‘Fuera Dresser’ .

/ Denise Dresser /

Jamás pensé vivir en un país donde se corriera a alguien por manifestarse en el Zócalo, espacio de todos y de todas. Jamás pensé vivir en un país donde un grupo de jóvenes me insultara por manifestarme contra la militarización, y contra la impunidad, como lo he hecho desde hace décadas, gobierno tras gobierno. El Ejército violó derechos humanos en 1968, en el halconazo, en la guerra sucia, en Ayotzinapa. Había que marchar contra los abusos del pasado y la militarización del presente.

A quienes presumen por gritar “Fuera Dresser” en la marcha del 2 de octubre, les recuerdo: yo también soy ciudadana con derecho a la libertad de expresión. Soy mexicana con el derecho de marchar acompañando a colectivos de feministas, de antimilitaristas, de madres buscadoras de sus hijos desaparecidos que -por cierto- también son pueblo. Quienes me corrieron ponen en peligro el pluralismo que toda democracia debe respaldar, y violan el espíritu que animó el movimiento estudiantil de 1968, que buscaba precisamente más democracia, no menos. Al amedrentarme ponen en jaque mis libertades y las de otros. De pronto resulta que no puedo tener voz, ni derecho a disentir, ni capacidad de participar, cuando eso querían quienes tomaron Tlatelolco en 1968.

Dicen que no soy pueblo auténtico, de a de veras, o no merezco serlo. Como a tantos más, se me lincha por mi supuesta identidad, no por mis argumentos. Una identidad falsa, manipulada, alejada de mi biografía, de quien soy, de donde vengo. Llevo más años marchando contra el autoritarismo que muchos de mis agresores de vida. Llevo más años defendiendo causas progresistas, que ellos mimetizando el discurso incongruente del Presidente, y construyendo una identidad estereotipada que me coloca en el basurero de las élites conservadoras, aunque mi biografía no es esa. Cuestionar el ataque a los órganos autónomos no me vuelve una vocera del neoliberalismo. Pedir que la política pública se haga con datos en vez de prejuicios, no me transforma en una tecnócrata neoporfirista. Participar en la vida política a través de organizaciones de la sociedad civil como “Seguridad sin Guerra” o “Resistencia Feminista Anti-militarista”, no me hace conservadora ni calderonista ni oportunista. Defender el derecho a decidir, no me convierte en fakefeminista. Es más, mi activismo y el de tantas mujeres más les asegura a las mujeres de Morena un aborto legal y seguro.

La visión de mis agresores en el Zócalo no solo es incorrecta e injusta; también es lamentablemente antidemocrática. Los críticos son interlocutores con los cuales hay que hablar, no adversarios a los cuales hay que correr o descalificar o negarles el derecho a hablar. Quienes alzamos la voz ni añoramos el pasado ni queremos regresar ahí. Millones queremos mejorar a México, pero con frecuencia no estamos de acuerdo con las formas autoritarias a las cuales recurre la “4T” para lograrlo. El tema no soy yo. El tema es la profundización de la militarización bajo un gobierno que se dice de izquierda.

Yo voté por López Obrador en 2006, 20012 y 2018. Por ello, mi responsabilidad de alertar sobre sus errores y sus pulsiones antidemocráticas es mayor. La militarización peligrosa, la captura del Estado contraproducente, el clientelismo reforzado, la concentración del poder en manos del Presidente, y en las manos de las Fuerzas Armadas, impunes desde 1968, impunes hoy.

No me fui del Zócalo por cobarde; lo hice para evitar violencia a personas valientes que me acompañaron y me acuerparon: Amnistía Internacional y las madres buscadoras de “Hasta encontrarte”, entre tantos y tantas más. No interpreten mis lágrimas como señal de debilidad, sino como muestra de dolor por mi país. Porque México no le pertenece ni a López Obrador, ni a la 4T, ni al PAN, ni al PRI, ni al Ejército, ni a los oligarcas empresariales, ni a quienes se adueñan del Zócalo. Es el país de uno, de los ciudadanos, ahora y siempre.

Y como parte del pueblo plural y como ciudadana que soy, reitero mi derecho a estar, a marchar, a participar. No permitiré que me corran ni del Zócalo, ni del país, ni de la lucha democrática, más importante que nunca. Aquí sigo, aquí seguiré, aquí seguiremos. Y el 2 de octubre no debería tratarse de mí, sino de la Patria incluyente que exigieron los estudiantes de 1968 y debemos seguir exigiendo hoy. Una Patria libre y democrática, no mezquina y militarizada.