Sin tacto
Por Sergio González Levet
Siempre he sido un cinéfilo irredento, incurable tal vez como los enfermos graves de la Covid-19. De niño en mi pueblo, el único entretenimiento eran las películas, que exhibían: tres mexicanas el viernes en la noche, dos gringas en función nocturna el sábado, una infantil en la matiné del domingo y una función mixta (gringa y mexicana) por la tarde.
Yo iba a todas, y mis papás me acompañaban también.
Vean, mi abuelo materno, don José Onesto Levet Lambert, era el gerente del cine que estuvo hace muchísimos años frente al parque Zamora del Puerto, así que mi madre creció prácticamente entre las butacas y los proyectores, y nos contagió su historia a sus hijos, mi hermano René y yo, que prácticamente nunca salíamos del cine aun ya viejos.
Pero llegó el coronavirus que cambió nuestras vidas, y muchos tuvimos que olvidarnos de las idas al cine, de las butacas, de las palomitas (debo confesar que he llegado a cuestionarme si lo que en verdad me gusta del cine son las palomas y no las películas, aunque ambas me encantan).
Yo estuve un año completo y días sin ir a una sala, y apenas ayer regresé a mi amado espacio a oscuras, en donde las figuras se proyectan como sueños y nos hacen vivir realidades diferentes e imposibles, por eso aún más creídas y queridas.
Llegué al complejo cinematográfico olvidado, entré de lleno a los protocolos de higiene extremos y por eso muy seguros, pedí los boletos en la taquilla, enseñé mi vieja tarjeta de fanático y me enderecé hacia la dulcería.
Como antaño, rabié por lo caro de las golosinas y me metí a la sala, que tenía la mitad de los asientos clausurados, para que guardemos la sana distancia.
Íbamos tres personas, así que fue un problema de logística resolver la manera de compartir la caja de palomitas cuando una de ella estaba a tres asientos de distancia. Pero triunfaron la necedad propia del mexicano, el hambre que también nos caracteriza y el ingenio que nos hace ser grandes técnicos en todo el mundo.
Antes de la película, nos recetamos los anuncios de rigor, hasta que las luces se apagaron y comenzó la historia.
Por suerte, en este regreso nos tocó ver una muy buena película del excelente actor Liam Neeson. Se llama El protector y es la historia de un gringo viejo que protege a un niño indocumentado, pues varios sicarios de un innombrado cártel mexicano pretenden matarlo. No les voy a contar toda la historia, y menos el final, pero la trama te mantiene atento las dos horas que dura el filme.
Volver al cine fue para mí como recuperar un poco la vida que perdimos con la pandemia; volver a vivir aquellos dulces momentos de cuando éramos normales y no sabíamos que éramos tan felices.
Ya podemos ir al cine, y así, poco a poco regresaremos al mundo… dejadme la esperanza.
sglevet@gmail.com