*Transmutaciones.
/ Escrito por Lucía Melgar Palacio*/.
La tarde del viernes 4 de julio, inició de manera pacífica en el parque México una protesta contra la gentrificación en esta capital, convocada por el Frente Anti Gentrificación de CDMX. Al terminar, sin embargo, unos trece comercios quedaron vandalizados y numerosos edificios de las colonias Condesa y Roma pintarrajeados, en canceles y muros de piedra, con consignas diversas. Muchas apuntaban al origen del malestar: “El techo es un derecho”, “Fuera AirBnB”. Muchas denotaban xenofobia pura: no sólo “Fuera gringos” o “Gringos go home”, sino “Kill a Gringo”. Otras alusivas a ¿pureza de sangre?: “Fuera blancos”, “Sangre Mexa” o burdamente ideológicas “Gringos nazis”, “Sionistas” (da vergüenza escribirlo, pero hay que documentar este discurso peligroso). Así, la protesta social se tiñó de intolerancia.
Según diversos reportes de medios, no todos los manifestantes recurrieron al vandalismo para expresar su indignación por el desplazamiento de poblaciones arraigadas en un barrio y la imposibilidad para la gente joven de acceder a una vivienda asequible en zonas céntricas o bien comunicadas. De acuerdo con un reportero de Grupo Fórmula, cuando la manifestación iniciaba su recorrido llegó un grupo de encapuchados al que se deberían los, o los principales, actos agresivos. Esto no sería extraño, dada la presencia de provocadores en muchas marchas feministas, por ejemplo, quienes intervienen para desvirtuar o reventar la protesta. En todo caso, preocupa que la policía fuera más bien observadora pasiva que agente de protección.
Más preocupante aún es la xenofobia que sigue escupiendo a la cara de quienes transitan esas calles. La xenofobia borra la humanidad de los “Otros/as”. Aquí no sólo se les conminó a irse, se apeló a la violencia criminal contra ellos/as. Esta xenofobia no surgió ayer, está latente y resurge en épocas conflictivas, contra “gringos”, “gachupines”, “chinos”, como si la presencia extranjera amenazara la identidad y la integridad nacionales; contra personas “migrantes” centroamericanas o haitianas, como si fueran menos dignas que “Nosotros/as”, ¿porque son pobres o más morenas? ¿Qué le espera a mexicanos/as deportados/as de vuelta a México que no hablan español?
Si en efecto los ataques contra negocios -en su mayoría propiedad mexicana- y la presencia creciente de gente extranjera en esas colonias resultaron de una minoría – de algún grupo identificable por sus pintas-, toca al gobierno de la ciudad investigar quiénes son y cómo llegaron ahí. Si, como se dice, hay grupos de choque ligados a alguna fuerza política local, ya sería hora de acabar con esas estrategias para reventar o desvirtuar manifestaciones pacíficas. También nos deben una explicación sobre la apatía policiaca, sobre todo cuando no dudan en arremeter contra las manifestantes cada 8M.
Si la protesta sólo se le “salió de las manos” a quienes convocaron y algunas personas, primero pacíficas, se dejaron llevar por la rabia a la vista de extranjeros/as en las calles, el problema es más grave y complejo y hay que distinguir entre reclamos justos y agresiones intolerables.
Las dificultades para acceder a una vivienda asequible no son nuevas. Generaciones anteriores, azotadas por crisis económicas recurrentes entre los años 70 y 90, saben que no pudieron tener casa propia ni vivir cerca de su trabajo, como sus padres. La falta de política urbana adecuada y sostenible y la permisividad hacia inmobiliarias rapaces favoreció la proliferación de departamentos y oficinas de lujo, los cambios arbitrarios de uso de suelo, la depredación del medio ambiente, sin beneficiar a profesionistas, clases medias o sectores populares.
Desde la pandemia han crecido las plataformas de alquiler que encarecen los costos. La presencia de una clientela remunerada en divisas ha contribuido a un aumento absurdo de las rentas (más de 250% según varios reportajes), responsabilidad de los dueñas y dueños– y del gobierno que no ha regulado Airbnb ni promovido un desarrollo urbano y habitacional sustentable pese a la continuidad de gobiernos prd-morenistas desde 1997. Que esta clientela sea en parte extranjera no justifica la intolerancia desatada hace una semana.
Si bien protestar porque los gobiernos no garantizan el derecho a la vivienda (como tantos otros) no justifica los discursos de odio. Agresiones verbales a paseantes y pintas xenófobas tan crudas como las que cacheteaban a quienes paseaban por los barrios “intervenidos” el fin de semana pasado, denotan una peligrosa intolerancia que ningún malestar justifica. La intolerancia, el desprecio por las y los «otras y otros», su transformación en chivos expiatorios sólo atiza la violencia y ésta agrava los problemas sociales, no los resuelve.
Quienes han sido desplazadas y desplazados o están hartas y hartos de vivir lejos y mal, tienen derecho a la vivienda y a protestar. La juventud merece poder acceder a una vivienda digna. ¿Por qué no se dirigió la manifestación ante el gobierno de la ciudad? ¿Acaso no le corresponde regular las plataformas de alquiler?, ¿cobrarles impuestos?, ¿o hasta regular las rentas para evitar excesos? ¿Acaso el desarrollo inmobiliario nada tiene que ver con los sucesivos gobiernos capitalinos?
Interrogado acerca de la protesta, el secretario de Gobierno repitió la propaganda oficial sobre la política de construcción de vivienda social, en particular para jóvenes. La jefa de gobierno y la presidenta condenaron la xenofobia. ¿Y si actuaran? Deberían escuchar a los colectivos convocantes, regular a Airbnb, impulsar un desarrollo urbano integral sostenible y justo, dejar de fomentar la polarización que ha contribuido a atizar la intolerancia y prevenir la xenofobia con una educación acorde con la diversidad del país, la globalización y la búsqueda de la paz y la convivencia pacífica en la pluralidad.
Ensayista y crítica cultural, feminista.
CimacNoticias.com