IMPLOSIÓN Y CORRUPCIÓN

SOBREAVISO.

René Delgado.

Tal es el nivel de la polarización y el revanchismo político, y tal el número de vidas y empleos perdidos por la crisis, que se está dando un fenómeno increíble.

Hay quienes quieren ver en el caso de los sobornos y el cohecho una mera maniobra distractiva y no la brutal evidencia de la putrefacción de la política fincada en la transa y el dinero, en la complicidad disfrazada de comunión en un proyecto, el anterior proyecto.

No un adversario, sino un aliado -resuelto a traicionar a los suyos y salvarse él mismo- ha expuesto no la corrupción del sistema, sino la corrupción como sistema, tal cual la describió tiempo atrás Gabriel Zaid.

Ante el miedo de verse enchiquerado con la familia en otra celda, ese presunto cómplice convertido en manifiesto delator ha ofrecido demostrar cómo se borró la frontera entre política y delito.

No, no es un cuento para divertir y divertirse. Es una denuncia formulada ante el Ministerio Público que, de no acreditarse, complicará aún más la situación del condenado.

Parece la explosión de un nuevo escándalo. Lo es, pero también es la implosión de un grupo instalado en el poder durante los últimos tres sexenios que, convencido de su inamovilidad por alternarse sin variar, se creía impune al saquear recursos públicos o abusar de ellos, exento de rendir de cuentas e inmune a la auscultación de sus tropelías y secretos.

Un grupo que, diciéndose distinto en su composición, resultó semejante en su actuación. Quizá por ello, algunos de sus integrantes funcionaban igual en un gobierno que en otro o en el servicio público o privado. El panismo no jaló al priismo a una nueva cultura política, el priismo lo arrastró a la suya.

La élite que confundió el poder con el tener, la posición y la oposición con el enjuague o el negocio, el acuerdo con la complicidad, el servir con el servirse y la modernización del país con la tradición de enriquecerse a sus costillas fue puesta al descubierto por uno de ellos, un miembro de su propio clan.

Más allá de los importantísimos personajes implicados y las instituciones arrastradas por el réprobo, el remozamiento del régimen impulsado y animado en condominio por el priismo y el panismo con sus apéndices se tambalea al verse sentado en el banquillo.

No hubo un pacto por México, sino un impacto contra México. Al reformar estructuras batiéndolas con la corrupción, deformaron más de una de ellas.

Ciertamente, falta ver el desenvolvimiento y el desenlace judicial del caso y determinar si la conclusión sirve o no al propósito de hacer justicia y fortalecer el Estado de derecho, pero no se requiere ser jurista, politólogo ni ortopedista para reconocer una fractura expuesta.

Eso y no otra cosa es lo ocurrido estos días. Tronó una forma de hacer política y dinero, dejando ver piel, músculo, hueso, nervio, alma y cartera de quienes gozaban de practicar y preservar esa ancestral tradición de robar desde el poder, jurando trabajar en beneficio del país.

Falta conocer el desenlace jurídico porque, obviamente, los implicados en los sobornos, las transas y la compraventa de votos no se van a quedar de brazos cruzados. Si reaccionan en un marco de civilidad, formarán su respectivo ejército de abogados no sólo para esquivar la amenaza de verse procesados, sino también para hundir a quien ahora los quiere ahogar.

A saber, el desenlace, pero no se requiere ser adivino para reconocer el efecto político.

A diferencia de otras ocasiones, en esta no fue el hombre del poder en turno quien señaló desde las alturas al chivo expiatorio del sexenio para, luego, dejar hacer y deshacer a los suyos.

No, fue diferente. Tras disfrutar muy brevemente de la gloria y la fortuna mal habida para luego darse a la fuga, ser apresado y verse acorralado, el chivo espantado -o, si se quiere, chivato- negoció entregar al resto del rebaño con tal de no verse hecho barbacoa. Resolvió quebrar el molde de conducta acostumbrado en el amafiamiento político.

El que un presunto delincuente político quiera beneficiarse del criterio de oportunidad para zafarse de sus fechorías a cambio de enganchar a sus secuaces, rompe los términos de entendimiento -el secreto, el reparto, el solapamiento y el silencio- de aquella cofradía.

Es difícil pronosticar si el conjunto del rebaño pasará a la báscula y eventualmente al encierro o sacrificio, pero la fractura del grupo es innegable. A algunos criminales les ha de inquietar verse penetrados por los políticos.

Sin duda vendrá el espectáculo que prolongará su temporada hasta las elecciones, teniendo por maestro de sermón y ceremonia al Ejecutivo, que vive un momento de solaz esparcimiento y exagera la postura, pero lo sucedido no es cualquier cosa.

Aun con el ingrediente de la espectacularidad, lo ocurrido es sustantivo. Sienta un precedente para quienes los tienta la idea de asociarse en el delito desde la política para enriquecerse a costa del erario o la extorsión.

Si el mañana no siempre es predecible, ahora con la posibilidad de quitarse o aflojarse los grilletes a partir de la delación, lo será menos.

Por lo demás y al margen del show tan incorporado a la política, lo expuesto hasta ahora ahonda el desconcierto de la oposición, justo cuando precisa tener claro su rol y posibilidad ante el proceso electoral en puerta.

Lo sucedido la obligará a acelerar o frenar la idea de integrar un bloque o un frente opositor, a determinar si es mejor ir junta o separada, ahora que ha sido expuesta no como aliada, sino como un cártel político-criminal con registro electoral.

Cómo aliarse así. Cómo defender las reformas, si las deformaron. Cómo resistir, si se rindieron. Cómo oponer sin proponer.

¡Qué implosión! ¡Qué corrupción! ¡Qué llevados!.

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