IDIOSINCRACIA MARRULLERA

/Juan José Rodríguez Prats/

 

No podemos escapar de los juicios de valor, de la elección de valores
Timothy Snyder.

 

El respeto al derecho ajeno es la paz, pero el respeto al derecho propio es legitimidad. No se puede exigir afuera lo que no se cumple dentro. El derecho es ética y, desde luego, política. Para hacerlo se necesita decencia y delicadeza; para cumplirlo es menester el coraje y la integridad. Lo que se ha hecho con las leyes en los tiempos recientes es la más abominable porquería. Se ha lesionado aún más el carácter del mexicano en su ya de por sí endeble “patriotismo constitucional”.

En la cultura occidental se viene insistiendo en un añejo valor, la dignidad de la persona y eso es precisamente lo que se ha lacerado. Los miles de empleados del Poder Judicial (federal y estatales) han sido brutalmente atropellados y dejados en la indefensión. Los fines del derecho son la justicia, la seguridad y la conservación. Saber a qué atenerse; qué se puede hacer y qué no. Para la autoridad únicamente lo que la ley le autoriza; para el particular, todo con excepción lo que la ley le prohíbe expresamente.

Desde los primeros intentos de organizar a la sociedad se ha venido insistiendo en tener gobierno de leyes, no de hombres. Sin embargo, no es posible deslindarlos. Si en los responsables de esta compleja tarea no hay convicción firme de cumplirlas y hacerlas cumplir, no fructifica ningún esfuerzo por lograr una mejor convivencia social.

Relato una anécdota. En 1948, el afamado matemático y filósofo austriaco Kurt Gödel solicitó su naturalización como ciudadano estadounidense. Yaniv Roznai, en su libro Reformas constitucionales inconstitucionales (p. 323) refiere un diálogo que se dio durante el proceso:

Examinador: Bueno, Sr. Gödel, dígame de dónde es usted.
Gödel: ¿Que de dónde soy? De Austria.
Examinador: ¿Qué clase de gobierno tenían en Austria?
Gödel: Austria era una república, pero la constitución, tal como era, permitió que se reformara para dar lugar a una dictadura.
Examinador: ¡Oh! Eso está muy mal. Eso no podría ocurrir en este país.
Gödel: Mhhh, claro que puede pasar y puedo probarlo.
Examinador: Oh Dios, mejor no hablemos de eso…

Nunca se supo a qué se refería el connotado científico, pero hechos recientes nos pueden dar una pista.

En junio pasado, la Corte Suprema de Estados Unidos, rompiendo su arraigada tradición de respetar la ley, resolvió, con argumentos sin sustento racional, que Donald Trump no estaba impedido para contender por la presidencia de ese país por su involucramiento en actos subversivos, éstos sí fehacientemente probados. La decisión la tomaron seis de los nueve jueces de ese órgano colegiado. Sonia Sotomayor, quien votó en contra, acusó a sus colegas diciéndoles que habían puesto al ahora presidente por encima de la Constitución.

Desafortunadamente, las normas jurídicas siempre tienen rendijas, subterfugios, artimañas, para soslayar su observancia. Es el núcleo de la mentalidad del tramposo, del maniobrero, del que hace del derecho una maleza en que las personas se ven anuladas en la defensa de lo que en justicia les corresponde. Marrullería me parece el término que mejor define esa manera de actuar de los peritos del derecho. Idiosincrasia, “conjunto de ideas, comportamientos, actitudes particulares o propios de un individuo o de un grupo colectivo humano”.

Idiosincrasia marrullera, por ejemplo, la de la presidenta Sheinbaum. En las mañaneras, ante decisiones contrarias a su gobierno, generalmente expresa: “Estamos viendo cómo le damos la vuelta”, un estribillo que se repite haciendo evidente su desprecio a la ley.

México no necesita heroínas o héroes envueltos en la bandera nacional que se arrojen al vacío desde el segundo piso de la 4T. El país necesita políticos responsables que asuman sus deberes. Sheinbaum debe imprimirle un sello propio a su gobierno. Ello implica gobernar para todos los mexicanos y no como líder de una facción. Asumir plenamente la titularidad del Poder Ejecutivo federal en estos tiempos difíciles.