A juicio de Amparo
/María Amparo Casar/
Nunca ha habido una palabra de reconocimiento hacia el INE por parte del Presidente. Mucho menos de respeto. Cuando tomó posesión, tuvo algunas expresiones de agradecimiento y reconciliación para algunos sectores y personas, incluido el presidente Peña Nieto. Ninguna para el INE. No las…
Nunca ha habido una palabra de reconocimiento hacia el INE por parte del Presidente. Mucho menos de respeto. Cuando tomó posesión, tuvo algunas expresiones de agradecimiento y reconciliación para algunos sectores y personas, incluido el presidente Peña Nieto. Ninguna para el INE. No las habrá. Lo previsible son más descalificaciones a la autoridad electoral. Para él, bien podría desaparecer, volverse un apéndice del gobierno o encargar sus funciones a alguna dependencia.
En algún momento (junio 2019), un connotado integrante de su partido —Pablo Gómez— declaró, refiriéndose al Consejo General del INE: “La existencia de un Consejo General con representantes virtuales de los partidos fue considerado necesario como instrumento de equilibrio y escenario de negociaciones entre los contendientes… Si acaso ese órgano fue alguna vez útil, ahora ya es innecesario …”.
El INE puede tener espacios de mejora, pero su presencia es más vigente y necesaria que nunca porque TODOS, los gobiernos federal, estatal y municipal no dejan de intervenir en las elecciones a través del desvío de recursos públicos o cualquier otro mecanismo del que puedan echar mano y porque los partidos y candidatos gastan más de lo permitido y viven en la opacidad. Sobre todo, porque sería peligroso volver a dejar en manos del gobierno en turno —del partido que sea— las funciones de aplicar las reglas de la competencia, los participantes en las elecciones, el conteo de votos y la validación de los resultados. Sería retroceder a los tiempos de la Comisión Federal Electoral como órgano dependiente de la Secretaría de Gobernación.
Es inaceptable decir que el Presidente y el INE están peleados y no se entienden. Yo no he visto al INE pelear contra el Presidente. Lo he visto tratarlo con respeto, sin caer en provocaciones ante los insultos de que ha sido objeto. También he visto al INE tomar decisiones de todo tipo. Algunas que agradan al Presidente, como el que le hayan dado el registro al Partido Encuentro Solidario o se lo hayan negado a México Libre. Otras que no le han gustado, como las medidas cautelares contra la indebida intromisión en el proceso electoral, promoción personalizada y violación a los principios de equidad, imparcialidad y neutralidad, derivadas de las conferencias matutinas.
Por esta decisión y otras, como haber retirado las candidaturas a aspirantes morenistas que presentaron irregularidades durante el periodo de precampañas, López Obrador no ha reparado en adjetivos contra el INE sin ocuparse siquiera de leer los argumentos que llevaron al fallo. Ha decidido construir la narrativa de que la motivación del árbitro es política, que está convertido en el “supremo poder conservador”, que le quieren quitar la mayoría, que juegan sucio, que atentan contra la democracia, que sus integrantes son “malandros de cuello blanco”, parte de mafias y que responden a “intereses de la maleantada”.
Tiene razón en una cosa: ha dicho que el INE decide quién es candidato y quién no. Así es. Es una facultad que le fue arrebatada al gobierno a inicios de la transición a la democracia. Tiene razón en otra cosa. Dice, con sorna, que “a lo mejor ya cambiaron las leyes o que antes no se aplicaban y ahora sí”. En efecto, el IFE del año 2000, en el que no participaba ninguno de los consejeros actuales, no le negó el registro a López Obrador como candidato al gobierno de la capital, a pesar de que incumplía con el requisito de haber nacido en el Distrito Federal o haber tenido residencia en los últimos cinco años. Incluso, a pesar de que, otra vez, Pablo Gómez —diputado de su mismo partido— denunció dicha ilegalidad.
Peor aún. Exhibe como un triunfo y hace gala de su colmillo político para violar la ley al poner al tristemente famoso Juanito como candidato a delegado de Iztapalapa para luego obligarlo a renunciar y dejar al frente de la delegación a la candidata de su elección, a quien se le había negado el registro.
En todo caso, si antes no se aplicaba la ley y ahora sí, debería estar muy contento porque el INE está siguiendo su máxima de que “por fuera de la ley nada y por encima de la ley nadie”.
No hay ningún indicio que indique que el Presidente vaya a abandonar la práctica de intervenir en las elecciones ni de que vaya a dejar atrás la costumbre de desacreditar al INE. Lo acompaña el dirigente de Morena, quien llegó al extremo de llamarlos gatilleros del PRIAN.
La esperanza es lo último que muere, así que, aprovechando la frase presidencial de que “hasta las piedras cambian”, no está demás exhortarlo a que piense en las consecuencias de lo que está haciendo. Hoy es él quien quiere erigirse en árbitro electoral y quien se ha autonombrado el vigilante de las elecciones. Mañana puede ser otro.