Justin Trudeau, ¿hijo de Fidel Castro?

 

Por: Héctor Calderón Hallal

 

Mucho más allá del señalamiento ocioso o de cualquier valoración sobre la calidad moral de las personas –actitud que le es ajena al suscrito- cualquiera que estas fuesen, el presente trabajo se propone atisbar con toda la objetividad posible en un momento histórico de la vida política de esta gran nación septentrional de América, constituida en la octava economía del mundo por su billón de dólares de Producto Interno Bruto y por ser, hoy por hoy también, una de los cinco naciones con mayor calidad de vida en el mundo.

No puede ningún observador sustraerse al reconocimiento también de que, como todas las naciones del mundo, Canadá, el poderoso miembro del Commonwealth, atraviesa por problemas económicos… y políticos. Situación que ha reavivado de nuevo algunos temas de tipo doméstico en redes sociales y medios de comunicación formales; temas abordados hasta el cansancio y también prostituídos por todo tipo de comunicadores, internautas y por la población canadiense en general.

Señalémoslo de una vez: la eventual paternidad de Fidel Castro Ruz, el desaparecido Comandante de la Revolución Cubana, sobre el actual Primer Ministro de Canadá, Justin Pierre Trudeau.

Menuda ecuación de tercer grado que pudo ser para el universo entero el anterior enunciado en el pasado reciente, cuando a falta del prodigioso descubrimiento de las propiedades del ácido desoxirribonucléico (ADN)… la paternidad prevaleció como el más grandioso acto de fé del hombre de todos los tiempos.

Hoy ya no es así; una simple prueba con un reactivo adquirido en una farmacia es suficiente para destrozar cualquier lazo filial concebido desde la entraña misma y a fuerza de la costumbre… confeccionado con la buena voluntad y el cariño genuino surgido del trato cotidiano en una relación filial, aunque no sanguínea.

Y esa misma prueba, así como es capaz de destrozar un lazo tan fuerte conseguido a lo largo del tiempo, en un instante, es capaz de decretar un vínculo de consanguinidad instaurado automáticamente por un código genético y por las reglas de la ciencia.

El rudo juego de la naturaleza. Tan parecido al de la crueldad política. Esa que hoy le juega al recién reelecto -en su tercer período- Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau. Son momentos de adversidad con su población y por medio de sus adversarios políticos y detractores de la opinión publicada en aquel y en varios países del mundo occidental.

De hecho, el partido de Trudeau gana en las parlamentarias pero no logra la mayoría absoluta.

Al joven Justin Trudeau, hijo (formal) del desaparecido Pierre Elliot Trudeau, también Primer Ministro de Canadá (1968-1984), la oposición (llámense conservadores opositores a su partido, el Liberal) le recrimina su ausencia de resultados en materia económica y en general el problema del desempleo para los canadienses que, dicho sea de paso, se han convertido en la población más exigente del planeta en ese terreno, no sólo de América.

Y es que de una forma asombrosamente rápida, la población de Canadá –por su alto nivel promedio de educación- se ha convertido en una población especialista, con más del 84% de la ciudadanía con por lo menos, una licenciatura o especialidad cursada… por lo que las labores desempeñadas con el esfuerzo físico o manualmente ya no las quieren desempeñar; prefieren declararse en el desempleo y gozar de los beneficios del poderoso y funcional sistema de pensiones gubernamental.

Dando lugar a la vez a que población inmigrante con niveles de preparación profesional y hasta post graduados, de países de América –incluso del norte- como México y de Sudamérica, llegue a territorio canadiense a desempeñar labores agrícolas, pesqueras, fabriles y hasta del sector servicios, con considerable éxito.

Anuncios publicitarios dan cuenta de que jóvenes mexicanos por ejemplo, con maestría y doctorado, deciden irse a Canadá a desempeñar labores de repartidor de comida rápida o como conductores de camiones de mudanza o de carga, percibiendo un salario mínimo entre 50 y 60 mil pesos mexicanos, lo cual en la actual administración gubernamental de nuestro país, por ejemplo, equivalen al salario nominal de un director general de una dependencia federal o a la de un gerente de sucursal bancaria.

