**Tinta Invisible .
/ MARTA QUEROL /
Hace un tiempo emitieron en TVE la película La buena esposa. El título original (The Wife), no incluía la carga de moralina de la adaptación española. No la conocía y me vino bien verla cuando lo hice, aunque como película, a pesar de una gloriosa interpretación de Glenn Close, no terminó de convencerme. Digo que me vino bien, porque es el pie perfecto para arrancar este escrito.
Durante un tiempo he procesado los datos de una encuesta sobre lo que leemos. O, mejor dicho, a quién leemos. Lancé en mis redes sociales la petición de que me dijeran cuáles eran los cuatro últimos libros que habían leído. El número de respuestas fue considerable, no me lo esperaba. Lo normal cuando cuelgo algún post es tener unos diez comentarios, pero incluso después de cerrado el tema me seguían ―y siguen― enviando aportaciones. Da gusto ver que hay gente que lee y lo comparte.
En la película, Glenn Close hace el papel de la esposa de un reconocido escritor a quien le acaban de conceder el premio Nobel de Literatura, cuando en realidad es ella quien lleva toda la vida siendo el negro ―también escribí aquí sobre este denostado oficio― de su afamado marido y él se limita a revisar el trabajo de su esposa, llevándose todos los laureles. En una escena, una profesora que ha intentado sacar adelante un libro sin demasiado éxito aconseja a Joan (Glenn Close) que abandone la idea de escribir, que nadie se va a interesar por un libro suyo, porque al mirarla nadie va a ver una escritora, solo a una mujer. La verdad es que, cuando lo escuché, me subió una rabia sorda desde el estómago y noté cómo se enrojecían mis mejillas.
La escena con la profesora sucede en los años sesenta, mientras que la ceremonia del Nobel es ya en pleno siglo XXI. Entre una y otra escena, se supone que han cambiado muchas cosas en el papel de la mujer en la sociedad. También en el que ocupa en la escritura y el mundo literario. Pero no tanto como creemos, y mucho menos de lo que sería deseable.
Cuando empezaba en Zenda, escribí un artículo que levantó ampollas ―Solo los hombres saben escribir― y, muchos años antes, también había escrito en mi blog sobre algunas anécdotas que me empujaron a hacer un estudio sobre cómo se percibe la escritura según el sexo de quien escribe. Fue en 2013, y el estudio fue similar al que he hecho ahora, pero con una muestra más pequeña. Los resultados los he comentado en más de una charla y en el artículo que he citado antes, así que no me repetiré.
Como me parecía que los datos ya estaban obsoletos tras más de siete años desde aquella primera toma ―cómo pasa el tiempo, no me creo que lleve tanto en esto―, me decidí a repetirla.
Para la nueva toma de datos aumenté la muestra de libros leídos, y si en 2013 pregunté por los dos últimos, ahora me vine arriba y pregunté por los cuatro últimos. Tenía la esperanza de que hubiera un cambio sustancial en los resultados. Y aunque no es sustancial, algo hemos avanzado, como se verá al final del artículo.
Antes de exponerlos, haré un par de reflexiones. No es fácil obtener datos de publicación de libros segregados por sexo. Y más difícil aún que esos datos sean referidos solo a literatura (novela, poesía, teatro…). Quería disponer de información general, porque puede influir en el resultado de lo que finalmente leemos. Algo he encontrado, aunque bastante confuso y sin tener claras las fuentes.
Primer dato importante: en las ocupaciones de escritores, periodistas y lingüistas, las mujeres suponen el 52,1% y ellos el 47,9% (datos obtenidos de este artículo de El País, que a su vez los saca del INE). Esto es importante, porque indica que el interés de las mujeres en este área es casi el mismo que el de los hombres y además acceden a él en mayor porcentaje que ellos, cuando en el resto de empleo cultural es al revés y con diferencia (60,9% de hombres frente al 39,1% de mujeres). Luego no puede decirse que a las mujeres les interese menos escribir que a los hombres.
Segundo dato relevante: en 2018, la cifra agregada de títulos publicados ―sea ensayo, libro de texto o creación literaria― muestra una diferencia de casi el doble de ISBN registrados con autor masculino que femenino. De 55 501 libros inscritos en el registro del ISBN, el 61,6% corresponden a libros escritos por hombres (34 183) y el 32,1% a mujeres (17 801). El total no suma 100 porque hay un 6,3% que no consta. Queda claro que se publica mucho más a hombres que a mujeres, puesto que el dato de ISBN es por libros publicados. Aunque hay que hacer salvedades.
En esta bolsa hay un batiburrillo de obras, y yo quería centrarme en la literatura, en la ficción, que es algo ajeno al desempeño profesional ―y que es lo que me afecta más directamente―. He supuesto que es lo que definen como «creatividad literaria». Es el apartado mayoritario en el caso de las mujeres, aunque los hombres las siguen de cerca. Entre las escritoras, el 29,4% se dedica a la creación literaria; entre ellos, el 27,4%. Pero al final, como la cifra de publicados de uno y otro son tan distantes, siguen ganando los varones por goleada: 9300 frente a 5200 de ellas. Tres mil quinientos títulos publicados de diferencia son muchos libros de diferencia. Esto justificaría la teoría que me expuso un escritor sobre que con ese panorama es normal que se lea más a hombres, porque son más los libros publicados por ellos. La oferta es mayor y se elige solo en función de la oferta disponible, sin que medien otros factores. Siempre pensé, y así se lo contesté, que ese argumento sería válido si la elección de un libro no pasara por el filtro de la conciencia. Elegimos, decidimos qué leer, y lo hacemos sin tener todos estos datos en la cabeza.
