Ginocidio: el crimen en curso

¿La verdad impotente frente a la mentira organizada[1]?
Por LoVa Franca

Sostengo que los términos: femicidio, feminicidio, femigenocidio y el generocidio, que nombran asesinatos individuales de mujeres, es decir, de cuerpos con presunta capacidad paridora[2] –presente, futura o pasada– en diferentes grados de institucionalización, además de la compra-venta de mujeres con fines de explotación sexual y con fines de reproducción –así como el resto de crímenes contra nosotras– forman parte del crimen en curso que perpetra el patriarcado[3] para sostenerse en marcha. Este crimen tiene un nombre: ginocidio.

La palabra ginocidio, tal como la utilizo en este texto, está integrada por dos elementos: cidio (latín) que significa matar[4] (como en genocidio, suicidio, epistemicidio, etc) y gynē (griego) cuyo significado es mujer, es decir, etimológicamente: asesinato de mujeres[5]. En breve regreso al planteamiento de esta definición más allá de lo etimológico y más allá de lo físico.

La palabra ginocidio tiene el mismo alcance que la categoría genocidio, que está compuesta de cidio (latín) y génos (griego) que significa “estirpe”. De acuerdo con la definición de Wikipedia: “es un acto perpetrado[6] con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”.

Genocidio y Ginocidio tienen en común que aluden a crímenes que tienen como propósito desaparecer, anular y destruir a un grupo que produce cultura y tiene un planteamiento civilizatorio. La intención de este texto al explicitar la palabra ginocidio es “volver perceptible” lo que se intenta “desaparecer” de manera continua en el sistema-mundo patriarcal[7] hegemónico actual. Y en este sentido, parafraseando: lo que no se percibe, no se nombra, y por tanto, no existe, según la lógica prevaleciente.

En los crímenes de genocidio, como en el de ginocidio –que planteo como crimen en curso– la intención no es solo la desaparición física de un grupo sino la destrucción absoluta de la manera en que este grupo organiza interna y externamente el mundo que construye para habitar la vida que son.

Una agravante que tiene el ginocidio es que quienes lo perpetran, intentan, además, obtener ganancia económica con ese crimen. Y otra agravante es que se ha gastado mucha energía para mantener este crimen imperceptible para conservar impunes a los criminales.

¿Qué había antes del patriarcado? La respuesta a esta pregunta plantea la posibilidad de hacer perceptible lo que se ha intentando desaparecer, lo que se ha intentado convertir en tabú, según dicen que dijo Marx: cada que se fetichiza o encumbra un elemento de una relación, el otro elemento, se convierte tabú, es decir, es ocultado. Luisa Velázquez Herrera lo nombra, según mi horizonte de comprensión, como “la historia no contada”[8]; para propósitos de este texto lo llamaré “la verdad impotente”, una categoría de Hannah Arendt[9], es decir, una verdad que todo el tiempo está frente a nuestros sentidos, pero que el patriarcado no nos “permite” percibir ni ponerle palabras o darle sentido.

La verdad impotente existe pero no podemos nombrarla ni denunciarla, el cuerpo sabe que está, pero nos han mutilado la posibilidad de hacer una lectura puntual de esos hechos. Y no podemos porque, retomando otro concepto de Hannah Arendt, nos imponen continuamente una “mentira organizada” que “invade” o satura nuestros sentidos y capacidades cognoscentes y evita así, que le pongamos palabras y energía a la verdad impotente: Lo que había antes del patriarcado, sigue luchando por existir, sigue cuidando la vida y creando modos de resistencia y rebeldía en estos cuerpos que en el patriarcado han sido definidos con presunta capacidad para parir[10] y cargados con todas las funciones sociales que el patriarcado necesita para mantenerse en marcha, como máquina que es.

¿Qué había antes del patriarcado que aún existe en cada lugar donde hay mujeres con vulva, clítoris y memorias propias y de las ancestras? El patriarcado dice que había hordas “salvajes”, grupos nómadas integrados por hombres y mujeres, con división sexual del trabajo. Así, el patriarcado se presenta como la “superación” de estos estadios donde la diferencia entre animales y personas era mínima. Pero, hay otra explicación que forma parte de la historia no contada, de esta verdad impotente que a nosotras nos salta a los ojos, a la piel, a los oídos, al olfato, al gusto, pero no podemos nombrar porque la explicación patriarcal, abarca, usurpando el sentido de la mayor parte de la taxonomía que hemos creado para dar sentido al mundo.

Diré más, diré que muchos de los elementos sensoriales-cognitivos-afectivos-políticos-éticos-históricos-estéticos[11] constitutivos de cada hacer humano que usa el patriarcado, fueron creados y cultivos antes de éste y luego pervertidos para que nombraran otras cosas, útiles al patriarcado, diferentes a lo que les dio vida, y generaran así, más confusión. Lo que estoy planteando es que la máquina criminal de guerra –que llamo patriarcado en este texto– no tiene ninguna capacidad creadora, solo roba, usurpa, suplanta, destruye, manda, impone e intenta vencer, transforma en combustible, a la vida y el cultivo de ésta en todos sus modos, combustible para continuar su marcha de destrucción.

