La pederastia no es nueva, pero las redes sociales han derribado las barreras entre los depredadores y las víctimas, complicando hasta el extremo la protección de los menores. En este momento la Policia Nacional está investigando 140 casos en toda España de vídeos que circulan por la red con menores desnudos. De ellos, un 40% son de niñas en actitudes de alto contenido sexual, otro 40% son niños que se muestran como parte de un juego, de lo que creen que es una broma, y un 20% son menores de ambos sexos, muy pequeños, compartidos de forma inocente por sus propios familiares o amigos. Quizá les pareció divertido o tierno aquel baño de su bebé o la correría del crío desnudo pasillo arriba y abajo… Pero no hay inocencia que sobreviva a la mirada de un pederasta.
Los vídeos de las niñas sexualizadas son especialmente lacerantes. Se trata de imágenes perturbadoras, impropias de una infancia que no debería asomar al mundo de los adultos –menos aún a la afectividad y a la vida sexual– desde los códigos de la pornografía. A través de ella, extraen unas primeras lecciones de cómo mostrar sus cuerpos desnudos. ¿Qué las lleva a reproducir unas conductas tan explícitas y tan poco ajustadas a su edad? Para empezar, el acceso a la pornografía, tan fácil a través de los móviles, donde encuentran imágenes que, tras el inevitable impacto inicial, permiten que estas niñas sean manipuladas e intenten emular lo que se les presenta como algo normal. Por extraño que parezca, la policía también detecta el aburrimiento como una de las motivaciones que las lleva a iniciar un juego que nunca podrán dominar. Y, por supuesto, el chantaje. A veces, la coacción parte de desconocidos. Otras, de unos novios efímeros que, una vez pasado el enamoramiento, se creen dueños de las imágenes que les fueron confiadas. Son niños entrando en peligrosos juegos de adultos sin protección ni consejo.
La desnudez de la piel siempre conlleva más desnudeces. Desde el chantaje que el pederasta –o el amigo de su misma edad– inicia con una sola imagen, punto de partida para siempre pedir más, y más sórdidas, a la vergüenza de la víctima al saberse expuesta ante miles, millones de desconocidos. Una vez la imagen se sube a la red, no hay barreras del tiempo y el espacio que las frene.
¿Qué pueden hacer padres y escuela para prevenir la pesadilla? Control, pedagogía y comprensión. No ceder a la presión social que lleva a entregar móviles con acceso a internet a niños de 10 u 11 años. Y comprender que es necesario trabajar para proteger a los hijos. Cuando se entregue el móvil, educar en su uso y en los peligros que entraña, seleccionar las aplicaciones a las que pueden acceder y llevar un control del aparato. Y, si todo falla, darles el apoyo y la confianza que necesiten. La vergüenza y la tristeza pueden devenir trágicas.
Editorial El Periódico