Hace 70 años

/ Guadalupe Loaeza /

Cuando la mujer votó por primera vez, en México, a partir del 17 de octubre de 1953, yo tenía siete años. Entonces el presidente era Adolfo Ruiz Cortines, “el viejito”, como le llamaban, porque era un hombre muy canoso, siempre vestido con un traje de tres piezas y una corbata de moñito, aparecía muy serio en los diarios y en la pantalla de televisión. La primera dama, María Izaguirre, se veía mayor que él, se pintaba el pelo de azul y siempre aparecía muy enjoyada. De ella, se decían cosas terribles, a pesar de que nunca faltaban, su marido y ella, como testigos de las bodas de la clase política, empresarial y social.

Sinceramente, en esa época, no recuerdo a mi madre ni a sus amigas preocupadas por no tener el derecho de votar. Bastaba con que su marido votara, tíos, hermanos e hijos (estos votaban a partir de los 21 años) para que en la familia se cumpliera con un deber ciudadano.

En las conversaciones y sobremesas, cuando se acercaba el final del sexenio, los comensales se pasaban horas adivinando quién sería el “tapado”, candidato designado por el Presidente. Claro, gracias al “dedazo” siempre ganaba el PRI. “¿A quién conoces del nuevo gabinete?”. “Yo al que conozco muy bien es a la mujer de Carrillo Flores”. “Mi marido está feliz porque es muy amigo de Fernando Casas Alemán, tiene varios negocios con él y ahora como secretario del Departamento del Distrito Federal, le va ir de maravilla”, comentaban por teléfono sus respectivas esposas, a quienes las tenía sin cuidado el no poder votar.

En realidad, no les importaba. El país les importaba solamente en la medida de sus intereses, de sus influencias y nada más. La mayoría no leían el periódico, salvo la sección de Sociales o las columnas de chismes de Agustín Barrios Gómez o las del Duque de Otranto. Su objetivo en su vida era casarse, formar una familia y casar muy bien a sus hijas e hijos. Las jóvenes no tenían carrera, no trabajaban y su máxima ilusión era tener una súper boda, con unos súper testigos, una súper luna de miel y vivir en Las Lomas.

Por su parte los “juniors” estudiaban en la Libre de Derecho y empezaban a hacer concesiones con prometidas hijas de políticos muy adinerados: “tú me das tu apellido y yo te doy mi dinero”, era la promesa prenupcial. Los “showers”, las bodas civil y la religiosa siempre se publicaban en la Sección de Sociales de los diarios capitalinos más importantes. Aunque para 1957, ellas ya podían votar, no lo hacían, para qué: “si siempre salía el PRI. Los políticos más corruptos del mundo”.

Respecto a la matanza de Tlatelolco en 1968, bien a bien no entendían lo que pasaba, lo único que les interesaba, en esos días, era ser edecanes y conseguir buenos boletos para los Juegos Olímpicos. A Díaz Ordaz lo odiaban por feo y porque designó a Luis Echeverría como Presidente, “un comunista tercermundista”.

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