Fundadora de una Escuela-Imprenta litográfica que empleaba únicamente a mujeres pobres

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/ Hugo Arciniega Ávila / Instituto de Investigaciones Estéticas /

Si bien es cierto que no es necesario “descubrir” a la singular profesora Micaela Hernández Aguirre (San Miguel el Grande, Guanajuato, 4 de julio de 1830 -Ciudad de México, 8 de abril de 1887), ya que desde el siglo XIX se han publicado diferentes biografías más o menos detalladas sobre tres de los ejes que definen su actuar en la esfera pública: ya como educadora de niñas desamparadas en el Bajío; ya como escritora y miembro activo de incipientes movimientos obreros en la capital de la República y, la más repetida, fundadora de una escuela-imprenta litográfica que emplearía únicamente a mujeres “pobres” (estableció la primera en Santiago de Querétaro y en 1878 la abrió en Ciudad de México, en el número 7 del callejón de Las Cruces, una zona de prostitución durante el siglo XIX). También es cierto que quedaba pendiente analizar un plano que supuso no sólo el registro de una gran extensión de terreno. Armada solamente con una brújula, una cinta y las estacas necesarias para establecer los puntos de medición, así como el traslado de rumbos y medidas a un pliego de papel, hasta lograr reproducir su forma a escala. Sin haber pasado por las aulas de la Escuela Nacional de Ingenieros, a los 52 años, enferma, sola y ataviada con la indumentaria propia de la época, la tarea parece imposible. En cambio, el impulso para llevarla a cabo era el suficiente, allegarse de recursos para sostenerse y sostener sus obras sociales.

Cuando Micaela comenzó a recorrer el Panteón Civil de Dolores con la intención de verificar un levantamiento topográfico “a rumbo y distancia”, éste cumplía ya siete años de existencia, su administración había pasado a manos del gobierno mexicano y resultado todo un éxito, pues para mayo de 1884 se habían registrado 54 mil 531 inhumaciones. Era y sigue siendo el cementerio más grande y populoso de la capital, con sus casi 240 hectáreas de extensión (además, a diferencia del resto de los cementerios, no se desarrolló asociado a ningún edificio religioso, ni pertenecía al Ayuntamiento ni a alguna sociedad extranjera de beneficencia. Fue proyectado, al igual que el General de La Piedad, a iniciativa de un grupo de empresarios, en este caso la Sociedad Benfield & Brecker. Abrió sus puertas el 13 de septiembre de 1875). La glorieta central, en la sección más exclusiva, había quedado reservada para el eterno descanso de “los Hombres Ilustres” de la Nación.

La litografía del plano serviría para que los visitantes lograran conducirse por cada una de las secciones y de los lotes pertenecientes a las familias Ceballos, Arteaga, Iturbe, Del Río, Blanco; a la cripta de los Andrade y los predios adquiridos por la Mitra y asociaciones tales como el Colegio de Corredores, Unión y Concordia y por el Círculo de Obreros, éste último resultaría muy del interés de la escritora, dada su afinidad con el pensamiento socialista. Como impresora experimentada, es muy probable que conociera los planos comerciales que circulaban en París, Nueva York o Londres y supiera de los altos tirajes que alcanzaban entre un público interesado en disponer de una guía confiable de calles y establecimientos.

El propósito principal era que, gracias a la calidad de la imagen y a lo novedoso de su contenido, el Ayuntamiento de la Ciudad de México adquiriese los derechos de reproducción, que como otro elemento más de modernidad, la educadora se había ocupado en registrar oportuna y debidamente ante la oficina de la Propiedad Artística perteneciente a la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública.

Hernández no pensaba sólo en los acongojados deudos y en los espíritus románticos, sino también en los paseantes que emprenderían el recorrido desde los Baños de Chapultepec hasta la plaza de acceso del cementerio; en donde, desde 1880, se había establecido la estación terminal de una nueva línea de los trenes suburbanos (en la actualidad este recorrido iría desde el Bosque de Chapultepec hasta el Centro Cultural Los Pinos y seguiría por avenida de los Constituyentes hasta la puerta principal del Cementerio Civil de Dolores).

Al observar la imagen resulta destacable que el método elegido para registrar un predio con forma de triángulo irregular reticulado con calzadas radiales haya sido “el abanico”, como el más conveniente con los escasos instrumentos de que disponía; que además del cuidado en el trazo de las líneas aparezca la escala gráfica en la parte inferior derecha, acatando casi todas las convenciones seguidas por el dibujo arquitectónico en el periodo. El conocimiento y la experiencia mostradas llevaron a suponer que Micaela Hernández había cursado parte de los estudios en topografía, que era “la primera ingeniera mexicana”.

Sobre la autoría del Plano del Panteón de Dolores de la Ciudad de México, propongo una explicación distinta, la idea siempre fue de la impresora, quien supo convocar al ahora desconocido “hábil dibujante” para que resolviera las particularidades de la proyección geométrica; y a los sucesores de Víctor Debray, capaces de alcanzar los estándares de calidad requeridos en la reproducción litográfica. Ella dispuso los colores que permiten al visitante identificar las distintas áreas por las que se camina y, como se sugiere en las notas, “señalar los sepulcros que desee […] lo más aproximadamente posible” y de esta manera será fácil hallarlos cuando se busquen.

El sello de propiedad, más que la seguridad, es la confirmación del empoderamiento que mostró en sus incursiones en el espacio público. Una declaratoria tan enfática nos habla del lugar que su hermano Tomás mantenía entre sus afectos. Necesaria, sin embargo, por el respaldo masculino que la mentalidad del XIX mexicano requería a las mujeres. Micaela Hernández Aguirre no fue la “primera ingeniera mexicana”, con una formación autodidacta en música y literatura, no así para el dibujo y el francés, en donde contó con las lecciones de Antonio, otro de sus hermanos, quien fundó una academia de pintura, música e idiomas en San Miguel el Grande, Guanajuato.

Señorita Micaela Hernández, autor no identificado, ca. 1887, tomado de Las Hijas del Anáhuac, I, núm. 3 (1887): 25. Hemeroteca Nacional de México, UNAM.