*Esa es la idiosincrasia mexicana: unirnos sin esperar instrucciones, transformar el dolor en movimiento, y sentir que ayudar al otro nos fortalece a todos.
/ Adela Ramírez /
En un instante, un estruendo estremeció Iztapalapa y transformó la rutina de sus habitantes en caos. Calles y casas se vieron envueltas en humo y confusión; los gritos, sirenas y carreras improvisadas marcaron los primeros minutos de una tragedia que nadie olvidará.
Pero entonces sucedió lo que siempre pasa en México: cuando la desgracia golpea, el corazón colectivo late más fuerte.
La primera reacción: tender la mano. Entre escombros y cenizas, vecinos que minutos antes huían regresaron para ayudar. Hombres y mujeres con cubetas improvisadas, mantas, agua y todo lo que tenían a la mano se convirtieron en rescatistas y enfermeros improvisados.
“Yo no podía quedarme viendo”, dijo una vecina mientras trasladaba heridos. Esa frase resume la idiosincrasia mexicana: la solidaridad no se planea, se actúa, y se hereda de generación en generación.
La fe como refugio
Mientras las consecuencias de la explosión se enfrentaban, muchos levantaron las manos al cielo. Otros sacaron imágenes religiosas, escapularios y veladoras chamuscadas. La fe, profundamente arraigada en nuestra identidad, se convierte en refugio y fuerza, acompañando cada acción solidaria.
Se escuchaban rezos entre el humo, como si cada “Padre Nuestro” ayudara a sostener a quienes luchaban entre la vida y la muerte. En México, la espiritualidad no es pasiva: se combina con la acción, con el abrazo y la ayuda tangible.
No pasó mucho tiempo antes de que cientos de personas acudieran a hospitales para donar sangre. Otros llevaron medicamentos, gasas, guantes, sueros y víveres. Familias enteras organizaron colectas de comida caliente, pan, café y cobijas. Las filas eran largas, pero nadie se quejaba; al contrario, se veía orgullo en cada rostro.
Esa es la idiosincrasia mexicana: unirnos sin esperar instrucciones, transformar el dolor en movimiento, y sentir que ayudar al otro nos fortalece a todos.
Una tradición de resistencia
La tragedia en Iztapalapa no es un hecho aislado. Desde los sismos de 1985 y 2017 hasta huracanes y deslaves, lo que emerge es siempre el mismo patrón: los mexicanos no se quiebran solos; se sostienen juntos.
El antropólogo Guillermo Bonfil Batalla decía que México ha aprendido a sobrevivir a golpes históricos —invasiones, catástrofes, injusticias— y que en esas heridas se forja nuestra identidad. Lo vimos otra vez en Iztapalapa: cuando todo parece desmoronarse, lo mexicano es no rendirse y ayudar al prójimo.
La tragedia dejó heridos y pérdidas irreparables. Sin embargo, entre los escombros aparecieron gestos que reconstruyen:
- Jóvenes organizando centros de acopio espontáneos.
- Templos, escuelas y viviendas abriendo sus puertas como refugios.
- Comerciantes regalando comida a rescatistas y familiares de los heridos.
- Abuelas preparando café y atole para quienes no dormían.
- Motociclistas de aplicaciones bridando gratis sus servicios, para ubicar a los lesionados.
- Personas llevando gelatinas al personal médico.
Cada acto, por pequeño que parezca, es un ladrillo en la reconstrucción del tejido social.
México, país de manos extendidas
Hay una frase que se repite tras cada desgracia: “México está de pie.” Puede sonar a cliché, pero cobra vida cuando se ven las calles llenas de gente cargando víveres, cuando los niños llevan botellas de agua a los bomberos, cuando los ancianos rezan por quienes luchan entre la vida y la muerte.
Lo que ocurrió en Iztapalapa no es sólo una explosión: es un recordatorio de nuestra fragilidad, pero también de nuestra grandeza. Porque cuando la adversidad nos golpea, los mexicanos demostramos que la esperanza, la fe y la solidaridad siempre emergen primero.
La tragedia nos arranca lágrimas, pero también revela la mejor versión de nosotros mismos. En Iztapalapa, entre el dolor y la incertidumbre, surgió nuevamente ese México que no se rinde: el que reza, el que dona, el que abraza, el que consuela.
Porque al final, lo que queda no son solamente pérdidas, lo que queda es la certeza de que cuando todo parece desmoronarse, siempre habrá manos mexicanas dispuestas a sostener y levantar a quienes más lo necesitan.
X: @delyramrez