FRENTE AL ESPEJO

Carlos Elizondo Mayer-Serra /
 
AMLO y la CNTE son reflejo el uno del otro: perseverantes, intransigentes, desconfiados. Ambos comparten un objetivo: maximizar su poder. Nunca están satisfechos. Cuando obtienen un triunfo, van por más.

Contra lo prometido en la iniciativa de reforma educativa enviada por AMLO en diciembre pasado, en donde se señala la búsqueda de una “educación de excelencia”, y en contradicción con el texto constitucional aprobado donde se estipula que la admisión y promoción del personal docente “se realizará a través de procesos de selección a los que concurran los aspirantes en igualdad de condiciones”, el gobierno dobló las manos ante la CNTE.

La ley aprobada en comisiones anula las evaluaciones al magisterio y avala las plazas automáticas para los normalistas.

El argumento de Morena para justificar el pase automático es que van a mejorar el desempeño de las escuelas normales. Ni ellos se lo creen. No hay visos de una estrategia para lograrlo. Las normales son espacios de control político por parte de grupos afines a Morena. Ahí importan la ideología y la lealtad política, no la calidad educativa.

Los sindicatos controlarán la puerta de entrada a la Normal. El resto viene en automático. En todo caso, la única forma objetiva de evaluar si las normales mejoran sería que sus egresados compitieran para ser maestros contra cualquier individuo interesado en educar a los niños de México.

La evaluación obligatoria para ingresar al magisterio o promoverse a una mejor posición fue uno de los grandes cambios del sexenio anterior.

Regresaremos a las comisiones mixtas donde el sindicato participa en todo el proceso. Habrá nuevamente miles de comisionados sindicales pagados por el gobierno. Todo el avance ha sido sepultado.
A AMLO no le gusta mostrase débil. Por eso ha afirmado: “No es que me hayan presionado los de la CNTE. No me dejo intimidar. Ni siquiera ellos me lo plantearon, sino que yo lo planteé, el que salga de escuela normal va a salir con su plaza…”.
AMLO cedió para evitar un conflicto prolongado, aunque no está mintiendo en un sentido: no cree en las evaluaciones ni en el mérito.
En sus palabras: “la visión tecnócrata que quisieron imponer es muy deshumanizada”, porque pone las mediciones por encima de la dimensión social de la educación.
Cree salvar cara desde la lógica del poder, pero no lo hace desde la lógica de la defensa de los intereses de los niños mexicanos.
Cederle a la CNTE y al SNTE el control sobre quién y cómo dar clases es resignarse a perder la oportunidad de tener una niñez mejor preparada, es decir, un mejor futuro.

En política suele imponerse el corto plazo sobre el largo, los intereses organizados sobre los dispersos, y los objetivos de quienes votan frente a quienes no lo hacen. Por eso casi siempre han prevalecido los intereses de los sindicatos de maestros sobre la niñez.

No tendría que ser así. Hay decenas de miles de maestros con vocación. Pero los líderes gremiales parten de la lógica del poder. Así se mantienen en su posición.

Los gobiernos prefieren no antagonizar con ellos. No veremos en un buen tiempo un esfuerzo como el del gobierno anterior por quitarle o reducirle el control del sistema educativo a los sindicatos.
Este retroceso es frustrante. El tema ya estaba resuelto en lo fundamental. La obsesión de AMLO por tirar por la borda el pasado tendrá cada vez más costos, no sólo el del concreto enterrado en Texcoco.

La CNTE le está ganando la partida a AMLO en cuanto a la rectoría del Estado en la educación. Falta la batalla final: el control sobre la nómina magisterial.

En octubre pasado, AMLO dijo: “Lo único que va a quedar de la reforma educativa […] es el manejo de la nómina”. Sin embargo, aun ganando esta batalla, habrá perdido la guerra. Les pagarán a aquellos maestros que el sindicato decida que son aptos para enseñar