Pero como todo gobierno cargado al Estado del Bienestar, el de Trudeau júnior, el de Justin autoridad canadiense (y no el calamitoso artista también canadiense), el gasto público comienza a ser diezmado y la oposición empieza a reclamarle como es lógico, porque llegado el momento no podrá pagar tantas pensiones a jóvenes declarados “desempleados”, cuando lo que no quieren es trabajar en el campo, ni en los barcos salmoneros, ni en las fábricas… ni en los bosques, vamos… ni de repartidores de comida rápida.

Y es que aparejada a esa ‘magnánima’ condición de Estado Benefactor mostrada por el gobierno de Trudeau, le han sido endilgados los malsanos propósitos de manejar el calendario a su antojo bajo el pretexto de la pandemia; así por ejemplo, la administración de Trudeau adelantó su elección –cuando su popularidad venía ya en descenso- y no ha hecho nada por corregir el asunto del desempleo a nivel profesional, por el contrario, alienta el crecimiento de la base de derechosos a las pensiones, misteriosamente en tiempos electorales… ¿Le suena, amable lector mexicano?

Y es que como se hace el señalamiento aquí en México: “la bolsa del gasto público tiene fondo y si no se crea esa riqueza para repartirle a pobres, a desempleados y… a las víctimas del destino en general, no habrá riqueza alguna qué repartir”.

Tal es la presión que ejercen sus opositores ya sobre Justin Trudeau y su gobierno, que se ha revivido por sus opositores, la ya añeja controversia sobre si es o no Justin hijo del desaparecido líder cubano Fidel Castro y sobre el porqué no se ha informado con veracidad y puntualidad al pueblo canadiense.

Una controversia que en realidad cobró fuerza a partir del año 2015 en que el joven estadista arribó por primera vez al poder… un poder de Jefe de Gobierno, no de Estado, hay que decirlo, pues en Canadá el máximo cargo reservado a los naturales es el de Primer Ministro (Jefe de Gobierno), pues el cargo de Jefe de Estado lo ejerce en este caso la soberana de Reino Unido, Elizabeth II, por su condición de cabeza del Commonwealth y Canadá, es parte integrante como teritorio comunitario.

La historia ‘empieza por el principio’, como dicen en mi rancho: la señora Margaret Joan Sinclair, descendiente de la aristocracia colonial británica e hija del ex ministro de Pesca y alto directivo del gigante del cemento francés Lafarge, James Sinclair; madre del actual premier canadiense Justin Trudeau y que, al casar con su padre legal, el también Primer Ministro, Pierre Elliot Trudeau, asumió el nombre legal de Margaret Trudeau.

 Una dama a la que se le atribuye una vida desenfrenada durante su juventud y soltería e, incluso, durante los primeros años de matrimonio con Pierre Trudeau.

Pero sin equipararla torpemente o por error con la inefable vida de la ‘duquesa de Ferrara’, la históricamente popular Lucrecia Borgia (siglo 15), hija natural del papa Alejandro VI (cardenal Rodrigo Borgia), a quien por su influencia política el propio Víctor Hugo, más recientemente en el siglo 19 la dibujó no como una dama virtuosa, sino como una mujer viciosa, despiadada y perversamente ambiciosa, la influencia de esta dama en la vida política reciente de Canadá se irá descubriendo paulatinamente hasta cobrar su verdadera dimensión, en los altares o en los sótanos que la objetividad y la aprobación de su propio pueblo, alternadamente le brinden, seguramente.

Margaret Trudeau, sin embargo, podría pasar a la historia como la mujer que rompió ese adagio: detrás de tres grandes hombres hay una sola gran mujer. Ella: hija de ministro, esposa de primer ministro y madre de primer ministro.

Como madre de un individuo o de varios, ya lleva –y por ese solo hecho- un amplio trecho avanzado rumbo a la santidad… ‘haiga sido como haiga sido’ citando a otro ‘clásico mexicano’.

A Margaret Trudeau, Pierre Trudeau, entonces líder del Partido Liberal canadiense, la conoció en 1966, en el Pacífico tropical, entre las playas y los resorts de lujo de Tahití.

