Hamás

*Catalejo .

/ Esther Shabot./

Es inmenso el daño que la organización palestina Hamás, que gobierna Gaza, le ha hecho a Israel con el ataque perpetrado el pasado fin de semana en el que cerca de dos mil terroristas entraron al sur del país a asesinar a cualquier persona que estuviera a su alcance. No hace falta reiterar la crueldad y el sadismo con el que ejecutaron a militares y civiles, cerca de 1,200 seres humanos que encontraron la muerte a manos de fanáticos brutales sedientos de sangre.

También hemos escuchado acerca de los aproximadamente 150 rehenes que fueron llevados a Gaza para usarlos como escudos humanos o posible moneda de cambio en alguna eventual negociación. Mientras tanto, no se sabe en qué condiciones están ni cómo son tratados esas docenas de hombres, mujeres y niños, incluso bebés, quienes, junto con algunos militares, fueron arrastrados al interior de la Franja, heridos, maltratados y humillados. Sus familiares y la nación entera viven la angustia de la incertidumbre acerca de su suerte y de la condición en la que se encuentran.

Pero debe quedar claro, sobre todo a quienes encuentran todavía algún elemento positivo en Hamás, que el daño que esa organización ha hecho y seguirá haciendo a su propia población y a las legítimas aspiraciones del pueblo palestino a su independencia y autonomía, es muchísimo mayor que el infligido a Israel.

Quienes planearon y ejecutaron los ataques del 7 de octubre sabían que no sólo ellos arriesgaban sus vidas, sino que, a partir del día siguiente y en adelante, la sufrida población de Gaza, hombres, mujeres, niños y ancianos, serían víctimas de una arrasadora violencia en respuesta a un pecado que ellos no cometieron. Mucho se repite que los gazatíes viven en las condiciones más extremas de hacinamiento que se pueden localizar en el mundo, aunque ése no ha sido su problema principal. Mucho más grave ha sido la tiranía que se estableció desde que Hamás, mediante elecciones que la colocaron en 2007 como autoridad en ese enclave, tomó el poder e impuso desde entonces un régimen teocrático fundamentalista y fanático, que, como todos los de su especie, reprime con brutalidad a la disidencia y opera con las directrices típicas de las tiranías, tan dadas a prohibir todas las libertades en nombre de principios religiosos inspirados en interpretaciones cargadas de fanatismo.

Nos preguntamos ¿cómo es que quien debería proteger a su población ha sido capaz de emprender una acción como la del sábado pasado, sabiendo, con un mínimo de lógica, que unos cuantos días después la Franja se tendría que convertir en un infierno para todos sus pobladores? ¿Qué clase de expectativas tenía el liderazgo de Hamás acerca del curso que tomaría la dinámica en los siguientes días? Éstas son preguntas que no pueden tener respuesta más que si comprendemos que Hamás está integrado por camarillas de fanáticos islamistas, para quienes el combate a muerte a los infieles, a aquellos que no comparten la misma fe a la que ellos están apegados, debe ser una misión sagrada, a fin de desaparecerlos de la faz de la Tierra para establecer así el reino eterno de los verdaderos creyentes.

Es erróneo creer que la liberación de su pueblo de la ocupación israelí es lo que ha estado detrás de la saña con la que han actuado los terroristas de Hamás. Lo subyacente es otra cosa, es la convicción aprendida de los radicales islamistas tipo ISIS, Al Qaeda o Boko Haram, de que fuera del islam, tal como ellos lo interpretan, no hay salvación.

En los últimos dos años, ante una disminución de los ataques de Hamás hacia Israel, la percepción en el círculo político israelí fue que los líderes en Gaza habían optado por contenerse a fin de conseguir mejorías en las condiciones de vida de su gente. En efecto, hasta hace poco más de una semana, entre 17 mil y 20 mil palestinos de Gaza pasaban diariamente a trabajar a Israel, obteniendo ingresos que aliviaban sus penurias familiares.

Esa relación laboral funcionó en el sentido de convencer al gobierno israelí de que el mayor peligro en estos momentos no podía provenir de la Franja, sino que el riesgo mayor se centraba en la militancia activa en Cisjordania. Ello, más una serie de fallas garrafales en los sistemas de inteligencia y en la estructura militar de Israel, como consecuencia de la polarización y el caos que generó el gobierno actual de Netanyahu con su pretendida reforma judicial, son piezas del rompecabezas que pueden explicar, aunque de manera incompleta desde luego, cómo esta gran tragedia ha tenido lugar, cómo las aspiraciones de independencia nacional y autonomía del pueblo palestino y las necesidades israelíes de seguridad para sus habitantes, han quedado pospuestas quién sabe por cuanto tiempo más. Porque para este conflicto no existe solución militar, sólo puede funcionar una solución política, y ésta está hoy, por desgracia, más lejana que nunca.