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/ Por Marisol Escárcega /
A lo largo de la historia han atacado a las mujeres que se atrevieron a ir en contra de lo establecido. El odio (¿o debería decir miedo?) a nosotras no es nuevo.
Nos han llamado desobedientes (Lilith y Eva), prostitutas (María Magdalena), locas (Juana de Aragón), brujas (juicios de Salem), insurrectas (Clara Zetkin o Rosa Luxemburgo), tercas (Marie Curie o Sor Juana Inés de la Cuz), osadas (Emily Dickinson), transgresoras (Isadora Duncan), peleoneras (hermanas Mirabal)…
También nos han dicho feas, malhabladas, greñudas, mata niños, verduleras, marimachas, perras, arpías, tortilleras, malcogidas, putas, ardidas, zorras, luchonas, cualquieras, frígidas, viejas, fulanas, gordas, bofas, lagartonas, pirujas, revoltosas… feminazis.
Insultar a las mujeres es un modus vivendi desde siempre, sobre todo a aquellas que van contra las reglas, las que organizan marchas y huelgas, las que exigen igualdad de derechos y acceso a ellos, las que denuncian violaciones, agresiones y acosos, las que reclaman un salario digno y prestaciones laborales, las que se enfrentan a los policías corruptos, las que buscan entre las barrancas a sus hij@s desaparecid@s, las que luchan por otras, por las demás, por las que están, por las que aún no nacen, por las que ya nos quitaron.
Nos llaman feminazis, según la ignorancia machista, porque eso son: ignorantes. Saben del poder que tienen las palabras, pero ignoran el significado. Feminazis ¿porque intervenimos monumentos y escribimos: “Alto, Estado feminicida” o “Nos queremos vivas”?
Feminazis ¿porque rompemos vidrios y no los huesos de los criminales que nos acosan, violan y asesinan? Feminazis ¿porque nos embozamos y vamos gritando consignas contra las autoridades corruptas? Feminazis ¿porque pintamos nuestros cuerpos desnudos y mostramos las cicatrices que nos dejaron los ataques con ácido o las 13 puñaladas que nos hizo nuestra expareja?
Feminazis porque marchamos el 8M, pero no como quisieran: tomadas de las manos, gritando, pero no tan alto; enojadas, pero poquito; con consignas, pero sin groserías; organizadas, pero al lado de los hombres.
Feminazis porque muchas utilizamos el único lenguaje que entienden los machistas: la violencia.
Nos llaman feminazis y nos reclaman que las “feministas de antes” se manifestaban sin disturbios. Nuevamente hablan desde la ignorancia, de otro modo sabrían que las “feministas de antes” incendiaron comercios y casas de destacados miembros del parlamento o del gobierno en el Reino Unido, que rompían ventanas, llenaban las calles de propaganda y explotaban petardos caseros en casetas telefónicas o contenedores de basura.
Nos llaman feminazis para insultarnos, estigmatizarnos y descalificar la lucha feminista. Se olvidan (o, quizás, no) que ese término tiene una carga de discurso de odio. Incluso, en 2018, la RAE (sí, ésa que tanto defienden) aclaró que ese concepto es usado “con intención despectiva”.
Llamarnos feminazis les parece chistoso, pero usan un término que no sólo naturaliza el sexismo, la misoginia, la homofobia, el clasismo, sino además el racismo.
Feminazis. ¿Acaso hemos elaborado jabones con restos de hombres?, ¿los hemos llevado a campos de concentración (ésos que sí hacen los hombres actualmente) para mantenerlos con trabajos forzados, darles pan con hongos y agua sucia? ¿o los llevamos a cámaras de gas para terminar con sus vidas?
Llamarnos feminazis es insultar, sí, pero a las personas cuyos familiares fueron víctimas en el Holocausto, porque están minimizando los horrores que vivieron con los nazis, mayoritariamente hombres, por cierto.
Nos llaman feminazis porque defendemos nuestros derechos, pero no de la manera en que les gustaría: calladitas, con orden, con fineza, con “por favor y gracias”. No, nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio.