Guadalupe Loaeza
Me temo que para muchos, no nada más en nuestro país, sino para todo el planeta Tierra, este año tendremos, desafortunadamente, una “In-Feliz Navidad” por el hecho de no poderla celebrar con la familia y con los amigos. No faltarán, sin embargo, los muy optimistas o irresponsables que ya tengan listos los romeritos, el bacalao y el pavo para doce o hasta más personas. Por más que coman, beban y echen relajo, como si no existiera la pandemia, es imposible omitirla de nuestro pensamiento por completo. Como bien escribe Elena Poniatowska en su muy amorosa felicitación de este año: “Recordaremos a quienes nos han precedido y se han ido solos en una cama de hospital -el recuerdo más doloroso y el más injusto-“. ¿Cómo no evocar asimismo a los que fallecieron por otras causas? Personalmente, esta noche no podré dejar de pensar en mis dos hermanos desaparecidos en este nefasto año del 2020, Enrique y Antonia, y en mi amiga Ángeles. Pensaré en sus hijos, nietos y amigos. Igualmente, pensaré en los míos, tanto familiares como amigos, con los que no pudimos reunirnos por temor al contagio. Poniatowska explica muy bien, en su misiva dirigida a su lectores, este sentimiento de frustración: “Es imposible abrazarnos ahora pero los que todavía conservamos la vida, que es el regalo más inapreciable, podemos hacerlo virtualmente y abrazarnos fuerte y desearnos lo más preciado: una buena salud (todo lo demás viene por añadidura) y que sigamos el heroico ejemplo de los que caminan con su tapabocas y siempre vamos a atesorar por su actitud ante la pandemia”. He allí una forma muy consoladora de ver las cosas. “Ojalá y logremos apoyarnos con eso tan irreal que se llama ‘abrazo virtual’ que por ahora es lo mejor que podemos ofrecernos”, sugiere Elena. De acuerdo. Abracémonos por medio del Zoom, felicitémonos por decenas de tuits y enviémonos muchas fotos, al lado de nuestro árbol, con grandes sonrisas. “No basta”, me digo tristona, a la vez que me pregunto desconsolada por un intercambio inexistente de regalos entre la familia, por los brindis y por la falta de cercanía física de nuestros seres queridos.
A pesar del consejo de mi amigo Bernardo Barranco, este año no puse Nacimiento. Me encuentro demasiado enojada con lo que pasa en el mundo, por la cantidad de muertos, por las pérdidas en todos los órdenes de tanta gente y por la infelicidad de millones de víctimas contagiadas por el coronavirus. ¿Tener fe en estas circunstancias? Es pedir demasiado. Tal vez en los únicos en los que tengo fe en estos momentos es en los médicos y enfermeras que han mostrado una entereza ejemplar. No obstante, muchos de ellos tienen una sensación de desesperanza ya que, por más que están luchando, temen que no acabarán nunca con esta pandemia. Por ejemplo, Érik Cárdenas, enfermero del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias, se lamenta porque: “Todo el instituto es una terapia intensiva. La parte política es una cosa, pero nosotros somos el termómetro de esto, vemos si disminuye, sigue igual o aumenta (…) y el personal ya está agotado, está cansado”. Eso de estar constantemente trabajando con la muerte ha de ser ciertamente agotador, no nada más física, sino moralmente. Por ello, Alma Edith Benítez, jefa de Enfermería del Hospital 20 de Noviembre del ISSSTE, advierte: “Lo que se necesita es ayudar y eso, creo, mucha gente no lo ha entendido. Si todos fuéramos responsables esto hubiera sido otra cosa, pero seguimos viendo en la calle gente sin cubrebocas paseándose. Dicen que por cada persona que no tiene cubrebocas en la calle es un día más de pandemia” (Reforma).
¿Cuántos días de pandemia está provocando López Obrador por no usar cubrebocas? ¿Cómo podríamos, los mexicanos, festejar una feliz Navidad, con un Presidente tan ciego ante la emergencia sanitaria que estamos padeciendo? De nada sirve que nos quejemos, que le reclamemos y que le supliquemos. ¡A él le vale y punto! El que también me resulta cada vez más insoportable es Hugo López-Gatell, subsecretario de Salud; a él, definitivamente, no hay que desearle feliz Navidad. Estoy convencida que le encanta escucharse hablar, declarar y disertar: él es puro bla, bla, bla, bla, bla… Ha de hablar en sueños, cuando está debajo de la regadera y mientras se amarra las agujetas. A mí, en lo personal, ya me marea y no le creo nada.
Por último y como un pequeño regalo de esta In-Feliz Navidad, les comparto, queridísimos lectores, la siguiente cita de Don Quijote de la Mancha: “Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”.