Indignación Total

*La Vida de las emociones

/Valeria Villa /

Llegó a mis manos el libro Indignación total, lo que nuestra adicción al escándalo dice de nosotros (Laurent de Sutter, Ed. La Cebra, 2020) que es un intento desde la filosofía para explicar porqué la indignación es la emoción predominante de las sociedades de hoy.

Saltamos de una indignación a otra, comienza diciendo el autor. Desde los escándalos de acoso sexual, con el surgimiento del movimiento #Metoo en 2017, que se extendieron como la pólvora, pasando por las crisis migratorias o por la desgracia que fue para el mundo la presidencia de Donald Trump.

Dice De Sutter: “La indignación es un orgasmo seco, demasiado breve, casi siniestro”. Es una irritación que es casi un goce, una forma de vida en la que es imposible dejar de estar enojado o indignado siempre por el planeta en que nos tocó vivir.

¿Cuáles son los culpables potenciales de nuestra indignación? El populismo, el neoliberalismo, los fanáticos de izquierda/los fanáticos de derecha, el patriarcado, el colonialismo, la democratización, el consumo masivo, el egoísmo, la avaricia, el narcisismo y la servidumbre voluntaria.

La pregunta relevante de este libro es cómo opera la indignación, qué mecanismos y procesos la mueven. No se trata de ir a los culpables ni de buscar las razones, porque son ésas en las que estamos inmersos.

Los indignados analizan las palabras, los gestos y las imágenes y parecen gozar cuando pescan a alguien equivocándose. Probar que los otros están equivocados es una de sus motivaciones, la supremacía intelectual y gozar al formar parte del campo de los buenos contra el de los malos.

Hace algún tiempo Slavoj Zizek afirmó que ser liberal en el siglo XX significaba formar parte de una clase de privilegiados que miran a los otros desde arriba, que se ríen frente al escándalo de la vulgaridad y cuya sofisticación los diferencia de los vulgares. Los liberales son unos pedantes, concluyó. Explicó que el triunfo de Trump y de otros candidatos imposibles, era la prueba de que la elección es ante todo libidinal, ligada a la estructura tortuosa del deseo. Después de estas declaraciones, se le cerraron casi todas las puertas, por haberse atrevido a criticar a los liberales, adalides de la verdad, la bondad y la belleza que queda en el mundo.

Las consecuencias que una frase desdichada puede acarrear sobre el destino de una persona están fuera de control. La racionalidad del escándalo es una racionalidad de poder para controlar las conversaciones posibles en el mundo. Para determinar qué es lo decible y lo indecible, lo posible e imposible en el discurso. Es la racionalidad vigilante de un policía de la indignación. Hoy parece no haber alternativas: progresista o conservador, revolucionario o reaccionario, izquierda o derecha, amable o malvado.

Pero esto no es nuevo. En 1830 Shopenhauer dijo que el deseo de tener la razón constituye la perversidad natural del género humano y la vanidad la disposición afectiva que predispone a querer tener la razón aunque se trate de una mentira.

Los hashtags son el instrumento que utilizamos para indignarnos. Al usarlos, expresamos un consenso, un #Yotambién que no admite peros ni objeciones.

La indignación reúne a quienes indigna en un todo compacto que aparece como una identidad propia, que encuentra en lo que escandaliza una causa común.

Es notable que haya tanto goce en la indignación, demasiada afirmación rabiosa, lo que hace suponer que más que la causa de la indignación lo relevante es indignarse. Si estoy indignado debo tener razón y debo buscar el monopolio de ella.

La indignación produce aquello contra lo cual se subleva, al darle a lo que le disgusta una intensidad de existencia y al alimentar una rivalidad con los partidarios de la posición adversa. La indignación es el afecto primario de la era de la anestesia. De sociedades deprimidas que salen de ahí para escandalizarse y sentirse vivas. Es el sobresalto vital del depresivo, es el punto por el que se rompe la indiferencia.