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/ Yamiri Rodríguez Madrid /
En política, los respaldos pesan distinto según de dónde vienen y en qué momento llegan. El que este lunes ofreció la gobernadora Rocío Nahle a Juan Javier Gómez Cazarín, delegado de Bienestar en el Estado de Veracruz, no fue un guiño protocolario ni un cumplido de ocasión. Fue una señal deliberada tras la grilla que quiere dictar agenda y, sin embargo, el territorio sigue mandando.
No es casual tampoco que el reconocimiento ocurriera mientras Gómez Cazarín se encontraba en la Ciudad de México, encabezando una brigada de Bienestar para atender a las familias de Iztapalapa afectadas por las lluvias. Hay símbolos que no requieren demasiada explicación: mientras algunos discuten en sobremesa, otros están con los pies en el lodo. Esa diferencia, la que separa la retórica del oficio público, es la que Nahle decidió subrayar.
El espaldarazo tuvo dos capas. La primera, personal: “El delegado es una persona muy activa y lo está haciendo bastante bien”, dijo la mandataria. La segunda, institucional: “Un gran ejército”, así describió a las y los Servidores de la Nación que recorren casa por casa, acercando programas y atenciones que van desde la pensión hasta la consulta médica en el hogar. En tiempos de desconfianza, poner el reflector en la operación cotidiana es, en sí mismo, un acto de política pública: se reconoce lo que ocurre lejos del estrado y cerca de la gente.
La pregunta relevante es por qué este gesto incomoda a ciertos circuitos políticos. La respuesta: porque trastoca el libreto de la coyuntura y porque reivindica la centralidad del trabajo de campo. Las emergencias suelen poner a prueba a todos por igual, pero premian a quienes llegan primero y vuelven después. Veracruz conoce esa pedagogía: inundaciones, sequías, huracanes; el territorio no concede treguas. De ahí que la gobernadora elija destacar a quien coordina equipos que no aparecen solo en la foto de arranque, sino también en el cierre cuando toca levantar sillas.
Hay, además, una lectura política más amplia. La Delegación de Bienestar en Veracruz tiene dos frentes simultáneos: el de siempre, operar programas, y el de las contingencias, moverse a donde la línea federal lo exige. La coordinación entre ambos define la eficacia del Estado social que México ha construido en los últimos años. No se sostiene en discursos, sino en cobertura, en padrones bien hechos, en visitas que no se anuncian, en diagnósticos que se corrigen sobre la marcha. Y eso es exactamente lo que Nahle premia cuando habla de resultados “visibles”.
El contraste con la grilla es inevitable. La política menuda, esa que confunde el rumor con la agenda y el tuit con la rendición de cuentas, suele mirar con recelo a los perfiles que acumulan horas de vuelo en territorio. No porque sean impolutos, sino porque su métrica de éxito no depende de la polémica del día, sino de indicadores prosaicos: cuántas tarjetas se entregaron, cuántas consultas se realizaron, cuántos hogares quedaron censados después de una lluvia. La grilla se alimenta de adjetivos; el territorio, de verbos.
El reconocimiento a Gómez Cazarín, entonces, dice algo más que “ahí vamos bien”. Dice que, en la ecuación del gobierno estatal, la prioridad es la eficacia antes que la estridencia. Y lanza un mensaje hacia dentro y hacia fuera. Hacia dentro: los equipos que producen resultados —y se hacen cargo cuando la realidad aprieta— tendrán respaldo público. Hacia fuera: el debate político es bienvenido, pero no sustituirá el trabajo; podrá amplificarlo o cuestionarlo, nunca reemplazarlo.
En el recuento de este episodio, que cada quien elija su ángulo: el de la consigna o el de la bitácora de campo. La gobernadora ya eligió. Y ese, al final, es el sentido del espaldarazo: recordar que la legitimidad no nace del ruido, sino de la respuesta.
@YamiriRodriguez