¿Hay que poner el cuerpo? Torsiones para lisiar los feminismos .

/ Lucía Bertona Y Gianna Mastrolinardo /

“Hay que salir a la calle a ponerle el cuerpo a la lucha, compañeres”. ¿Quién no escuchó esta frase resonando desde un micrófono en alguna movilización feminista? ¿O la leyó escrita en los pasillos de las universidades? Algo de todo esto a nosotras nos estruja las tripas: ¿qué cuerpos? Lo queremos decir fácil y sin vueltas: el capacitismo y el régimen político de la normalidad también están presentes en las prácticas de los movimientos políticos y sociales. Aún en las militancias que se proponen emancipatorias, se reproducen lógicas hegemónicas al configurar la praxis política. En esta nota, interpelamos y sospechamos lo sedimentado y cristalizado en el movimiento feminista.

Una escena: diálogo de contrapuntos

Nos conocimos en el marco de la militancia anticapacitista y feminista en Córdoba. Gianna Mastrolinardo, militante femi-disca, estudiante de Lic. en Ciencia Política de la FCS/UNC e integrante de “Orgullo Disca” y de la “Mesa de Trabajo en Discapacidad y Derechos Humanos – Córdoba”. Lucía Bertona, persona sin discapacidad, militante feminista y anticapacitista, becaria doctoral del CIECS (CONICET/UNC) e integrante de la “Mesa de Trabajo en Discapacidad y Derechos Humanos – Córdoba”.

Lucía: En las asambleas “Ni Una Menos” en las que participé, se congregaban muchas colectivas feministas de Córdoba. Recuerdo que a veces se hacían en el subsuelo de una facultad, en el centro. A unas escaleras de distancia, quedaban quienes rodaban en silla y no podían bajar. Nunca había pensado, hasta ese día, que mi ser bípeda conllevaba el privilegio en la acción política feminista.

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Imagen: Ana Medero para La tinta

Gianna: Durante muchos años, no pude ir a la calle a marchar por “Ni Una Menos” ni participar de las asambleas feministas. El transporte de la obra social no me lleva a las marchas, solo a rehabilitación y -después de insistir- a la facultad. Los taxis a veces no me quieren subir con la silla, ni hablar del gasto económico que supone acceder a ellos. Las violencias patriarcales que nos atraviesan hacen que me cause muchísima ansiedad subirme a cualquier auto. Subirme a un colectivo está del lado de lo imposible. Podría seguir explayándome en la persistencia de la infinidad de barreras que existen en los espacios urbanos.

Lucía: Fui a muchas marchas feministas y no me preguntaba por quiénes no estaban. Creí por mucho tiempo que se debía poner el cuerpo en las calles para hacer temblar al patriarcado, juntes. Me ocupaban y deslumbraban las presencias de ese acontecimiento político del “Ni Una Menos”. Aún no me podía preguntar por las ausencias.

Gianna: Deseaba infinitamente poder estar en los abrazos urgentes que veía en fotos y videos, que escuchaba en anécdotas. Me sentía incómoda por no habitar esos lugares. Tuve que construir mi propia manera de enunciarme como feminista. ¿Cómo podía identificarme como feminista si no estaba ahí? Empecé a repensar cuáles podían ser mis maneras de ser feminista: desde publicar en redes hasta debatir en la escuela o en el centro de rehabilitación. Sentía que no había camino para llegar a la marcha. No encontraba soluciones a varios problemas. Hace un año, fui por primera vez, mis amigas crearon la posibilidad de que pudiera ir. Una amiga me buscó en su auto y junto con otras fuimos caminando a mi ritmo y nos acuerpamos en las canciones. Frenaron cuando se trababa la rueda. Continuábamos. Fue una victoria estar ahí. Tiempo después, pude contraponerlo con la experiencia marchando en el marco del Encuentro LesBiTransInter Feminista de América Latina y el Caribe llamado “Venir al Sur”, que tuvo lugar en Montevideo. Para aquella marcha, se dispuso un protocolo anticapacitista en el que les discas podían ir al frente, marcando el ritmo. Se dispusieron dos paradas por si lo necesitaban. También había personas disponibles para asistir a quienes lo requerían y querían.

Sin embargo, dicen: “Hay que salir a la calle a ponerle el cuerpo a la lucha, compañeres”.

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Imagen: Ana Medero para La tinta

¿Hay que poner el cuerpo en las calles?

