Explotación reproductiva y lenguaje

Mujeres por la Abolición. *Grupo feminista radical, apartidista, de ámbito estatal. Divulgar el feminismo y promover y realizar acciones para la abolición de la prostitución, el alquiler de vientres, la pornografía y género.

Desde el feminismo radical advertimos que el lenguaje neoliberal nos está ganando la batalla. El lenguaje es poder, y las palabras no son neutras. El lenguaje es la primera y más necesaria arma del capitalismo neoliberal, apunta Clara Valverde en su libro «Una lectura crítica del lenguaje neoliberal», y nosotras además añadimos que también es arma necesaria del patriarcado. Según el lenguaje que usemos, la idea que llega al imaginario colectivo sobre un mismo hecho es bien distinta. Por eso es importante que las feministas no interioricemos el lenguaje patriarcal y neoliberal porque con él estamos logrando que nuestro discurso le sea más útil al patriarcado que al feminismo.

Después de la lectura de numerosos artículos académicos y científicos sobre la explotación reproductiva comprobamos, que incluso los más críticos con esta aberrante práctica, aquellos que dejan claro con datos objetivos que estamos hablando de explotación reproductiva de mujeres, se refieren a ella como maternidad subrogada y como técnica de reproducción asistida.
Con tristeza, también comprobamos que las grandes teóricas feministas de nuestro país, y muchos otros ,siguen hablando de alquiler de vientres alegando que esta expresión es mucho más clara y precisa para la comprensión de la sociedad de lo que supone para las mujeres ser víctimas del negocio de explotación reproductiva y compra venta de bebés.

Desde el feminismo radical nos vemos obligadas a hacer un análisis más profundo e ir a la raíz del asunto para comprender, no sólo en qué consiste realmente sino, también, para poder erradicar las violencias contra las mujeres, en este caso la explotación de nuestra capacidad reproductiva.

Empecemos por dejar claro que la maternidad no se puede subrogar. Este eufemismo le es muy útil a los traficantes de seres humanos para crear la idea en la sociedad de que hay mujeres que donan su capacidad reproductiva para el beneficio de pobres mujeres u hombres que no pueden tener hijos. La maternidad es una realidad que implica una gran riqueza existencial y afectiva, en la que el embarazo es sólo uno de los aspectos y se limita a la dimensión biológica. Y desde luego solo es posible donar objetos, dinero, las mujeres y nuestra biología no somos objetos y por tanto no podemos donarnos ni a nosotras mismas ni partes de nuestro cuerpo y capacidades naturales.

Tampoco podemos hablar de alquiler de vientres, porque como bien argumenta Marcela Lagarde, las mujeres no somos órganos que se puedan separar y alquilar por partes. No es posible alquilar el útero de una mujer, nuestro útero no está separado del resto de nuestro cuerpo y un embarazo es algo que afecta a todo nuestro organismo, a todo nuestro cuerpo y nuestra psique. Por otro lado, tampoco entendemos que esta expresión ayude a alcanzar la comprensión de la sociedad de que hablamos de explotación, usando términos comerciales que inducen a pensar que es posible permitir el alquiler de una parte del cuerpo de las mujeres como servicio a otras personas que desean alquilar ese útero para ser padres o madres.

La única forma en que es posible hablar de la explotación es llamarla explotación. No es maternidad subrogada ni alquiler de vientres, nos enfrentamos a la explotación de la capacidad reproductiva de las mujeres.
Si los medios de comunicación usasen este término, si las agencias intermediarias usasen este término, oda la sociedad entendería perfectamente de lo que estamos hablando. Por eso ni los medios, ni las agencias ni ningún organismo e institución, todos al servicio del patriarcado y el capitalismo, lo usan. Usan eufemismos para contar con la aprobación de la sociedad. Pero las feministas no podemos hacer eso, nosotras tenemos que hablar de la realidad del problema al que nos enfrentamos y por ello tenemos que dejar de usar ese lenguaje y empezar a hablar de explotación reproductiva. De la explotación de la capacidad reproductiva de las mujeres.

Este término cobra especial relevancia porque precisamente el control de nuestra capacidad reproductiva por parte de los varones es lo que da origen al patriarcado, tal y como demuestra Gerda Lerner en «El origen del patriarcado», donde también revela que las primeras esclavas de la humanidad fueron mujeres : mujeres utilizadas precisamente para la procreación, tanto para familias que no tenían hijos, como para aumentar la descendencia, útil como mano de obra para aumentar las riquezas de los varones. La apropiación de nuestra capacidad reproductiva fue la motivación para crear toda la estructura de poder masculina sobre la opresión de las mujeres, y el origen de la esclavitud fue la esclavitud de las mujeres como esclavas reproductivas, y esa esclavitud ha perdurado a lo largo de la historia hasta nuestros días. Y a día de hoy, tenemos que seguir hablando de esclavitud, porque la explotación de nuestra capacidad reproductiva no es posible sin la esclavitud de las mujeres.

