Fe política .

/ Dora Raquel Núñez /

El Papa sirvió a la propaganda política de las candidatas presidenciales Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez. El encuentro con el líder religioso resultó ser oro para las aspirantes y así difundir sus imágenes junto a una de las figuras más influyentes del mundo.

Gálvez, representante de una alianza entre tres partidos, no puede ocultar su inclinación por el blanquiazul, un instituto político relacionado con el conservadurismo y la iglesia, e incluso dijo a medios que “mi fe y religiosidad están por encima de cualquier oportunidad política”. Claro que no iba a desperdiciar el momento para decir que el mismísimo Francisco expresó su preocupación por la inseguridad en el país y, presuntamente, elogió su “coraje”.

Sheinbaum, por otro lado, es la apuesta por la continuidad izquierdista (al menos en discurso) y con un enfoque social, por lo que su resumen de la reunión con el argentino tuvo esa esencia. La política manifestó su admiración hacia él por su “pensamiento humanista”, e incluso agradeció los consejos de vida que le regaló.

En el pasado quedó la restricción de los políticos para manifestar sus creencias religiosas, aunque en el papel se siga defendiendo la laicidad del Estado.

La restauración de la relación entre los presidentes mexicanos con El Vaticano quedó marcada el 21 de septiembre de 1992, cuando Carlos Salinas de Gortari se dirigió a Juan Pablo II como “su Santidad”. Vicente Fox acudió a la Basílica de la Virgen de Guadalupe el mismo día que asumió el cargo como presidente, el 1 de diciembre de 2000; pero eso no es nada, tres años después le besó el anillo al Papa Juan Pablo II. Felipe Calderón se convirtió en el primer mandatario en comulgar en público, y lo hizo durante la misa oficiada por Benedicto XVI el 25 de marzo de 2016; Enrique Peña Nieto siguió su ejemplo, en la eucaristía celebrada por Francisco el 13 de febrero de 2016 en la Basílica de Guadalupe. Andrés Manuel López Obrador se ha declarado cristiano y reconoce al líder católico como “un defensor de los desposeídos”.

Después de décadas de una clara delimitación entre la Iglesia y el Estado, la línea es cada vez más difusa, y en un país con casi 80 por ciento de la población religiosa (según censo del INEGI de 2020), la fe es una excelente estrategia de comunicación política que, incluso, puede inclinar la balanza, aunque el costo sea la laicidad en el poder.