¿Quién no escuchó esta frase resonando desde un micrófono en alguna movilización feminista? ¿O la leyó escrita en los pasillos de las universidades? ¿O en alguna rosca entre activistas? Algo de todo esto a nosotras nos estruja las tripas: ¿qué cuerpos? ¿Cómo vamos a accesibilizar las luchas para todos los cuerpos? ¿Qué tiempos y espacios corporales se nos representan en imágenes a partir de escuchar ese lema histórico? Este lema, que se ha utilizado para la disputa en relación a la ampliación de derechos, a las transformaciones estructurales y como respuesta a la violencia política por parte de los aparatos represivos del Estado, produce fronteras en torno a la acción política colectiva. Lo queremos decir fácil y sin vueltas: el capacitismo y el régimen político de la normalidad también están presentes en las prácticas de los movimientos políticos y sociales. Aún en las militancias que se proponen emancipatorias, se reproducen lógicas hegemónicas al configurar la praxis política. Nos interesa interpelar, específicamente, lo sedimentado y cristalizado en el movimiento feminista. Sospechamos de todo aquello que no se propone una erosión. Proponemos aquí algunos hilos para tirar y lisiar la política de los feminismos.


Creemos que en nuestros feminismos y activismos sigue operando -y peor aún, no problematizamos lo suficiente- un régimen político de la normalización de los cuerpos como sesgo naturalizado en nuestra construcción política colectiva. Este ejercicio de escribir es una excusa para acentuar la urgente necesidad de ampliación de la conciencia crítica. Esta tarea conlleva desocultar verdades y certezas, y, por lo tanto, incomodarnos haciéndonos otras preguntas.


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Imagen: Ana Medero para La tinta
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Imagen: Ana Medero para La tinta

Desde los feminismos, venimos forjando la posibilidad que nos arrebató el neoliberalismo de imaginar otros presentes y futuros para nuestras vidas. Pero desde los márgenes de esa posibilidad, gritan otras voces. Las ausentes a las que se les exige que estén y que se supone que si no están es porque no quieren o, peor aún, porque se cree que la accesibilidad a la política es secundaria. Como si “poner el cuerpo en la calle” fuera la única vía de la política para la transformación social. Nos preguntamos juntas: ¿cómo construimos ese “entre” de las relaciones sociales activistas para poder crear propuestas que desarmen el optimismo de la voluntad del sistema neoliberal?

Naturalizamos que la desigualdad podría ser una cuestión de voluntad. Si queremos, podemos. Un “poder” ligado a todos los cuerpos y a todos los contextos. Es momento de pensar en experiencias situadas desde y con aquellas corporalidades que se encuentran en las luchas desde otras prácticas, lugares, tiempos y posibilidades. Pero, ¿cómo garantizamos el acceso a espacios y tiempos de encuentro? Ante las manifestaciones en la vía pública como forma privilegiada, ¿qué alternativas de “poner el cuerpo en la calle” podrían construirse? Y frente al lenguaje complejo de la rosca política, ¿a quiénes se les garantiza la posibilidad de proponer, entender y gritar consignas? ¿Cómo accesibilizamos las discusiones?

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Imagen: Ana Medero para La tinta

Lisiar la política, torcer los feminismos

Recuperando la Teoría de la mujer enferma de Johanna Hedva, para quien los cuerpos invisibles son excluidos de la definición hegemónica de la acción política en el espacio público, nos preguntamos por los límites de la acción política en sus formas reconocibles, instituidas y legitimadas, en concreto: ¿qué pasa con la politicidad de las prácticas de las personas y colectivos que no pueden o no desean “poner el cuerpo en las calles”? Nos urge, desde la lucha anticapacitista, poner sobre la mesa feminista la necesidad de la ampliación de los límites que definen lo político. Creer que la dimensión organizada de la misma -colectivos, organizaciones, asociaciones, partidos, etc.- desde los términos que tradicionalmente se plantean es la mejor vía para la transformación y emancipación social supone el borramiento de experiencias de otras prácticas y corporalidades.


No pedimos inclusión. No queremos construir más mandatos o regímenes de verdad feministas. El punto es más bien ético y político. No queremos más promesas. La inclusión es una de ellas. Se trata, más bien, de incorporar la potencialidad del anticapacitismo para trazar otras maneras de hacer política. Las transformaciones sociales que necesitamos tienen que problematizar lo incorporado de los regímenes políticos de la normalización y de la capacidad corporal obligatoria, que nos propone Robert McRuer.


Nuestras estrategias feministas vienen discutiendo y debatiendo con cierta ideología de la normalidad en torno al androcentrismo, al cis-heterocentrismo, a los feminismos hegemónicos, al colonialismo. Proponemos entonces una pregunta transversal: la del cuerpo legítimo para la lucha. Necesitamos perspectivas y prácticas que puedan reconocer la urgente necesidad de lisiar la políticaEs hora de que, cuando enumeremos los colectivos o estructuras de poder que articulamos en la interseccionalidad, también nombremos a la discapacidad, no desde su tematización, sino desde los apoyos y condiciones políticas desiguales para la participación de diferentes corporalidades. ¿Qué redes de apoyo estamos produciendo para lograr la participación en las actividades de los movimientos feministas? Hablar de la construcción política y colectiva de una red de apoyos no implica necesariamente hacerlo desde la idea de inclusión, ya que la misma nos sigue proponiendo el supuesto previo de universalización de una identidad común feminista. ¿Qué pasa con quienes, atravesades por múltiples condicionantes -no sólo físicos-, no pueden “estar en todo” o “hacer todo”?

