Hannah Arendt: verdad y mentira en la política.

/ Carlos Javier González Serrano /

Hannah Arendt (1906-1975) fue sin duda una de las pensadoras que más desarrolló e indagó sobre las consideraciones socio-histórico-políticas del pasado siglo. Su denodado compromiso con el estudio e investigación de las condiciones en que el ser humano despliega su existencia en común, en sociedad, hizo posible uno de los análisis más extensos y certeros de cuanto se relaciona con el impulso del hombre a gobernarse a sí mismo. Algo que, en muy certeras palabras, y refiriéndose a Arendt, Fina Birulés denominó «la dignidad de la política».

Pudiera resultar curioso que, dada su vocación y la inexcusable vertiente reflexiva de sus escritos, Arendt rehuyera el apelativo de «filósofa»; incluso llegó a asegurar en una conocida entrevista que su intención no era otra que la de «mirar la política con ojos despejados de filosofía». Esta indómita e imprescindible autora se enfrenta a la realidad desde la realidad misma, desde la propia experiencia: es al perder este contacto con lo que acontece, con lo que se da en el mundo de los asuntos humanos, cuando topamos con todo tipo de teorías que pueden difuminarse tan fácilmente como castillos edificados en el aire. O lo que es peor, pueden distraernos –al amparo de la seductora vida teorética (bios theoretikos)– de la tarea esencial del pensamiento: poner mientes en la libertad y lo político en tiempos que ella misma tildó «de oscuridad», cuando aquella libertad no puede crecer a causa de su negación más contundente, el totalitarismo, que impide el desarrollo del propio pensar. Un totalitarismo que no sólo tiene que ver con los regímenes fascistas del XX, sino también con la necesidad de reflexionar sobre la pluralidad, sobre el hecho de que vivimos unos con otros y de que, a la fuerza, hemos de forjar un sistema comunitario que a todos convenga en base al sostenimiento de tal pluralidad. Tarea en efecto ardua y compleja. Y así, escribía:

Si los filósofos, a pesar de su necesario extrañamiento de la vida cotidiana y los asuntos humanos, han de llegar alguna vez a una verdadera filosofía política, habrán de convertir la pluralidad humana de la cual surge todo el ámbito de los asuntos humanos, con toda su grandeza y miseria, en el objeto de su thaumadzein [asombro].

Si bien es cierto que el análisis sobre lo político que Arendt presenta tuvo como mojón de inicio lo que denominó «el acontecimiento central de nuestro tiempo», esto es, el ascenso del nazismo al poder en la Alemania de 1933, también lo es que las obras de Arendt cobran una escandalosa y en ocasiones dolorosa actualidad. Claro ejemplo de ello lo encontramos en los textos recogidos en Verdad y mentira en la política, publicados por Página indómita. La inesperada llegada a la presidencia de Trump en Estados Unidos, el grave problema de los refugiados sirios deambulando como seres errantes por cada rincón del mundo sin cobijo ni alimento, la nueva reconversión y ensalzamiento del populismo, el usual recurso a la demagogia, el masivo desempleo en las sociedades occidentales, las evasiones fiscales de grandes fortunas al amparo de numerosos Estados, el desvalimiento jurídico de las capas económicas más desfavorecidas y un largo etcétera conforman una pléyade de hechos que hacen de Arendt un estandarte fundamental en el que buscar, si no respuestas, sí las cuestiones adecuadas.

Y es que ya escribía en el prefacio a Entre pasado y futuro que «Creo que el pensar como tal nace a partir de la experiencia de los acontecimientos de nuestra vida y debe quedar vinculado a ellos como los únicos referentes a los que puede adherirse». La más alta lección que Arendt brinda en este sentido es el de la responsabilidad, cuando comentaba, desolada (tras los sucesos de 1933 en Alemania), que «fue para mí un shock inmediato, y a partir de aquel momento me sentí responsable». Pensar y hacer, pensamiento y acción se encuentran unidos de manera indiscernible. Nadie como Arendt ha puesto esta fundamental relación sobre la mesa.

Ni el pasado ni el presente, en la medida en que es una consecuencia del pasado, están abiertos a la acción; sólo el futuro lo está. Si el pasado y el presente son tratados como partes del futuro –es decir, devueltos a su anterior estado de potencialidad–, el terreno político queda privado no sólo de su fuerza estabilizadora principal, sino también del punto de partida para el cambio, para empezar algo nuevo.

