*Transmutaciones.
/ Escrito por Lucía Melgar Palacios */
Hace meses, si no más de un año, que la ofensiva israelí en la franja de Gaza dejó de ser una guerra defensiva para convertirse en guerra de exterminio.
Hoy, tras meses de bloqueo explícito de alimentos y agua, es imposible negar que lo que ahí sucede es una acumulación de crímenes contra la población civil, no una guerra contra el grupo terrorista Hamas. Aun cuando, para ocultar sus fines necropolíticos, el gobierno de Israel con el apoyo del de Estados Unidos decidieron en meses recientes distribuir alimentos para “evitar” un desastre humanitario, desde hace semanas se acumulan las cifras de personas asesinadas justo cuando van a buscar esa comida o agua imprescindible para sobrevivir.
¿Qué clase de humanitarismo es éste? ¿Qué clase de humanidad somos cuando vemos imágenes de personas esqueléticas y seguimos callando?¿cuando la mayoría de los medios de todo tipo evitan el tema o lo arrumban en páginas interiores?
El 7 de octubre de 2023 fue sin duda alguna un día de horror y terror para Israel y para muchas personas, judías o no judías, en el mundo. La violencia extrema contra civiles inocentes, entre ellos niños, mujeres, personas ancianas, pacifistas algunas de ellas, no puede justificarse, ni siquiera como reacción contra décadas de ocupación. Se llama terrorismo y no se debe tolerar.
Sin embargo, usar esa violencia para justificar una guerra anunciada como una campaña contra un grupo terrorista pero acompañada desde el inicio por discursos de odio que calificaban a todos los palestinos como “animales humanos”, sin derechos, que no merecían recibir agua ni electricidad, atenta contra el sentido más básico de humanidad y justicia. Esa justificación inicial y la (falsa) impresión de que las posturas extremistas en el gobierno de Israel eran minoritarias facilitaron el apoyo de países occidentales y la tolerancia de la opinión pública en muchos países ante la creciente evidencia de que los bombardeos no eran tan puntuales o estratégicos como la tecnología de punta israelí supuestamente podía permitir.
En estos casi 21 meses de guerra esas posturas extremistas han ganado fuerza y se han vuelto explícitas más allá del propio gobierno, según documentan expertos y periodistas de Israel y otros países.
Peor, si el gobierno de Estados Unidos fue antes cómplice de los crímenes de guerra que implica la destrucción de hospitales, escuelas, universidades y mezquitas, al seguir vendiendo armas a Israel y al empezar a amedrentar a quienes se atrevían a protestar y manifestar su solidaridad con la población de Gaza (rara vez con Hamas), desde la llegada de Trump al poder, su gobierno es corresponsable de esos crímenes.
¿Por qué? Por seguir vendiendo armas a Israel, por denostar a la Corte Penal Internacional y anunciar sanciones contra la relatora de la ONU para Palestina, Francesca Albanese, y por recibir como jefe de Estado (y amigo) a un criminal señalado por la justicia internacional. Esta postura deplorable fue precedida – o acompañada-, como sabemos, por la intensificación presiones gubernamentales contra las universidades más prestigiadas de E.U.A. por, supuestamente, no haber impedido protestas “antisemitas” en sus campus, imponiendo así una mirada retroactiva (aberrante jurídicamente) y una definición de antisemitismo que lo equipara con antisionismo o con críticas al gobierno de Israel.
Plantear esto no es negar que haya habido manifestaciones y actos antisemitas en algunas universidades, es señalar la manipulación del lenguaje con fines políticos que nada tienen que ver con la defensa de los derechos humanos. Del mismo modo, denunciar (como ya lo han hecho diversos periodistas y expertos en genocidio o en historia de Medio Oriente así como la CPI y algunos países), los actos del ejército israelí y los planes de su gobierno como crímenes de guerra, de lesa humanidad o como “genocidio” no es en modo alguno “defender a Hamas” o apoyar el terrorismo. Es exigir que un gobierno que se dice “democrático” y que apela al respeto hacia sus ciudadanos – y al derecho internacional cuando plantea que “israel tiene derecho a defenderse” – se comporte como integrante de una comunidad internacional donde el uso desproporcionado de la fuerza no puede hacerse “ley” ni gozar de impunidad como si se tratara de un Estado excepcional, intocable por crítica alguna.
Según el historiador israelí Omer Bartov, entrevistado por el NYT a raíz de un artículo acerca de la ofensiva israelí en Gaza, se lleva a cabo un genocidio cuando no sólo se mata a una proporción significativa de la población sino también se destruye la infraestructura vital, educativa y cultural de ese grupo, con el fin de hacerle imposible la vida y la reconstrucción de su identidad étnica, religiosa o de grupo.
En este sentido, explica este estudioso del tema, el genocidio no consiste en matar a un millón de personas (por dar una cifra) sino en matar a parte de un grupo étnico, religioso, etc. y destruir su entorno con la intención de acabar con ese grupo como tal, con su identidad como grupo (véase el podcast: https://www.nytimes.com/2025/07/23/opinion/israel-gaza-genocide-scholar-response.html?searchResultPosition=1).
Esta intención criminal subyace a los discursos de odio ya mencionados y a los planes de expulsar a la población palestina de Gaza (discutidos en el parlamento israelí esta semana).
Esta intención destructiva a ultranza (la llamemos como la llamemos, es evidente) quizá explique por qué, según la organización Reporteros Sin Fronteras, desde noviembre de 2023 han sido asesinados/as 200 periodistas gazatíes, más de 41 mientras trabajaban.
Por qué el gobierno e Israel no ha permitido la entrada de corresponsales internacionales en la franja y por qué hoy Gaza es el territorio más peligroso del mundo para el periodismo. Un territorio arruinado donde, según denunció la AFP, están muriendo de hambre periodistas, camarógrafos, algo “nunca visto” por quienes integran esta agencia y han perdido a integrantes de medios en guerras y catástrofes.
No soy experta en Medio Oriente ni pretendo presentarme como tal. He estudiado el discurso de odio y la violencia extrema y encontrado inspiración para pensar el mundo en la obra de Hannah Arendt. Quizá eso me ayude a tratar de entender, no a superar la impotencia. Sin embargo, no hace falta ser “experta” en un tema tan complejo como las relaciones de Israel con los palestinos desde su fundación, o entre ese país y Estados Unidos, para reconocer lo inhumano, intolerable e insoportable, alzar la voz y denunciarlo.
Reivindico por eso el derecho de cualquier ser humano pensante y sensible a rechazar la idea de que unas vidas valen más que otras o de que un acto terrorista brutal justifica una guerra de exterminio contra una población civil, ahora sitiada por las bombas y el hambre.
*Ensayista y crítica cultural, feminista.
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