El patriarcado inició con este ginocidio y ha ido “perfeccionando”[12] sus mecanismos, incluyendo más y más crímenes dentro de este ginocidio[13]. El patriarcado intenta asesinar las culturas y civilizaciones en las que las mujeres se organizan fuera de los intereses de los hombres y sus aspiraciones, lejos de los modos-máquina de los hombres.

Cuando escuché por primera vez la palabra ginocidio, entendí que se refería justamente a este crimen contra la civilización de las mujeres. Sin embargo, luego me di cuenta que otras mujeres lo han retomado de distintas maneras e incluso han intentado equipararlo al de femicidio o feminicidio, por lo que las autoras de estos términos –femicidio y feminicidio– se han sentido con la necesidad de “desambiguar” ambos términos.

De acuerdo con mi exploración bibliográfica: Diana E. H. Russell[14], en 2006, reconoce que el ginocidio es un genocidio en el que hay “intención de destruir a las mujeres como género, en todo o en parte”[15], reconoce los aportes a la definición del teŕmino de Andrea Dworkin así como de la teóloga Mary Daly, pero opta[16] por mantener el término de genocidio para ese crimen, aunque en la definición original de éste no se hable de grupo sexual.

Elena Laporta[17] reflexiona en torno a las dificultades de conceptualizar el ginocidio como tipo penal[18] de ámbito internacional –como son el genocidio, crímenes de guerra y de lesa humanidad– y señala por un lado a Pastisili Toledo, quien sugiere la tipificación penal nacional para “estos delitos” contra mujeres para que haya más posibilidad de que prospere la judicialización de los mismos. Por otro lado, Laura Rita Segato plantea que tendría que haber legislación internacional para estos crímenes, que yo englobo en la categoría de ginocidio para referirme al entramado que sostiene estos crímenes individuales y que responden a al menos a dos mecanismos:

a) Los crímenes individuales de mujeres como castigo ante las faltas al mecanismo de género impuesto (es decir, lo femenino que le sirve al patriarcado), que escarmienta a las que quedamos vivas y les permite a los perpetradores seguir haciendo negocios con nuestra explotación, y

b) Los “artefactos” para asesinar física y simbólicamente una propuesta civilizatoria que cultiva la vida: los pueblos de las mujeres.

La adecuación del concepto de genocidio que hace Diana E-H. Rusell le permite a Tania Palencia Prado escribir un ensayo, en 2013, que lleva por título: «Ginocidio contra mujeres indígenas»[19], en el que según palabras de Francisca Gómez Grijalva, mujer maya K’iche, devela que: “El Estado guatemalteco, la oligarquía y el poder militar han silenciado, ocultado y tergiversado la vida de las mujeres mayas. Han pretendido suplantar nuestra identidad individual y colectiva a partir de negar nuestro ser como mujeres mayas ignorando nuestros rostros. Hemos sido las menos ciudadanas[20] en Guatemala y las menos registradas con nombres y apellidos en la historia de este país.”

Tania Palencia, según Natalie Mercier[21], analiza lo que denomina la violencia epistémica, la cual, según ella, plantea que: “Clase, raza, sexo, territorio no son bloques sino flujos o impulsos dinámicos de poder y de saber, circulantes, que construyen tramas vivas y corporales (no uniformes) de opresión, unas de orden molecular o pequeñas (cotidianas) entretejidas con otras de orden molar, más grandes, de índole nacional, global o internacional” (Palencia Prado, 2013: 7).

Me interesa resaltar que a diferencia del resto de las definiciones, la de Palencia, al menos como la cita Francisca Gómez, señala puntualmente al perpetrador del crimen.

Ahora bien, tanto Rusell como Palencia parecen partir, según mi horizonte de comprensión, de la idea de que las mujeres sólo somos producto del patriarcado, ya sea como género o como parte de pueblos mixtos, es decir, se adscriben a la explicación patriarcal del sistema-mundo como la única posible. Adscribirnos a ese paradigma, hace que la verdad de las ginosociedades que está siempre en nuestro cuerpo, frente a nosotras, a un lado de nosotras, se vuelva impotente frente a la mentira organizada de un mundo donde las mujeres sólo somos el complemento de los hombres[22].

Micaela Petrarca refiere: “Hay que dialogar con todos los feminismos porque hay un genocidio hacia las mujeres”[23], en este sentido, parece adscribirse al concepto de genocidio, elaborado por un hombre, donde no somos mencionadas; pero a ellas, les alcanza la adecuación que hace Diana E.H.Rusell, reinciden en ese intento de esforzarnos porque las palabras de los hombres nos nombren, para que quepamos en ellas.

