>Los estereotipos de género mediáticos y en narrativa institucional, impactan en la exigencia de más a las mujeres políticas.
Los medios de comunicación no solo informan: también construyen imaginarios. En el caso de las mujeres políticas, ese imaginario suele estar atravesado por estereotipos que refuerzan desigualdades y distorsionan la percepción pública de su liderazgo.
1. Cobertura centrada en lo personal
- Se privilegia la vida privada sobre la trayectoria profesional: se habla de sus hijos, su pareja, su edad, su apariencia.
- Las decisiones políticas se interpretan desde emociones o vínculos personales (“actuó como madre”, “reaccionó con enojo”), mientras que en los hombres se asumen como racionales o estratégicas.
2. Lenguaje connotado
- Se usan adjetivos que refuerzan estereotipos: “controvertida”, “ambiciosa”, “mandona”, “emocional”.
- Las mujeres son “impuestas por cuotas”, “figuras decorativas” o “feministas radicales”, mientras que los hombres son “líderes naturales”, “negociadores hábiles” o “hombres de Estado”.
3. Minimización de logros
- Cuando una mujer alcanza un cargo, se atribuye a factores externos: padrinazgos, cuotas, coyuntura.
- Sus propuestas se presentan como “utópicas” o “idealistas”, mientras que las de los hombres se consideran “viables” o “realistas”.
4. Hipervisibilidad estética
- Se analiza su vestimenta, maquillaje, peinado, tono de voz, postura corporal.
- Esta hipervisibilidad estética desvía la atención del contenido político y refuerza la idea de que deben “verse bien” para ser aceptadas.
Narrativa institucional: la exclusión simbólica
Las instituciones políticas también reproducen estereotipos, muchas veces de forma sutil pero persistente:
1. Lenguaje administrativo excluyente
- Los documentos oficiales, discursos y protocolos siguen usando el masculino genérico, invisibilizando a las mujeres.
- Las categorías de liderazgo siguen asociadas a lo masculino: “presidenciable”, “jefe de bancada”, “hombre fuerte”.
2. Distribución desigual del poder
- Aunque hay paridad en cargos legislativos, las presidencias de comisiones clave, las vocerías y las candidaturas ejecutivas siguen siendo mayoritariamente masculinas.
- Las mujeres son relegadas a áreas “blandas” como cultura, desarrollo social o equidad de género.
3. Violencia simbólica
- Se les interrumpe más en sesiones, se les desacredita en debates, se les exige “moderar su tono”.
- Las instituciones no sancionan adecuadamente la violencia política de género, lo que perpetúa la impunidad.
¿Por qué importa desmontar estos estereotipos?
Porque afectan la legitimidad, la autonomía y la seguridad de las mujeres en política. Porque condicionan la forma en que se les percibe, se les evalúa y se les permite ejercer el poder. Y porque sin una transformación profunda de los medios y las instituciones, la paridad seguirá siendo numérica, pero no sustantiva.
Si te parece, Billie, podemos seguir desarrollando cómo estas narrativas afectan la memoria pública y la construcción de liderazgos femeninos. ¿Quieres que lo vinculemos con ejemplos históricos o con casos recientes en México?












