Ética e inteligencia artificial .

/ Elizabeth de los Ríos Uriarte /

El mundo de la inteligencia artificial, si bien de rápido y vertiginoso aumento en la última década, en realidad data desde los años 30’s cuando Alan Turing se atrevióa preguntar si era posible que las máquinas pensaran creando una máquina que emulara procesos de razonamiento humanos con su famoso “juego de la imitación” que sirvió, además, para descrifrar el “código enigma” de los mensajes encriptados de la Alemania nazi en el cuartel general de operaciones del gobierno del Reino Unido durante la II Guerra Mundial. Tiempo después, Turing sería condenado a la castración química por su orientación sexual y cuenta la leyenda que se terminó suicidando con una manzana atorada en su tráquea, de ahí que el logo de Apple haya sido pensado por Steve Jobs como una manzana mordida, en honor a Turing.

Los estudios, durante la década de los 50’s sobre las redes neurales y el funcionamiento del cerebro humano puestos a debate en la Conferencia de Dartmouth en el verano de 1956 propiciaron un rápido desarrollodel diseño de prototipos de algortimos que emularan actividades humanas tales como razonar, abstraer, procesar, cimparar y, en algunos casos extremos, tomar decisiones de carácter ético.

Lo cierto es que si bien estos esfuerzos han sido muy benéficos para áreas como la medicina, al agricultura, la educación, aún quedan muchos pendientes por elucidar respecto a si la inteligencia artificial puede realmente ser llamada inteligencia y, más aún, llegar a los niveles de juicio ético de las personas para discernir entre lo que está bien y lo que no.

Algunos dispositivos que operan con algoritmos han llegado a representar un ahorro considerable de tiempo en determinadas tareas que, realizadas por un ser humano, serían muy tardadas, esto, a su vez, ayuda a la eficiencia en los procesos y, en casos como la aplicación a las ciencias dela salud, exactitud y precisión en la operación realizada. Sin embargo, si estos mismos dispositivos se dejan sin supervisión humana, sus riesgos pueden ser mayores que sus beneficios.

No hay que olvidar que, aunque Isaac Asimov creó u mundo perfecto de ciencia ficción, advirtió también que la inteligencia artificial, en su caso, pensada y aplicada en robots que ejecutaran las mismas tareas que los seres humanos, pòdía revertirse, incluso, en contra de su creador y atentar contra el ser humano que le dio existencia. La novel de Mary Shelley, Frankestein, no es sólo un cuento ficticio, sino que también y, de hecho, puede ser real.

Es por esto que es preciso rescatar que, a pesar delos niveles de sofisticación de los programas de inteligencia artificial y, concretamente, de su manifestación en humanoides o en organismos cibernéticos (cyborgs) y por mucha fascinación y encanto que pudiera generarnos hay que advertir algunos riesgos éticos y/o antropológicos que bien vale la pena someter a una reflexión ética:

1.- Algunas aplicaciones de I.A. destinadas a identificar patrones de comportamiento y/o de rasgos físicos determinados para predecir desde conductas delictivas hasta otorgamiento de deducibles y coaseguros por parte de las aseguradoras implica la posibilidad de reducir al ser humano únicamente a lo que de él es cuantifiucable y medible y dejar de lado las dimensiones psicológicas y espirituales que también forma parte de nuestra esencia humana y, de igual modo, conlleva el grave riesgo de incurrir en acciones incriminatorias para con quienes se asocien con los patrones identificados mediante los algoritmos diseñados.

2.- Las brechas sociales han sido siempre una constante ante los avances tecnológicos pero cuando estos avances son capaces de incorporarse al cuerpo humano como es la propuesta, por ejemplo, de los transhumanistas, implican no sólo el problema de la accesibilidad o inaccesibilidad a los recursos sino el surgimientos de, al menos dos clases de seres humanos: los que han tenido acceso a dispositivos que mejoran sus capacidades congintivas o físicas y quienes no, generando con ello una inclinación favorable para los primeros y una exclusión de los segundos agrandando con esto no sólo las brechas económicas sino las desigualdades sociales y hasta antropológicas.

3.- Un área muy sensible de la inteligencia artificial es su operación mediante algoritmos. El diseño de los algoritmos puede conllevar sesgos de parte de quien los genera, es decir, de la persona que hay detrás de la función que la máquina está realizando. Es innegable que todos tenemos sesgos o prejuicios cognitivos al momento de analizar o entender la realidad pero podemos darnos cuenta de ellos y modificar nuestras aproximaciones a la misma. El problema viene cuando estos sesgos están presentes en el diseño de los algoritmos con los que se programan las máquinas de inteligencia artificial y, en consecuencia, ejecutan sus funciones con estos produciendo a menudo resultados discriminatorios y dado que las máquinas no tienen, a diferencia de los seres humanos, la capacidad de caer en la cuenta del peligro de sus propios sesgos, tampoco podrán modular sus operaciones ni mitigar el daño que por discrminación o marginación pueden generar.

Trabajar para generar una algorética incluyente es una tarea pendiente aún.

Por todo esto y quizá otros puntos más a considerar, la ventana de posibilidades para incorporar la reflexión y la práctica ética en el diseño, producción y uso de la inteligencia artificial es inmensa y queda todo por hacer. Una inteligencia artificial centrada en la persona humana que sirva y beneficie a las personas y a las comunidades aportando al bien común es hoy una exigencia porque no olvidemos que detrás de una máquina creada con inteligencia artificial siempre estará una persona humana capaz de razonar y de tomar decisiones libres y éticas.

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