Lisiar la política feminista tiene que ver entonces con desactivar la ficción capitalista de autosuficiencia y productividad. Implica accesibilizarla de manera transversal, es decir, que nos implique a todes traicionando el capacitismo. También, porque dibujar otras maneras de hacer política no solo es necesario para les discas. ¿Qué disputas políticas necesitamos desde nuestros feminismos? ¿Y qué cuerpos estamos suponiendo como reconocibles en las formas legitimadas para esas disputas? Para nosotras, lisiar la política implica la oportunidad por una pregunta que nos susurra desde el fondo: ¿cómo sostener y cuidar la vida desde la interdependencia? La urgencia también radica en desarmar las lógicas de jerarquización, estandarización y estigmatización de los cuerpos en lucha y los apoyos necesarios.

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Imagen: Ana Medero para La tinta

Los estudios críticos en discapacidad plantean la necesidad de volver a traer el cuerpo a la escena de la política. Junto a beto canseco y Judith Butler, nos proponemos traer el fondo al foco: ¿cómo se articula políticamente la humanidad? ¿Cómo disputan y se articulan los cuerpos y los colectivos en la lucha por el reconocimiento como humanos? ¿Cómo lisiar el histórico legado del feminismo sobre la producción política desde las experiencias corporales? Se trata, entonces, de redistribuir la reconocibilidad de lo humano y de lo político en las disputas por el buen vivir y la dignidad.


La discapacidad como relación social no es asunto sólo de les lisiades, el capacitismo no solo afecta a les discas. Jonathan Maldonado Ramírez, un querido compañero de México, nos invita a pensar a la discapacidad como forma de vida siempre dispuesta a tocarnos, como una fuga o margen de las temporalidades y sensibilidades instituidas, como instancia que nos devuelve a una vulnerabilidad compartida, propuesta por Butler.


Reflexiones que nos permiten explorarnos como sujetes polítiques y como feministas desde la experiencia común de precariedad y de la importancia de pensar en la interdependencia para la sostenibilidad de la lucha, para la sostenibilidad de la vida. No podemos asumir los diálogos y acciones anticapacitistas desde los feminismos si seguimos pensando que este es solo un asunto de las propias personas con discapacidad. Creemos necesario comprender la gestación de otros modos de participación política no desde la renuncia, la resignación o el consuelo, sino desde la potencialidad que existe en la ampliación de los modos de luchar, la construcción de sistemas de apoyo y la accesibilización de las discusiones.

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Imagen: Ana Medero para La tinta

Comenzar a pensar en la interdependencia como modo de hacer vida en común en sociedades extremadamente desiguales implica necesariamente discutir políticamente la redistribución de la dependencia. De este modo, interpelar la política y los feminismos desde la experiencia disca nos convoca a reimaginar los proyectos políticos del buen vivir, despatriarcalizadores y también anticapacitistas desde los cuales hacerle frente a los regímenes de muerte que el capacitismo capitalista, patriarcal y colonial nos proponen. En esta tensión, se juega finalmente la representación del cuerpo productivo, también presente en los imaginarios y horizontes de nuestros movimientos y acciones políticas. Creemos que es urgente lisiar la política y los feminismos para la lucha por posibilidades de vida más justas y menos violentas. Lisiar la política para trazar otras maneras de participar y conquistar nuevas trincheras. Lisiar la política para los abrazos urgentes.

*Por Lucía Bertona y Gianna Mastrolinardo para La tinta / Imagen de portada: Ana Medero para La tinta.


Gianna Mastrolinardo es militante femi-disca, estudiante Lic. en Ciencia Política FCS/UNC e integrante de “Orgullo Disca” y de la “Mesa de Trabajo en Discapacidad y Derechos Humanos – Córdoba”. Lucía Bertona es una persona sin discapacidad, militante feminista y anticapacitista, becaria doctoral del CIECS (CONICET/UNC) e integrante de la “Mesa de Trabajo en Discapacidad y Derechos Humanos – Córdoba”.

*Reflexiones compartidas en el X Congreso Iberoamericano de Estudios de Género y las XV Jornadas Nacionales de Historia de las Mujeres, realizado los días 29-31 de mayo, 2023.

Publicado originalmente en La Tinta

 

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