poder adquisitivo para poder
consumir lo que México produce, sin una industria nacional que produzca lo que los mexicanos
consumimos, México está condenado a la mediocridad económica para siempre.
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