/ Por: Zaira Rosas /
“El juego del calamar” está a punto de convertirse en la serie de televisión más vista a través de Netflix, si por el nombre aún no sabe de qué hablo, déjeme compartirle que se trata de una serie surcoreana cuya trama es muy sencilla: 456 personas deben competir en juegos de niños con el objetivo de ganar una fortuna.
¿Qué la vuelve tan adictiva? Las historias detrás de cada uno de sus personajes, cada uno perteneciente a diversos estratos sociales, diversidad de género y edades, pero con algo en común, todos tienen múltiples deudas, por ello deben someterse a participar en juegos sencillos, pero quien pierde muere, esto último es tendencia en múltiples producciones, incluso me atrevo a decir que tiene cierta similitud con el final sangriento de la película surcoreana: Parásitos.
Además de lo anterior otra semejanza de la serie con otras producciones es la búsqueda constante de supervivencia.
¿Por qué nos enganchamos tanto a este tipo de historias? Porque en el fondo no nos parece tan descabellado, al final vemos a seres desesperados en busca de una oportunidad. En pleno siglo XXI, ese es el pan de cada día, luchar por sobrevivir, trabajar para pagar deudas o por el anhelo de una vida mejor.
Lo mismo encontramos en cada uno de los personajes de esta producción, podemos ver al anciano con enfermedad terminal que considera que al menos ahí tiene una oportunidad, a la joven cuyo principal sueño es liberar a su familia de Corea del Norte y brindarles un mejor futuro, al que logró superarse, pero se perdió en un mundo desarrollado y ahora vive enfrascado en deudas, los mafiosos, el jugador empedernido y muchos más. Cada uno representando a seres reales de nuestro entorno, nuestros problemas, pero también en pequeños instantes demostrando aspectos que nos distinguen de los animales como la empatía y la esperanza.
Series como esta o películas como “Los Juegos del Hambre”, logran engancharnos en medio de su desigualdad y aunque la unión de los oprimidos puede dar un giro a la trama de estas, al final pesa más el instinto de supervivencia, tal como ocurre en nuestros días.
Hablar de este tipo de tramas es necesario, porque si bien están desarrolladas y pensadas en situaciones que se viven en países lejanos al nuestro, hemos comprobado en estos últimos años que la realidad no está desconectada y que los errores de otros deberían tener suficiente utilidad en nuestras vidas para no repetirlos.
Quizás hemos de prestar atención en los personajes que se salen del común, en esos que aún conscientes de lo que arriesgan, deciden salvar a otros, ayudarles y ser más empáticos. En nuestro país y quizás en todo el mundo, hemos fomentado una desigualdad creciente en todos los aspectos, que tarde o temprano pasará la factura.
La desigualdad que generamos entre nuestras necesidades y las de la naturaleza nos está regresando en catástrofes y el surgimiento de microorganismos más allá de nuestros avances. En cuanto a lo económico tarde o temprano pesa más la inconformidad que el miedo y entonces el temor se invierte.
Sin embargo no hay que perder de vista que al igual que en estas producciones, siempre hay alguien queriendo tomar partido de los más vulnerables o alguien que termina por aprovecharse y obtiene el mando de la mayoría, porque mientras no aprendamos a ser más críticos, analíticos y a buscar un crecimiento común, lo más usual es que la mayoría termine siguiendo a quien se presente como un verdadero líder.