Frankenstein, criatura con rostro de mujer. Pensamiento feminista del siglo XIX, su origen .

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/Escrito por Lizbeth Ortiz Acevedo y Wendy Rayón /

16.11.2025. Ciudad de México.- Detrás de la novela de Frankenstein o el moderno prometeo de la escritora Mary Shelley, ha sido llevada a la pantalla en diversas versiones, de hecho es uno de los temas más recurridos por cineastas, no obstante se ha dejado de lado que fueron las mujeres del siglo XIX quienes inspiraron esta novela.

En el verano de 1816, la escritora Mary Shelley y su esposo, el ensayista Percy Bysshe Shelley visitaron al poeta Lord Byron en la Villa Diodati, ubicada en Suiza donde se encontraron con un grupo de escritores y ahí se les lanzó un reto: escribir un relato de terror.

En ese momento Mary Shelley escribió Frankenstein, que tomaría forma hasta dos años después.

La novela parte del relato de Robert Walton, un joven inglés que se encuentra en una expedición en barco sobre regiones árticas. Constantemente escribe cartas a su hermana Margaret de Saville contándole sobre sus aventuras y percances, no obstante, siente la necesidad de tener a un amigo y es entonces cuando se encuentra al ginebrés y científico Víctor Frankenstein quien está borde de la muerte junto a su bote. Una vez que decide salvarlo y arroparlo como invitado conoce cómo la invención de una criatura, lo llevó a su propia destrucción.

Pese a la creencia de que Frankenstein se reduce a la alegoría sobre los avances científicos de la época y los límites de la ambición humana, no podría ser entendida sin un análisis que recupere las experiencias femeninas desde las cuales fue escrita.

La propia obra está atravesada por la vivencia de Mary Shelley en una sociedad marcada por la dominación masculina y la exclusión de quienes no encajan con las normas sociales, así como los primeros pensamientos feministas por la emancipación de las mujeres.

El pensamiento de Mary Shelley no solo viene de la realidad que vivían las mujeres de la época, sino de su propia historia, la cual se gestó incluso antes de que ella naciera. La escritora fue hija de dos intelectuales ingleses: el filósofo político William Godwin y de la feminista Mary Wollstonecraft.

Mary Wollstonecraf, escribió el libro «La Vindicación de los Derechos de la Mujer», una de las primeras obras de literatura y filosofía feminista como una respuesta hacia los pensadores de la Ilustración quienes sostenían que el rol de las mujeres era ser buenas esposas y madres.

Wollstonecraft desafió los discursos hegemónicos como el de Edmund Burke con «Reflexiones sobre la Revolución en Francia» quien defendió la monarquía constitucional y repudió que las mujeres entraran al espacio público, ya que este solo le pertenecía a los hombres blancos, letrados y ricos. Con su obra, Wollstonecraft quería que las mujeres tomaran conciencia de que no eran seres incapaces y que tenían derecho a participar en la vida social, literaria y política revirtiendo las ideas de la sociedad.

Godwin y Wollstonecraft pertenecían al núcleo de radicales británicos que buscaban una alternativa de la sociedad patriarcal y aristocrática una vez que comenzó la Ilustración en el siglo XVIII con los cambios sociales de la Revolución Francesa y la Revolución Industrial. No obstante, Wollstonecraft murió en el parto a los treinta y ocho años por complicaciones. Muchos años después de su muerte fue reconocida como una de las figuras fundacionales de la filosofía feminista.

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Desde joven, Shelley se vio influida por las ideas liberales y radicales de su madre, desarrollando un interés profundo por la filosofía, la política y la literatura. A los diecisiete años conoció a Percy Bysshe Shelley, con quien comenzó un romance marcado por el amor libre, los viajes por Europa y la creación literaria conjunta.

La vida adulta de Shelley estuvo marcada por tragedias personales y una intensa actividad creativa. Tras el nacimiento y la muerte de varios hijos, así como el suicidio de su hermana Fanny y la muerte de la segunda esposa de su padre. Mary Shelley y Percy Bysshe se casaron en 1816 y continuaron su vida en un ambiente de constante movimiento, primero en Inglaterra y luego en Italia.