De momento, con las cifras disponibles, ya tenemos que, aunque son más las mujeres que se dedican al mundo de la escritura y afines, se publica a muchísimos más hombres que a mujeres en el terreno de la creación literaria. Y esto me lleva a una de las grandes preguntas: ¿hay discriminación a la hora de publicar a unos u otras? Parece ―con todo lo que este término tiene de subjetivo― que las mujeres lo tienen ―lo tenemos― más difícil. Ha habido discusiones por la formación de jurados en premios literarios, por los paneles de conferenciantes, por los premiados a lo largo de la historia, por la composición de organismos públicos afines como la Real Academia de la Lengua Española o el Instituto Cervantes.
Pero lo suyo es volver a los datos. Ya sabemos que las mujeres son mayoría (discreta) en este sector, si puede llamarse así, y que se publican más títulos de hombres.
Pero ¿cuántas mujeres se deciden a publicar? ¿Cómo saberlo? Pensé que una buena fuente sería el RPI (Registro de la Propiedad Intelectual). Quien registra una obra suele, aunque no necesariamente, querer publicarla. Nos dice que se registraron (datos de 2018) 12 883 obras de autoría masculina y 8175 de femenina.
Y este es el punto de partida de todo. Cabría preguntarse por qué en un sector en el que las mujeres demuestran interés e incluso son mayoría, se deciden menos a registrar sus obras. Tal vez los datos que muestro no animan a emprender el camino.
Haciendo un pequeño cálculo ―sé que hablar de cifras es aburrido, pero es lo más aséptico― y teniendo en cuenta que se han publicado en el apartado de creatividad literaria los títulos que he comentado más arriba (H=9300 frente a M=5200), nos da una realidad: a los hombres les han publicado el 73% de las obras que registraron y a las mujeres el 64%.
Que no se soliviante nadie, que sé que se le puede poner muchos peros: que si no todo lo registrado se intenta publicar, que puede publicarse otro año, que se registran otras categorías de libros… Pero no intento hacer un ensayo, solo tomarle el pulso a la situación y reflexionar en voz alta. Tratar de ir más allá de la intuición, de la piel. Esa diferencia de casi un 10% puede ser la evidencia de esa sensación de dificultad, de ver piedras en el camino. Al final, juntándolo todo, si los hombres registran más libros, y de los registrados les publican más libros, la brecha se hace grande.
He hecho todos estos cálculos para tratar de entender el resultado de mi pequeña encuesta, la que comentaba al inicio. Porque han sido casi calcados a los de 2013.
Vamos a ello. Recuerdo: la pregunta era solo cuales eran los últimos cuatro libros leídos, y me ha contestado gente de Facebook, Twitter, Goodreads e Instagram. No lo he dicho, pero han participado casi idéntico número de hombres (122) que de mujeres (124):
Igual que hice en 2013, he segregado los datos según el sexo del lector, para comparar si se cumple la tendencia. Y estos son los resultados.
En el caso de qué leen los hombres, ha sido una alegría ver que la diferencia entre autores y autoras se ha reducido, pero la brecha sigue siendo muy amplia. Quiero creer que los esfuerzos por visibilizarnos y las polémicas más o menos afortunadas han influido, y que a su vez el triunfo de algunas autoras ha eliminado telarañas inconscientes (porque son muy pocos, afortunadamente, los que discriminan de forma consciente).
Como comenté en el artículo que cité al inicio, temas muy parecidos se valoran de forma distinta en función del sexo de quien lo escriba. ¿Qué dirían de Madame Bovary, de La Regenta, de Fortunata y Jacinta o de tantas otras novelas con mujeres y su universo como protagonista, si las hubiera escrito una mujer? Si se escribe sobre la vida y el escritor es un hombre, se valora que es algo íntimo, tierno, profundo, meritorio. Si quien escribe es una mujer se trata de algo femenino ―se empieza por ahí, por dejar fuera a una parte de los lectores―, y suelen seguir adjetivos como ñoño, aburrido, cosas de mujeres.
Viendo todo esto, resumo mis conclusiones. Repito, las mías, cada uno que saque las suyas.
Primera conclusión: Está visto que somos muchas las que queremos dedicarnos a escribir. No es que no lleguemos porque no queramos. Estar, estamos.
Segunda conclusión: Si no se va a por agua no se llena el cántaro (proverbio propio). Nenas, no os arruguéis, que publicar se publica, pero si no lo intentáis no vais a llegar a ningún sitio. Escribid, registrad las obras y buscadles salida.
Tercera: Si está difícil para todos, para nosotras un poquito más. Hay que luchar el doble. Nunca vamos a ser el «bro». Somos invisibles para la mayoría de compañeros.
Cuarta: el ruido ayuda. Es importante visibilizar la situación. A los que me estáis leyendo os pediría que hicierais el ejercicio de revisar los libros que habéis leído en 2020 (excluyendo los clásicos) y comprobarais, solo por curiosidad, cuantos estaban escritos por autoras. No necesito retroalimentación.
Quinta: estamos en el camino. Si en siete años hemos recortado casi diez puntos, con un poco de suerte cuando repita la encuesta en 2025 ―si sigo en este mundo―, lo mismo hemos recortado otros diez.
Sexta: Todavía falta mucho para que el panorama literario se equilibre, y donde más va a costar es en los órganos de poder que rigen este mundo: organismos oficiales, jurados de premios, organizadores de certámenes… Poner el foco sobre ellos espero que ayude a avanzar.
Y, no, no estoy por las leyes de paridad, nunca lo he estado. Confío en que la asimilación de la realidad ayude a que las mujeres lleguen donde quieran llegar, sin cuotas, por sus propios méritos y sin que nadie tenga que cuestionar por qué llegaron ahí.