Impunidad .

*Arrecife con sirena

/ Irene Vallejo /

Cuánta gente acata y hasta defiende las leyes en público reclamando su endurecimiento, pero a escondidas las incumple si puede. Además de los criminales profesionales y las mafias está la multitud de pequeños fraudes, trampas y connivencias que salpican la vida económica del país. Junto al crimen organizado convive el crimen desorganizado. Nuestro matrimonio con las leyes oculta muchas veces un inconfesado anhelo de infidelidad.

Reconocemos la utilidad del sistema legal pero envidiamos a quienes tienen el poder de actuar impunemente. Los antiguos griegos reflexionaron a fondo sobre estas ambigüedades. Se cuenta que Solón, primer magistrado y reformador de la constitución de los atenienses, recibió en su casa a un príncipe extranjero, Anacarsis, llegado desde los territorios de la actual Rusia.

Cierto día, charlando durante un banquete, Anacarsis dijo a su anfitrión: “Eres un ingenuo, Solón, si crees que tus leyes van a contener las injusticias y a frenar la codicia de los ciudadanos”. Solón contestó que los hombres respetan los contratos cuando a ninguna de las partes le interesa quebrantarlos y que él había unido sus leyes a los intereses de los ciudadanos de forma que saldrían ganando al cumplirlas mucho más que al desobedecerlas. Anacarsis soltó una carcajada que le humedeció los ojos: “Las leyes son simples telarañas que detienen a las moscas y dejan pasar a los pájaros. Las leyes enredan un poco, pero lo grande las rompe y se escapa”. Plutarco, que escribe la anécdota, añade que la realidad se ajusta más al pesimismo de Anacarsis que a las esperanzas de Solón.