Durante este período escribió su obra más famosa, Frankenstein, concebida en el verano de 1816 junto al lago de Ginebra durante su estancia con Lord Byron y Claire Clairmont. Su vida en Italia estuvo teñida por pérdidas dolorosas, incluidos varios de sus hijos, y por la continua exploración literaria, política e intelectual que compartía con Percy y su círculo de amigos.

Tras la muerte de Percy Shelley en 1822, Mary Shelley dedicó sus esfuerzos a criar a su hijo Percy Florence, mantener la memoria literaria de su esposo y continuar con su propia carrera como escritora y editora. Publicó novelas como MathildaValpergaLodore y Falkner, además de editar y preservar los escritos de Percy.

A pesar de las dificultades económicas y de salud, mantuvo una vida literaria activa y relaciones intelectuales enriquecedoras hasta su fallecimiento en 1851, a los cincuenta y tres años, dejando un legado que consolidó su reputación como pionera de la literatura gótica y romántica, y una de las voces femeninas más importantes de su tiempo.

La Criatura tiene rostro de mujer

«Todos los hombres odian a los desgraciados (…) incluso vos, mi creador, me detestáis y rechazáis a vuestra criatura (..) Soy vuestra criatura, y me mostraré incluso dulce y sumiso con quien es, por naturaleza, mi amo y señor» –Frankenstein (1818)

Comenzando con la apariencia de la Criatura, Mary Shelly escribió una metáfora de la condición femenina. Su cuerpo está construido de ensamblajes de partes humanas que, al unirse, dan forma a un ser cuya apariencia resulta perturbadora para quienes la observan.

Sus rasgos no siguen un orden armonioso ni responden a la belleza que la sociedad reconoce como «aceptable». Su cuerpo es rechazado, temido y castigado por ser diferente, del mismo modo que los cuerpos femeninos han sido controlados, vigilados y definidos desde una mirada masculina.

La criatura no solo se reduce a su apariencia física, sino que va más profundo que eso, no tiene nombre ni lugar como las mujeres a quienes la tradición patriarcal les negó una identidad propia, así como participación y reconocimiento. También encarna la injusticia estructural y la dificultad para integrarse a la sociedad que atravesaban las mujeres en una sociedad excluyente. En el siglo XIX, la mera idea de que ellas pudieran formar parte del ámbito intelectual y social resultaba inaceptable, pues eran consideradas inferiores y carentes de inteligencia innata.

A esa misma estructura es la que se enfrenta la Criatura quien, pese a su deseo de aprender y pertenecer, es rechazada incluso antes de poder demostrar su humanidad. Mary Shelley la expone como un ser expulsado y condenado a la marginalidad por no tener los atributos valorados en la sociedad: belleza, linaje, riqueza y pertenencia. Del mismo modo en que las mujeres han sido históricamente confinadas a la inferioridad.

«Aprendí sobre que los bienes más estimados por vuestros semejantes eran el alto e inmaculado linaje unido a las riquezas. Con solo poseer una de estas ventajas, un hombre podría ser respetado; pero sin ninguna de ellas, salvo muy raras excepciones, se le trataba como un vagabundo o un esclavo (…) ¿y qué era yo? De mi creación y de mi creador lo ignoraba absolutamente, solo sabía que no tenía dinero, ni amigos, ni bienes de ninguna clase. Además, estaba dotado de una apariencia espantosamente deforme y repugnante.» Frankenstein (1818)

Aunque todos temían de la Criatura, ella no nació siendo un monstro, sino aparece humanizada y confundida por la situación en la que se encuentra. Fueron las condiciones de la exclusión, abandono y violencia las que la empujaron a la rebelión y la venganza como la historia orilló a mujeres como Mary Shelley a emplear formas de resistencia ante la imposibilidad de integrarse a la sociedad.

Sin embargo, la Criatura no es la única que refleja la condición de las mujeres, pues en la obra existen al menos seis personajes femeninos: Margaret Saville, Caroline Beaufort Frankenstein, Elizabeth Lavenza, Agatha De Lacey, Safie y Justine Mortiz. Todas ellas representan diferentes roles de subordinación de hermana, madre, esposa, criada y migrante, quienes no tienen una voz propia en la historia y su vida gira en torno a los hombres protagónicos de la historia a quienes deben servirles.