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/ Dulce María Sauri /
Adiós, papa Francisco. Gracias por haberme hecho sentir orgullosa de ser católica, parte de una Iglesia comprometida con la justicia social, los pobres y los desposeídos.
Mientras el mundo llora la muerte del papa Francisco, el interés se traslada inevitablemente a Roma, donde los cardenales se preparan para elegir a su sucesor en un cónclave cargado de historia, expectativas y tensiones.
El llamado “cónclave” (“con llave”) se llevará al cabo a partir de la segunda semana de mayo. A puerta cerrada, 135 cardenales votarán hasta que uno de ellos logre reunir una mayoría calificada de dos tercios (90 votos) y se convierta en el 267o. ocupante de la silla de San Pedro.
La Iglesia católica tiene una parte divina y otra, humana. Como institución terrenal, carga con más de dos mil años de historia. Ha sobrevivido a persecuciones, invasiones, corrupción y guerras.
Desde sus inicios, ha desafiado al poder o se ha aliado con él para expandir su fe. En el siglo XX, vivió de cerca el fascismo en la misma sede vaticana —el Concordato que creó el Estado Vaticano fue firmado con Mussolini en 1929— y enfrentó el auge del nazismo en pueblos católicos de Europa.
Su lucha contra los regímenes comunistas fue larga y desgastante, hasta la caída de la Unión Soviética en 1991.
También ha tenido la capacidad de renovarse, como demostró el Concilio Vaticano II en 1965. Teólogos y sacerdotes impulsaron la “Teología de la Liberación” y la opción preferencial por los pobres, especialmente en América Latina.
En años recientes, sin embargo, la Iglesia ha resentido el abandono de fieles, el distanciamiento de la juventud y ha sido golpeada por los escándalos de abuso sexual tolerados por un puñado de clérigos.
Para los observadores externos, la Iglesia católica representa un fenómeno raro de permanencia milenaria en un mundo convulso. Su vida interna y su proyección pública siempre generan atención, mucho mayor cuando se trata de la elección de un nuevo Obispo de Roma, título que recibe quien es electo Papa.
Especialistas en la historia y la política de la Iglesia —esa institución humana— han multiplicado los pronósticos sobre la dinámica y los resultados del próximo cónclave. Como si se tratara de una elección presidencial, circulan encuestas y hasta quinielas que favorecen a ciertos prelados, ya sea por su cercanía con el difunto pontífice o por su oposición ruidosa a sus políticas de apertura y reencuentro con amplios sectores de la grey católica.
En cuanto a la procedencia del futuro Papa, los cálculos apuntan a distintas variables. Por número de fieles, Brasil destaca como el país con la mayor concentración de católicos del mundo. En cuanto al idioma, predomina el español, lengua de oración de la mayoría de los creyentes en Latinoamérica, España y Estados Unidos. Italia, en cuyo territorio se encuentra el Estado Vaticano, reclama la tradición, pues los papas fueron italianos ininterrumpidamente desde el siglo XVI hasta la elección del polaco Juan Pablo II en 1978.
Europa sigue siendo el continente católico más antiguo; América, la región de mayor peso demográfico; mientras que Asia, África y Oceanía representan las fronteras más recientes de la evangelización.
Para comprender mejor los entresijos del próximo cónclave, dos novelas recientes ofrecen una visión —con cierta dosis de ficción— de sus dinámicas humanas.
La primera, “Cónclave”, escrita por Robert Harris y publicada en 2016, repasa con detalle la actuación de los cardenales “papables”: sus cabildeos, alianzas, expectativas y pequeñas ambiciones. El relato parte de la muerte natural del Papa, justo cuando se disponía a destituir a su camarlengo por simonía. La novela muestra con realismo los movimientos internos del cónclave y culmina con la sorpresiva elección de un cardenal filipino. ¿Una pista literaria de lo que podría suceder?
La segunda, “La Orden”, del autor Daniel Silva (2021), combina thriller, espionaje y conspiraciones. En esta novela la muerte del Papa despierta sospechas de envenenamiento y el protagonista —el jefe de inteligencia israelí Gabriel Allon— es llamado a investigar.
La novela describe una conspiración de la extrema derecha europea que busca no solo incidir en la sucesión papal, sino también alterar el equilibrio político de Europa. Aunque en tono más trepidante, “La Orden” también refleja el choque entre el ala progresista y la corriente conservadora de la Iglesia.
Ambas novelas, escritas durante el pontificado de Francisco, imaginan la elección del Papa en un clima de tensiones internas, espionaje y maniobras de poder. Y ambas, finalmente, narran cómo —de formas inesperadas— triunfa el designio divino, o al menos, el Espíritu Santo, que según la fe católica guía estas elecciones.
Así, mientras la Iglesia despide a Francisco con dolor y gratitud, el mundo espera. Una vez más, detrás de las puertas cerradas de la Capilla Sixtina, los hilos de la historia —y quizá también del Espíritu Santo— tejerán el futuro de la fe católica.—