Rafael Cardona.
A ver, compañero, me va usted a explicar cómo es
esto: sin motivo jurídico alguno, el siempre etimológico Cuitláhuac García, (des) gobernador de Veracruz, fuerza a una fiscalía y un juzgado estatal para encerrar a Manuel del Río Virgen (MC), secretario técnico del Senado de la República, por el único delito visible en su carrera, ser amigo de Ricardo Monreal, el presidente de la junta de Coordinación Política de la Cámara Alta, y de la chistera se saca una imaginaria autoría intelectual contra el candidato a la presidencia municipal de Cazones, denunciado en su momento, por los mismos correligionarios del difunto, entre ellos el ahora excarcelado señor Del Río, pero si en los tiempos del encierro don Cui se regocijaba de su hazaña ilegal, ahora muge lamentos realmente incomprensibles, porque no le achaca la libertad del inculpado a las deficiencias naturales de acusar a un inocente, como hizo él a través de sus empleados veracruzanos en la fiscalía y la judicatura venal, sino a la amistad del liberto con un señor poderoso y pudiente, quien vendría a ser el ya dicho senador Monreal, a quien lo pudiente y poderoso se le ve cada vez menos, pues la Cuarta Transformación lo ha zarandeado bien y bonito, o mal y horrible, como se quiera ver, porque ha cometido varios pecados, algunos de índole nacional y otros de ofensa teocrática; es decir, le ha llevado la contra al siempre infalible presidente de la República, sombra de Dios en la Tierra para algunos de sus devotos, y en el terreno estatal veracruzano fue quien se atrevió a denunciar la tiránica ley por cuya aplicación tras supuestos agravios a la autoridad decenas de personas fueron encarceladas de la misma manera como preso estuvo Del Río, quien después de más de 200 días en chirona no tuvo ni siquiera la inútil satisfacción de escuchar un usted disculpe, sino por el contrario, ver cómo el señor Cui se montó en su macho (sin insinuación alguna a preferencia ninguna), y se dijo dispuesto a seguir con apelaciones y recursos leguleyos para salirse con la suya, la cual es no dejar salir a Del Río con quien ya tiene pleito casado sin respuesta alguna del aludido, cuya condición de víctima ha quedado demostrada sobradamente, pero todo esto tiene un origen y el principio de los abusos en Veracruz se debe a la inestimable (e inexplicable) protección del señor presidente hacia Cui,porque a pesar de tratarse de un solípedo asnal, recibe a cada rato el espaldarazo presidencial y para él han sido palabras de reconocimiento tan desmesuradas como fallidas, porque nadie puede decir en serio: es uno de los mejores gobernadores del país yy de la historia veracruzana cuando todos sabemos su sitio en la escala, apenas, muy apenas por arribita de la línea evolutiva, pero para el Palacio Nacional se trata de una lumbrera, cuando con frecuencia lo vemos tropezarse por esto o por aquello, pues no hila dos frases y mucho menos dos ideas; las primeras porque no las tiene y las segundas, por la misma razón, y sin embargo lo aplauden y lo apapachan y eso, obviamente lo estimula para seguir derramando el jugo de nanche o el torito de guanábana, mas no se puede evitar su punta en el campeonato de la estulticia morenista, sino por el contrario, valdría la pena admirarse ante el primer lugar en tan reñida competencia en la cual hay cada contendiente como para salir corriendo, pero éste se los lleva de calle, es casi como el Fórmula Uno de la ignorancia y la sevicia, mezcla explosiva con la cual le ha metido potencia a los motores de su desgobierno, cuyos desatinos causan reconocimiento y felicidad en el Zócalo de la ciudad de México lo cual nos lleva a todos a dudar de tantas cosas y a pesar de todo a dudar de tantas cosas y a pesar de todo reconocer la buena actitud de los jueces, última barrera en contra de los atropellos frecuentes de la 4-T, y ahora esperar lo inevitable: la mejor carta de MC para la candidatura al gobierno de Veracruz, cuando se marche Platero (y aquí me refiero al de Juan Ramón Jiménez; no al Niño de Atocha), es precisamente este preso político, como también lo fue –por las mismas causas y en la misma cárcel–, Dante Delgado.