No es que, como Arendt argumentara comentando el fenómeno del totalitarismo, la ley se haya situado por encima o más allá de los individuos. El problema actual, de enorme envergadura para las sociedades llamadas democráticas, es que esa ley se ha separado peligrosamente de las instituciones que, en principio, deberían controlarla, supeditarla y, en última instancia, hacerla cumplir. Poderes muy distintos a los legislativos, judiciales y gubernamentales han entrado en liza, convirtiéndose en los auténticos valedores y defensores de una ley que se alimenta para mantener cada vez más vivas las prerrogativas de la banca y de los emporios petroleros y armamentísticos. Un mundo esquizofrénico en el que los intereses económicos se funden triste y funestamente con las inversiones de los Estados, repitamos, llamados democráticos.

Arendt nos enseña (como he desarrollado por extenso en mi capítulo dedicado a la relación de la alemana con Homero en el volumen Hannah Arendt y la literatura) que lo político sólo se pone de manifiesto y se lleva a cabo en el espacio público, es decir, cuando un hombre o una mujer sale a la palestra y se muestra, es decir, cuando actúa frente a los demás y se expone. Esta necesaria visibilidad, que nos convierte en iguales en un entorno político en el que vivimos los unos con y entre los otros, se pierde paulatinamente en un contexto como el actual, cuando las ideas sirven como parapeto y excusa para, precisamente, no actuar, y por tanto, para no pensar. En absoluto. Así, comenta en «Verdad y política» que

Nadie ha dudado jamás con respecto al hecho de que la verdad y la política no se llevan demasiado bien, y nadie, que yo sepa, ha colocado la veracidad entre las virtudes políticas. La mentira siempre ha sido vista como una herramienta necesaria y justificable para la actividad no sólo de los políticos y los demagogos sino también del hombre de Estado.

Los dos fundamentales textos que se recogen en Verdad y mentira en la política responden a la necesidad que Arendt siente por interpelar a gobernantes y a gobernados, es decir, a todos cuantos intervienen en la realidad del espacio público de lo político. Resulta fácil y muy tentador sumirse en el entorno de la intimidad (de lo doméstico) y huir de la responsabilidad que, como ciudadanos, nos corresponde. La política, lejos de lo que suele pensarse, es una opción: se realiza o no se realiza, y tal es la encrucijada en la que nos sitúan nuestros complejos tiempos y las palabras de la pensadora alemana. Arendt designa sin tapujos los síntomas ya más que visibles de un desfallecimiento, es decir, de una dejación de funciones por parte de los actores políticos, que somos todos, y nos incita permanentemente a tomar la decisión de pensar y actuar.

La política se ha devaluado hasta el punto de que la hemos convertido en un mero oficio en el que la mentira, la falsificación o la demagogia se justifican para alcanzar el poder. Un poder que ya no es político, es decir, humano, sino más bien económico y degradante. Acción y discurso se han separado de forma amenazadora, obviando con demasiada facilidad que la libertad política precisa del acontecer de los demás, de la aparición de los otros, esto es, que exige y demanda la pluralidad, un espacio que se da con y entre los seres humanos. Si para Arendt ser y aparecer coinciden, nuestra actualidad muestra con demasiada y peligrosa claridad que tal aparición (o comparecencia) no garantiza la creación y el fomento de lo político, pues, como ya se ha apuntado, los constructos eidéticos (en otro tiempo llamados ideologías), se han apoderado de la capacidad de pensar y actuar.

Para nosotros, la apariencia –algo que ven y oyen otros al igual que nosotros– constituye la realidad […]. La presencia de los otros que ven lo que vemos y oyen lo que oímos nos asegura de la realidad del mundo y de nosotros mismos.

Un volumen esencial y totalmente vigente en el que Arendt, a través del análisis de los conceptos de verdad y mentira, nos recuerda que la política nace en el entre-unos-y-otros, y nos hace interrogarnos, una vez más, sobre cómo la acción política es la que sostiene –y puede y debe sostener– la existencia más propiamente humana: la de un mundo compartido.

El aislamiento es ese callejón sin salida al que son empujados los hombres cuando es destruida la esfera política de sus vidas, donde actúan juntamente en la prosecución de un interés común […]. Sólo cuando es destruida la más elemental forma de creatividad humana, que es la capacidad de añadir algo propio al mundo el aislamiento se torna inmediatamente insoportable. […] Bajo semejantes condiciones, sólo queda el puro esfuerzo del trabajo, que es el esfuerzo por mantenerse vivo, y se halla rota la relación con el mundo como artificio humano.

Fuente: elvuelodelalechuza.com/