*OPINIÓN .
/ Mauricio Cabrera / Story Baker /
Ha ganado Donald Trump.
Ha ganado Elon Musk.
Ha ganado Joe Rogan.
Ha ganado un grupo de hombres que han destrozado la narrativa de los medios.
Esa que por lo general se enmarca en lo políticamente correcto y en la narrativa del deber ser.
El triunfo de Trump tiene dedicatoria particular para los medios y el periodismo.
E incluso para las celebridades que no han podido frenar el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ni con Lady Gaga, ni con Bad Bunny, ni con Taylor Swift, ni con Ricky Martin.
La de este martes ha sido una de las jornadas más esclarecedoras respecto al enorme colapso de los paradigmas actuales.
La gente no votó por el deber ser.
No votó por las numerosas batallas sociales que se han librado durante los últimos años.
No votó por la equidad para las mujeres.
No votó por el respeto entre unos y otros.
No votó por la visibilización del deporte femenino.
No votó por la globalización.
No votó por el abrazo entre seres humanos.
Votó justo en contra de esos ideales que históricamente persigue la democracia y en contra de las movilizaciones sociales que de tan recurrentes se estaban convirtiendo en la norma.
No exageré cuando dije que Joe Rogan sería uno de los actores más relevantes de la elección.
Si vamos a los datos, el triunfo de Trump se produce particularmente en esa audiencia que se identifica con Joe Rogan.
Un votante de Trump, como un escucha de Joe Rogan, es mucho más propenso a pensar que el deporte femenil no es tan emocionante como el de los hombres.
Un votante de Trum, como un escucha de Joe Rogan, no cree que los hombres y mujeres deban ganar premios iguales en un torneo de tenis.
No creen, tampoco, que exista esa desigualdad que las mujeres a nivel mundial argumentan en el entorno laboral.
Y, por supuesto, son los que menos creen en lo que publican los diarios.
Mientras que Taylor Swift le habló a sus millones de swifties sin incorporarse en conversaciones profundas respecto al porqué de su apoyo a Kamala Harris, Trump se convirtió en el invitado estrella de múltiples podcasts.
Ahí habló sin tapujos de lo que, hoy comprobamos, muchos hombres piensan pero no se atreven a expresar.
Que el feminismo se ha excedido.
Que lo woke ha dañado a la sociedad.
Que los migrantes no han hecho más que destruir a Estados Unidos.
Lo piensan, incluso, una buena parte de hispanos que sienten cierto recelo de aquellos que no han seguido el camino legal para hacerse de un lugar en el país.
Cuesta entender que la popularidad de Trump entre los latinos se mantuviera aún cuando se ha dicho en sus mitines que Puerto Rico es una isla llena de basura.
Cuesta entender que pese a todo lo que se dijo en torno a las mujeres, Kamala Harris no pudiera hacerse más que con el 54% de las votantes de dicho género.
Mismo porcentaje que se estima que Donald Trump consiguió entre los hombres.
La campaña de Donald Trump logró partir a los grupos que en teoría le iban a ser adversos.
Los jóvenes que se supone que son los impulsores de nuevos mundos e ideales, se unieron a sus filas.
Los latinos, que a decir del propio foco de su discurso de odio tendrían que haber sido los menos devotos de Trump, lo han preferido en buena medida frente a una mujer de color que decía estar lista para proteger a las minorías.
Para los votantes de Trump, aunque sea sólo en su imaginación, están los latinos de primera y de segunda.
Los de primera o los que se piensan de primera votaron, de acuerdo a las tendencias, por Trump.
Los de segunda por Harris.
Para los medios ha sido un revés casi tan sonoro como para los demócratas.
Elon Musk se ha encargado de propagar esa idea.
Un post que publicó a medianoche habla del derrocamiento de los medios.
De entregar el poder a la gente.
La publicación alcanza 6.5 millones de views.
En esta misma larga noche para el status quo, Musk presumió el alcance de X como la aplicación de noticias más grande del mundo.
Valdría decir que en esta noche él fue también el editor más poderoso del mundo.
Los medios han reaccionado como suelen hacerlo.
Sus titulares son más bien sombríos.
Desde el Washington Post se preguntan si el mandato de Trump será tan oscuro como su campaña.
En el New York Times se habla del comienzo de una era de incertidumbre para la nación y el mundo.
En The Atlantic, Charlie Warzel cuenta cómo Elon Musk convirtió una de las más grandes debilidades de Twitter en su apuesta estratégica.
En vez de combatir el discurso supremacista blanca, Elon Musk lo empoderó para convertirlo en el medio militante más poderoso del mundo.
Una buena y una mala para los medios.
La buena es que existe la posibilidad de que se replique el aumento en suscripciones que se experimentaron durante el primer mandato de Trump.
Nunca como entonces fue tan poderoso el mensaje sobre la democracia que muere en la oscuridad.
Al New York Times, por ejemplo, el gobierno de Trump le terminó representando un incremento de 5 millones de suscriptores.
En el mandato de Trump, el Washington Post vivió mejores tiempos que los que corren.
El extremismo de Trump llevó a que una parte de la audiencia se motivara a proteger al periodismo a través de sus suscripciones.
La mala es que vendrán cuatro años de descalificaciones hacia los medios.
Esta vez esa campaña no estará aislada en Donald Trump.
Estará ahí Elon Musk para incendiar siempre que pueda la reputación de los medios en aras de mostrar el poderío de X.
Estará ahí Joe Rogan como para abrir espacios de conversación republicana y trumpiana siempre que se necesite.
Para muchos el triunfo de Trump tiene en realidad una razón simple: la tambaleante economía en la era de Joe Biden.
Pero para efectos de los medios da prácticamente lo mismo si fue esa razón, si fueron las antes citadas, o un conjunto de todas ellas.
Los medios, guste o no, han quedado exhibidos.
Señalados a priori de manipular y de perseguir sólo sus intereses.
A esa derrota retórica habrá que sumar el haber quedado tan expuestos al evidenciarse que la influencia de los medios va a menos.
Son muchos los que hoy concuerdan en que ni siquiera el consenso entre los publishers más respetados de Estados Unidos respecto al peligro que representa un segundo mandato de Trump ha podido ser un factor definitivo en la elección.
No se ve para cuándo ni cómo esa sensación cambie.
Sobre todo cuando desde la Casa Blanca seguirá lanzándose metralla contra el periodismo.