Considero que la categoría de femicidio y feminicidio se adscriben al mismo paradigma, y por tanto, una vez que se logra posicionarlos como “tipos legales” consideran que han alcanzado su meta, dejando imperceptible el crimen ginocida en curso, para el que se han planteando muchos mecanismos para perpetrarlo, así como los campos de trabajos forzados y de exterminio para grupos nacionales, étnicos, raciales o religiosos, son mecanismos para consumar genocidios, la heterosexualidad obligatoria es otro de los mecanismos devenido régimen político[24], conocido también como amor romántico hacia los hombres[25] para consumar el ginocidio en marcha; otros son la misoginia y el lesbodio, además de los asesinatos enlistados ya en la primera parte de este texto.

Me interesa destacar la categoría de violencia epistémica de Palencia, que rebasa el ámbito individual y físico de los asesinatos individuales y se dirige a explicitar que cuando se persigue a las mujeres para desaparecerlas, no se las desaparece sólo físicamente sino que se intenta desaparecer sus modos de crear conocimiento, de habitar desde otras afectividades y políticas otras y sostener sistemas-mundos que no atentan contra la vida toda; evidentemente, desde otras lógicas diferentes al patriarcado.

Aparentemente, ella focaliza la acción destructora de los invasores españoles en Abya Yala, desconozco si reconoce el proceso llamado entronque patriarcal, que han trabajado las compañeras Lorena Cabnal[26] y Adriana Guzmán[27], desde dos vertientes del feminimocomunitario en Abya Yala y que justamente habla de un patriarcado ancestral oroginario que ya se imponía en territorio de Abya Yala y contra las mujeres de este lado del mundo.

Regreso a las definiciones de ginocidio, Andrea Dworkin, en 1981, propone otra definición de ginocidio: “La sistemática mutilación, violación y/o asesinato de mujeres por hombres (…) la incesante violencia perpetrada por el género (gender class) hombre sobre el género mujer”. Andrea, al igual que Tania Palencia, hace referencia a los perpetradores, aunque de una forma más genérica. Omite la compra-venta con fines de explotación sexual y reproducción o la imposición del género femenino y la heterosexualidad obligatoria, aunque sí retoma otros crímenes en su texto.

En 1978, Mary Daly y Jane Caputti[28], proponen una definición de ginocidio: para aquellos casos en los que “se pretende intencionadamente destruir a las mujeres en una población específica”.

Quiero resaltar, sólo para ganar en claridad y seguir pensando en ello, que tanto Tania Palencia, como Mary Daly, son mujeres estudiosas desde el ámbito de la religión. La primera, hace su ensayo a solicitud de una agrupación religiosa; y la segunda, tiene un doctorado en teología. No tengo mayores elementos para continuar con esta línea de reflexión, sin embargo, llama mi atención que de cuatro autoras que encuentro que retoman el término ginocidio, dos tengan cercanía con la religión desde su actividad como pensadoras y hacedoras. En las definiciones, encontramos: sistemática e incesante violencia […] con la que se pretende intencionalmente […] destruir a las mujeres como población específica, como género o mujeres mayas.

Yo digo que el ginocidio incluye este tipo de violencia que señalan las autoras, tanto para describir el femicidio, feminicidio, femigenerocidio, generocidio y todas las acciones orientadas a destruir a las mujeres y lo que nosotras y nuestras ancestras creamos y cultivamos, desde nuestros procesos de luchas y resistencias ante el embate ginocida del patriarcado, desde nuestras memorias de antes del patriarcado, desde nuestros cuerpos con vulvas y presunta capacidad de parir[29], es decir, con lógicas otras y sin utilidad para la máquina de guerra y destrucción.

Planteo que el ginocidio incluye las acciones tendientes a someternos, a explotarnos, imponiéndonos no sólo el género femenino, sino además la heterosexualidad, que además de explotarnos, atenta de manera sistemática y constante contra nuestra memoria en acción, que data de antes del patriarcado. Digo que las mujeres somos las sobrevivientes, bajo ataque, de una civilización que creó culturas y ha cultivado la vida en todas sus manifestaciones desde antes del patriarcado y que éste, intenta aniquilar, para garantizar que las mujeres, despojadas de esos saberes seamos totalmente esclavas de los hombres y su máquina y de guerra; y así puedan, entonces, exprimirnos hasta la última gota de creatividad, en el más puro símil que hace Luisa Velázquez[30] de las mujeres como limones ante un inmenso exprimidor –los hombres– de esta deliciosa fruta. Incluye, también, todos los tipos de asesinato contra nosotras y nuestras creaciones, nuestros modos, nuestras matrices de percepción, interpretación y acción en el mundo.

