Hombres tristes

/ Alma Delia Murillo/

Me siento triste, dijo uno de los hombres del círculo. Yo igual, yo también, y así siguió el eco de tristezas. Alguno incorporó una emoción distinta: siento miedo. Yo los observaba sentada fuera del círculo, esos quince hombres estaban ahí porque quieren entender los resortes de su violencia. Hablan en primera persona, dicen “esta semana decidí ejercer violencia verbal contra mi pareja” o contra mi madre, o contra mi hermana.
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Cada 8 de marzo que la comunicación habla de la violencia histórica que se ha infligido sobre nuestro género, cada campaña de mujeres con el ojo morado en espectaculares, me pregunto por qué dejamos el otro lado de la comunicación vacío. Cada “amiga, date cuenta” que deja sin interpelar al amigo, al violento, al que de hecho causa el daño, siento cómo crece el abismo de la opacidad sobre la masculinidad a la que la sociedad no cuestiona y cubre con un velo irreflexivo que ha formado a los hombres sobre sí mismos sistémicamente inconscientes de sus machismos y privilegios (dije sistémicamente, no se ofenda si usted es un ser que mira en su interior).

¿Por qué la conversación sobre violencia de género pareciera ser un tema de mujeres para mujeres?, ¿no debería promoverse con la misma intensidad interpelando a los hombres?, ¿no deberían ser para ellos las campañas de comunicación social? “¿Por qué le pegas?”, “Si te dijo no, es que no”.

Sería increíble leer y escuchar eso, en lugar de solo “Mujer: llama a la línea de ayuda”.
Si la violencia es el vehículo que se utiliza entre hombres para ganar estatus unos frente a otros, no es descabellado pensar que la recompensa de otorgar valor por ese tipo de conductas es un sistema que deben desmontar los hombres entre sí.

Refraseando a Rita Segato cuando dice que la masculinidad para mantenerse inquebrantable necesita confirmarse entre interlocutores masculinos, lo lógico sería que si esos interlocutores dejan de confirmar, aprobar y reforzar las acciones violentas, de a poco el sistema de masculinidad se reconstruya con nuevos valores.

Vuelvo a ese lugar donde presencié una sesión de trabajo de la organización Género y Desarrollo (Gendes) que trabaja con hombres que se adscriben a un proceso de reflexión sobre su violencia y asisten a lo largo de 16 sesiones: ¿qué hacen durante esas sesiones? Hablan sobre sus conductas. Narran los eventos donde fueron violentos, pero también hacen el relato de sí mismos y me parece que ahí es donde está el punto de inflexión pues asoman los detonadores emocionales.

Relatando lo sucedido, comprenden que hay detonadores como tensión, miedo y tristeza (abrumadora mayoría del reconocimiento del estado anímico “estoy triste”) cuando hasta ahora, ellos creían que la única emoción para catalizar su universo interior era la ira.

Hacen acuerdos de transformación y el resto del grupo los respalda. No sé si logren transformarse, pero qué gran principio reconocerlo e iniciar un proceso de cambio. (Si a alguien le interesa, el sitio está en la colonia Roma).

Hace poco leí una publicación del escritor José Casas: “el patriarcado mató a mi papá”, refiriéndose a cómo el rol impuesto a las generaciones masculinas anteriores privó a los hombres de conectar con sus hijos, cómo la cauterización emocional que sostiene la “fortaleza de carácter” ha dejado vacío el asiento del padre sabio y amoroso.

Lo que Casas dice establece una conexión con aquello de Segato sobre el intenso sufrimiento masculino y cómo los hombres son también víctimas del patriarcado, pero eso no cambiará hasta que rompan el pacto de aceptación entre ellos.

A Rubiales lo tumbaron las mujeres de su puesto en la Federación Española de Futbol, pero es la mitad del camino, el verdadero cambio será cuando sus pares, los otros hombres, no toleren esas conductas.

La doctrina de la masculinidad fuerte, dispuesta a la pelea, a gritar “pendejo” al automóvil de al lado: ¿en qué estado emocional llega al terminar el día?, ¿cómo te conviertes en adulto tragando tristezas y vulnerabilidades, no llorando cuando murió mamá o cuando aquel accidente o cuando te echaron del empleo?

Debe ser difícil dejar de ser hombre como se aprendió en la tribu para ser hombre de otra manera, pero lo necesitamos desesperadamente, ustedes y nosotras.

Tengan la valentía de reconocer su tristeza.