El pensamiento generalizado sobre la explotación reproductiva es que es un fenómeno individual, que afecta a algunos compradores y que unas pocas agencias hacen de intermediarias buscando mujeres dispuestas a gestar para terceros a cambio de dinero, pero la realidad es muy distinta. Hay todo un negocio internacional basado en la venta de bebés organizado por grandes mafias, que actúan de diferente forma según las legislaciones de cada país o el momento social y político en el que nos encontramos. Todas hemos leído a través de los medios sobre las “granjas de mujeres” o “granjas de bebés” que se desarticularon en algunos países en vías de desarrollo, donde las mujeres son sometidas para gestar bebés que luego se venderán a compradores de países extranjeros. Esto es esclavitud. Veamos un ejemplo que nos ha llamado especialmente la atención por su crudeza.

Emmanuele di Leo, Presidente de la Asociación Steadfast, que lucha contra la explotación de las mujeres y de los niños en los países en vías de desarrollo, reportó que en Nigeria, en un pasado no tan remoto, un gran número de orfanatos eran “fábricas de niños”. Bandas criminales secuestraban a jóvenes de poblaciones alejadas, llevándolas a orfanatos controlados por ellos, las violaban dejándolas embarazadas. Una vez nacido el niño, se lo quitaban y lo vendían a un precio elevado a clientes que en su mayoría eran extranjeros. Estas chicas eran sometidas a constantes violaciones y por consiguiente a embarazos forzados. Acuerdos con un poder público corrupto tutelaban esta práctica y la disfrazaban bajo una tipología de adopción común de pobres huérfanos. Era un negocio muy bien remunerado y presentaba menos riesgos que el de la prostitución.

En una rápida búsqueda en google podemos encontrar artículos de como en 2019, aún se estaban secuestrando mujeres en Nigeria para violarlas y vender los bebés fruto de esa violación. Seguramente siga ocurriendo, porque las mafias son mucho más grandes que las pequeñas redes que desarticulan.
¿Alguien puede afirmar que no estamos hablando de explotación reproductiva y esclavas reproductivas?

Seguramente no, pero los partidarios de la explotación reproductiva nos dirán que estos casos de evidente esclavitud se solucionan con la regulación de esta práctica, y que en los países donde es legal no se cometen estos abusos,los compradores buscan agencias intermediarias legales que velan por la seguridad de las madres, y que éstas firman un contrato en el que se les explica todo el proceso y ellas dan ese consentimiento infomado.

Hay que tener en cuenta que para que este “intercambio comercial” se dé es necesario que haya personas con la capacidad económica de pagar a otras, las madres de alquiler, que no tienen capacidad económica : gestar para los primeros o la prostitución son la salida que tienen para mantener a sus familias. Cuanto menos, hay clara situación de desigualdad que vicia el consentimiento de las mujeres y las deja a expensas de quien paga.

Por otro lado, las agencias intermediarias, son las que se llevan la mayor parte de los beneficios de la transacción económica, son las encargadas de buscar a las mujeres idóneas para la gestación que son sometidas a investigación sobre su vida íntima y familiar y a las que les vienen dadas las condiciones de la agencia y los compradores sin posibilidad de que ellas negocien u opinen. Las agencias ponen a disposición de los compradores un catálogo de mujeres, en el que además de sus características físicas hay mucha información sobre su vida privada y familiar. Eligen en el catálogo a la mujer que más les agrada para que el fruto de su vientre sea el producto que desean comprar.

Hay que destacar también que las técnicas utilizadas para asegurar que el embarazo llega a buen término tienen muchos más riesgos para la salud física de las mujeres que un embarazo normal deseado y hay un mayor índice de posibilidades de muerte materna. Todos los riesgos para la salud física de las mujeres no se enumeran en el contrato y en el mismo están ausentes todos los riesgos de salud mental que pueden sufrir estas mujeres. Una de las consecuencias más comunes por los tratamientos de fertilidad a las que se les someten son los embarazos gemelares o múltiples, y eso es un problema cuando los comprobadores solo han encargado un bebé.

Ese contrato en el que se excusan para demostrar que las mujeres se someten a estos embarazos de forma voluntaria, tiene numerosas cláusulas abusivas, como obligar a las mujeres a someterse a todos los tratamientos de fertilidad que las clínicas decidan, a llevar la vida íntima y familiar que se les ordene, a abortar si así lo deciden los compradores o no poder decidir abortar si lo deseas. En ese contrato la única obligación de los compradores es pagar el producto.

Cualquier contrato civil o mercantil es nulo de pleno derecho si contiene cláusulas y condiciones abusivas, si contiene elementos contrarios a la ley, a los derechos humanos o la dignidad de la persona .Cualquiera, menos los contratos de explotación reproductiva de las mujeres.
Nos llevamos las manos a la cabeza cuando leemos anuncios de trabajo en condiciones de esclavitud, cuando nos enteramos que freseras tienen a trabajadores migrantes trabajando sin contrato, 12 horas al día a cambio de cama y comida, pero no somos capaces de llamar esclavitud a la práctica de someter a las mujeres a embarazos no deseados, perjundicando su salud y eliminando derechos básicos como decidir si quieren o no abortar.

Dejemos de hablar de maternidad subrogada, vientres de alquiler, y empecemos a hablar de explotación de la capacidad reproductiva de las mujeres y de esclavas reproductivas, porque es la única forma de concienciar a la sociedad sobre lo que está ocurriendo con millones de mujeres en el mundo.