El político Trudeau, católico de izquierdas y soltero, quedó deslumbrado ante lo que él mismo calificó de ‘una hippie de 18 años llamada Margaret’.

 

La joven Margaret era toda una ‘socialité canadiense’, que rompía la pista del Studio 54, en Nueva York cada fin de semana. Salía con millonarios y alternaba con Andy Warhol. Según algunas versiones periodísticas, se vinculó sentimentalmente al tiempo incluso con Mike Jagger y Ronnie Wood, a finales también de los sesentas.

 

Poco después de casarse con Pierre incluso, en 1971, sus escoltas tenían que tolerar que la primera dama se hiciera cigarrillos de marihuana y los fumara -ambas cosas, actividades delictivas- en actos públicos y en su residencia oficial. Como cabía esperar, su matrimonio con Pierre nunca fue muy allá. La ‘hippie’ y el político no encajaron bien. Aunque tuvieron tres hijos, al cabo de cinco años la relación estaba prácticamente agotada, aunque no se separaron oficialmente hasta 1977.

 

 

Pero la forma de ser de Margaret estaba dada por cierta integridad de su ideología política: era liberal deliberada y comulgaba ciertamente con el movimiento ‘hippie’; de hecho hay fotografías ofrecidas en esta entrega, donde aparece sin afeitarse el vello en las axilas y sin bragas, en una posición deliberada de protesta –pues eso significaba esa manifestación de la moda-, mientras se encontraba en una de sus visitas a Cuba, años antes de casarse con Trudeau y mucho antes de que naciera Justin, en 1971.

Era una ferviente admiradora de la Revolución Cubana y de sus principales protagonistas.

Las siguientes imágenes son por demás elocuentes:

 

 

 

 

A Margaret Trudeau le fue diagnosticado desde hace varios años el trastorno ‘bipolar’. Sólo así ha podido explicarse a sí misma y a la sociedad canadiense a través de sendas autobiografías que ha publicado, el porqué de sus actos públicos y privados  durante su juventud.

 

Hoy, fallecido Pierre Trudeau desde el año 2000.  Cuando el mundo se encuentra aún más interconectado y la presión política hacia su hijo han arreciado, surgen elementos que pudieran considerarse indicios o pruebas plenas, aparentemente, de que para acallar rumores e hipótesis, se deben presentar las respectivas pruebas de ADN confirmando o desechando la especie… de que Justin no es hijo biológico de Pierre Elliot Trudeau… si no del Comandante Castro Ruz, por un respeto al pueblo de Canadá  y a la comunidad internacional.

En los últimos días circulan fotografías –gracias a la acción mezquina de senadores opositores a Trudeau- que muestran el asombroso parecido de Justin con Fidel. Esas fotos constituyen por sí solas, probanzas plenas de carácter pericial en cualquier órgano jurisdiccional. En Medicina Legal incluso, constituye una práctica muy viciada que ese formato de fotos, se considere como la ‘reina de las pruebas’. Su efecto es contundente.

 

Y por si fuera poco, en su tiempo, con la habilidad, los recursos y la fuerza del Estado canadiense, en su tiempo se logró apaciguar a la crítica y las abundantes dudas que había sobre el particular. En los setentas, el Gobierno de Canadá dejó asentado por un buen tiempo en la conciencia de los canadienses, que los Trudeau nunca visitaron Cuba antes de que su hijo naciera, pero en las redes sociales con algunas fotos, se presume que Margaret estuvo varias veces como turista y en calidad de soltera; por lo que se sigue insistiendo en la paternidad de Castro, también por imágenes que han surgido, pero especialmente cuando comenzó a circular que Fidelito, el verdadero hijo del líder cubano,  dejó una nota de suicidio refiriéndose a Justin Trudeau como su hermanastro.

 

Juzgue Usted amable lector.

Y que quede también firme en la convicción de cada uno de nosotros, que ningún hijo tiene la obligación de lavar los pecados del progenitor, sea cualfuere su naturaleza… y ningún padre, legal o biológico, es suficientemente indigno para no ser reconocido por el hijo y recibir de este su gratitud.

 

Autor: Héctor Calderón Hallal

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