*Sin tacto
/ Por Sergio González Levet /
¿Quién me presta una escalera,
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
Saeta popular
De acuerdo con la liturgia cristiana, ayer domingo se celebró la gran fiesta de la Resurrección de Jesús crucificado, con lo que dio término la cuaresma que había comenzado el miércoles de ceniza, 40 días de luto y recogimiento, fincados por la Iglesia Católica como expiación de las y los fieles por el sacrificio del hijo de Dios para salvar a los hombres del pecado original.
Terminada esta época de arrepentimiento y sacrificios vienen otras celebraciones más festivas que culminan con la Navidad, que es el acontecimiento de acontecimientos. Para los espíritus cerrados y devotos, termina la conmemoración que más les gusta, con ayes y dolores y llantos. Para los creyentes más festivos, regresa la alegría, que eso debería ser la religión de Jesús.
Antonio Machado, el gran poeta andaluz, le entró en su momento a la polémica y escribió su poema La saeta, en el que reprueba la fascinación de sus paisanos por la pasión de Jesús, en detrimento de acciones importantes como los milagros que describen los evangelios, como la curación de enfermos, la multiplicación de los panes y los peces, y cuando caminó sobre el mar embravecido de Galilea.
Las saetas son “canciones tradicionales que se cantan en Semana Santa en España, especialmente en Andalucía”. Son cantares cuyo tema fundamental es Jesús Crucificado, y a ella se refiere don Antonio específicamente:
“¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!”
Y la define con su precisión de poeta:
“¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!”
Y aquí viene la culminación y su profesión de fe:
“¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!”.
Dos versiones del Mesías, la del sufrido que padeció por la salvación de los hombres y la del poderoso que vino al mundo a hacer milagros y a asombrar a los hombres con sus acciones y sus palabras.
Yo me quedo con la segunda, igual que don Antonio.
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