Idiosincrasia antidemocrática .

** El Ágora .

/ Octavio Campos Ortiz /

Tal vez nuestra idiosincrasia atávica nos aleja de ansiar una verdadera democracia; los mexicanos no sentimos la necesidad de contar con representantes populares que resuelvan nuestras urgentes necesidades y nos conformamos con sobrevivir a los regímenes que nos han tocado, los cuales dan razonables márgenes de convivencia social y poca participación ciudadana.

Tenemos un Estado que, por apatía de los mexicanos, poco a poco abandona su función primigenia de mantener el paco social, proteger la vida y patrimonio de la gente, así como garantizar la paz y el orden social.

La democracia no solo es un sistema de gobierno, sino una forma de vida, y el país está lejos de ser una democracia occidental.

Nuestra idiosincrasia nos hace resignarnos a los gobiernos que tenemos, los cuales no propician el buen gobierno, el bien común, el reparto equitativo de la riqueza, el respeto a la moral pública y los valores sociales; mantenemos la vigencia del contrato social porque vivimos en un mundo globalizado que exige ciertas normas de civilidad.

Nuestro origen histórico ha sido antidemocrático, venimos de un imperio, los aztecas eran una sociedad de castas, con gobiernos verticales donde hasta arriba estaban tlatoanis, sacerdotes y guerreros, el pueblo era el infelizaje, sometido por la demagogia del gran tlatoani, quien se creía la encarnación, guía y salvación del mismísimo pueblo. Nada más alejado de una sociedad participativa.

Con la conquista española vino la instauración de la Colonia, cuyo virreinato fue la extensión de la Corona con los excesos de los representantes reales y de los soldados ibéricos que reclamaron como botín de guerra prebendas, títulos nobiliarios y una buena dotación de esclavos indígenas.

La Independencia tampoco trajo consigo las mieles de la libertad y la democracia, las cuales ya existían en Europa y los Estados Unidos. Abatidos los insurgentes y libertarios como el traicionado Vicente Guerrero, se instauró un primer y efímero imperio, lo más antidemocrático.

Luego vivimos un siglo de guerras intestinas, asonadas, cuartelazos, promulgación de planes que desconocían gobiernos, la interrupción por otro imperio, el de Maximiliano de Habsburgo, y llegó la restauración de la República, la cual pretendió poner orden solo en la cosa pública, pero un gobierno en bancarrota poco interés puso en establecer la democracia como forma de vida. Por cierto, el Benemérito de las Américas duró 14 años en el poder, nada democrático. El antihéroe por antonomasia, Porfirio Díaz, con treinta años en poder -sin elecciones o con comicios arreglados-, dio estabilidad al país, logró el desarrollo económico e impuso el orden social sin muchas libertades ni equidad.

El siglo XX y la Revolución Mexicana fue un intento fallido por democratizar al país, tanto como forma de gobierno como sistema de vida. Madero nunca tuvo un proyecto político que redujera la brecha entre pobres y rico, ni propuso la distribución de la riqueza -se lo exigieron Villa y Zapata-, por eso fracasó. Fue la Constitución de 1917, primera en hablar de los derechos sociales, y la institucionalización del gobierno que hizo Plutarco Elías lo que permitió acabar con los golpes militares y crear el andamiaje de nuestra imperfecta democracia.

Casi después de un siglo se logró la alternancia, pero no necesariamente vivimos una democracia. Llegó la 4T y prometió el ansiado cambio, el gobierno que acabaría con la pobreza y garantizaría el bienestar para todos. No más desarrollo económico neoliberal sino indicadores de bienestar.
Lamentablemente, los mexicanos seguimos con los gobiernos que merecemos.

Solo votamos por quimeras, el hartazgo social no ha logrado que elijamos el gobierno que garantice crecimiento, empleo, educación de calidad, salud como en Dinamarca, vivienda digna, seguridad y justicia, que es el verdadero sistema democrático de vida.

Ante la ausencia de administraciones que trabajen en la consecución de esos objetivos, avanza el abstencionismo, la gente no se siente con ganas de votar. Por eso no tenemos los gobernantes que necesitamos; nos quejamos del gobierno, pero votamos por quien nos engaña o hace ofertas populistas. Esa es nuestra idiosincrasia, no nacimos para la democracia, no nos quejemos más.