/ Carlos Elizondo Mayer-Serra/
Pedir miles de firmas para inscribirse en la contienda y poder ser candidato de la oposición no tiene sentido. El millón de firmas originalmente solicitado por el PAN no las junta ni Obama.
Ya vimos lo que sucedió en la elección del 2018 con los candidatos independientes. Las firmas requeridas, equivalentes al uno por ciento de la lista nominal de electores en el país, condujeron a todo tipo de fraudes y simulaciones. Al Bronco, el INE le anuló 1.2 millones de firmas por inconsistencias, y descubrió que 17 millones de pesos utilizados en la búsqueda de firmas tenían un origen poco claro.
Pedir firmas incentiva a los candidatos a buscar dinero de donde se pueda para conseguirlas. Ni 250 mil o 100 mil firmas serían razonables. AMLO no les pide firmas a sus aspirantes. Él decide y ahí murió el tema.
El reto de la oposición es idear un sistema descentralizado, abierto a los contendientes que no provengan necesariamente de los partidos políticos, y que a su vez sean competitivos. No hay estrategia perfecta. Ya hay varias circulando. Debe haber espacio para militantes visibles de los tres partidos que conforman la alianza y para aspirantes externos que muestren tener reconocimiento público en las encuestas.
AMLO ya marcó la pauta. Ante la falta de primarias obligatorias, Morena va a usar encuestas. Cuando el PRD hacía elecciones internas con urnas, siempre surgieron fuertes pleitos, amén de que pueden ser manipuladas por políticos de otros partidos con capacidad de movilizar al electorado para sus propios fines.
Tras la elección del 2021, AMLO dio el banderazo de salida a sus corcholatas, quienes se arrancaron a gastar en publicidad de todo tipo, contra lo que permite la ley electoral y con dinero de origen desconocido. Para un partido cuyo principio fundador fue moralizar la vida pública, han mostrado un cinismo fuera de serie. AMLO los puso en una carrera donde esa es la forma de ganar.
Esta contienda abierta y adelantada es muy distinta al viejo tapadismo, donde se gastaba mucho menos en publicidad; el que se movía no salía en la foto, se pregonaba en la época, aunque la cobertura noticiosa podía ser comprada o inducida. En las etapas finales del tapadismo, en los sexenios de Miguel de la Madrid y de Carlos Salinas de Gortari, un criterio de selección del sucesor eran sus competencias administrativas y políticas. Las pasarelas, donde tras el informe presidencial se exponían los resultados por área frente al Congreso, eran un ejercicio de rendición de cuentas mucho más informativo de lo que hemos visto en este sexenio. Ante los reflectores, cada funcionario explicaba los avances de su área de responsabilidad.
Nuestro sistema de partidos tiene altas barreras de entrada. Sólo se pueden formar partidos políticos nuevos de cara a la elección intermedia. Por ello, ya no puede haber un nuevo partido para la contienda del 2024. En Francia, en contraste, es muy fácil hacerlo. Macron formó su partido político ¡En Marcha! tan sólo 13 meses antes de ganar la elección presidencial. Francia tiene una segunda vuelta, la cual permite a un partido mediano crecer en la segunda votación, sobre todo si el adversario tiene altos negativos, como en el caso de Marine Le Pen.
Requisitos asequibles para formar partidos son una forma de alimentar al sistema político con nuevos liderazgos. Con una clase política desprestigiada (AMLO no pierde oportunidad de recordarlo), poner obstáculos innecesarios es dejar fuera de la competencia a candidatos potencialmente buenos.
Los aspirantes de la oposición deben ganar espacio con algún método avalado por la opinión pública, no solo porque un puñado de intelectuales o de líderes partidistas crean que vale la pena. Si la coalición opositora no deja competir a candidatos potencialmente buenos, exigiendo requisitos difíciles de cumplir como juntar miles y miles de firmas, estará cavando su propia tumba.