Planteo que el ginocidio es una categoría que desconoce el marco de referencia del patriarcado, que aspira a poner en sus leyes, los crímenes a “combatir”, sin destruirse a sí mismo, por supuesto.

Ginocidio, como lo planteo, no es una categoría que puede reconocer el patriarcado, parece que ni en sus leyes, ni en sus ciencias; y que ha podido tener una grieta en la religión católica ¿por qué? Quizá porque una verdad impotente no afecta la parte de la mentira organizada que la religión sostiene.

Para hacer perceptible para nosotras este crimen en curso, que tiene dimensión civilizatoria, necesitamos reconocer nuestra historia desde antes del patriarcado como mujeres que somos, reconocer también que el patriarcado no es el estadio superior de la civilización de las mujeres sino un ataque constante contra esta civilización; y es indispensable también, responder a la pregunta: ¿Cuáles eran nuestros modos como mujeres que somos, desde antes del patriarcado?

Para ganar en claridad respecto a la estética desde donde senti-pienso-escribo, me presento como mujer en Abya Yala, a punto de cumplir 50 años, madre, hija, hermana, compañera, amiga, desarraigada de territorio y lengua de pueblo originario, aprisionada por la heterosexualidad obligatoria y atravesada por la misoginia; que siento en mí ese ginocidio, pero no tengo las palabras para nombrarlo, para analizarlo y separar así, lo que se me impone y que lo intenta destruir de mi este crimen en curso; ambos mecanismos, la imposición y la aniquilación, son mecanismos de este ginocidio.

A diferencia del genocidio, que intenta aniquilar colectivamente y desaparecer la cultura, en el ginocidio hay una imposición a la par, de una cierta cantidad de programaciones que intentan apropiarse de nuestros saberes para sacarles provecho; intentan lucrar con nuestra vida y con nuestra muerte, con nuestro dolor y nuestro placer, con nuestro trabajo y descanso; pervertir nuestros saberes para agregarlos a sus mecanismos de destrucción; intentan “etiquetarnos” como territorios vírgenes, deshabitados y listos para ser invadidos, hasta la palabra mujer, ahora está bajo ese ataque.

El ginocidio es un crimen dirigido a una colectividad de más de 3.5 mil millones de personas de todas las edades[31], que se impone de distintas maneras, y con diferentes graduaciones en intensidad, tiene como propósito destruir nuestros saberes y nuestros cuerpos y vitalidades, para explotarnos al máximo, y así, mantener su nivel de acumulación y aumentar su tasa de ganancia en el menor tiempo posible[32], a costa de la mayoría para el beneficio de una minoría. Este crimen quiere explotar todo lo que somos mientras nos convierte en exiliadas de nosotras mismas.

Considerar el ginocidio como el crimen fundante del patriarcado, al mismo tiempo que sostener que está en marcha, parece un absurdo, y sin embargo, es uno de los hilos que puede guiarnos hacia la historia ocultada. No es que los hombres cometieran un crimen aislado, olvidado en tiempos arcaicos, contra la civilización que cuida la vida sino que hicieron de ese crimen, su modo de vida, su modus operandi. De este crimen obtienen el combustible para mantener su máquina de guerra en operación. Cada vez que un hombre despoja a una mujer de su esfuerzo, de su creatividad, de su cuerpo, de su historia, de su vida, cada vez que un hombre desde las redes sociales, desde las luchas sociales, desde el escritorio de la academia o de la empresa, desde el púlpito de las religiones o desde cualquier institución patriarcal, supone que sabe lo que le conviene a las mujeres y nos intenta imponer esa “opinión”, está perpetrando un acto ginocida.

Un propagandista en la primera mitad del siglo XX, aseguró que una mentira repetida muchas veces se convertía en verdad, omitió decir, que el emisor de esas mentiras, tenía que ser alguien con poder en el sistema y que sus repetidores tenían que ser sus cómplices y también omitió decir –o si lo dijo no lo sé– que esa mentira organizada, basada en opiniones e interpretaciones a modo, buscaba por fuerza, al imponerse en la conciencia de las personas, oculta una verdad factual, una verdad sentida, pero que se quedó sin palabras para darle sentido. La mentira organizada que es el patriarcado, intenta ocultar, que está cometiendo un crimen: ginocidio. Y que ese ginocidio busca desaparecer una civilización que se ha resistido a sus embates, durante milenios.

El ginocidio y los genocidios a pueblos originarios en todo el mundo, representan los crímenes más grandes de este sistema, son crímenes en curso, son verdades impotentes para quienes no los conceptualizan como tales; para quienes los suponen, sólo daños colaterales, pero para quienes alcazamos a mirar la dimensión criminal de estas acciones, representan la lectura de esta realidad que nos atormenta, pero que no nos vencerá.

Ilustración de portada autoría y propiedad de: Shuku Nishi