/ Eduardo Sadot /
Confundir a raja tabla pueblo y gobierno para defender intereses particulares y mezquinos del gobernante con el del pueblo, es un pretexto riesgoso para las relaciones México-Estados Unidos que sumado a Canadá se vuelve un coctel explosivo contra México, privilegiando la ambición de “mandar”.
El discurso gubernamental elegido en Palacio es esconderse en “las faldas del pueblo” para justificar un berrinche personal contra el embajador Ken Salazar – quien por cierto su único pecado fue señalar la verdad de la reforma al Poder Judicial – que no tiene nada que ver con los intereses superiores del pueblo y de los mexicanos.
Evidentemente al presidente le molestó la declaración del Embajador norteamericano, como consecuencia, su respuesta visceral no se dejó esperar, implementando una idea no reconocida en el lenguaje diplomático, el mismo que utilizó contra España “pausó” la relación con el embajador – por cierto al hacer el balance de las relaciones exteriores del “obradorato” no hay nada que aplaudir – la respuesta de Estados Unidos no se dejó esperar y Brian Nichols secretario adjunto para asuntos del Hemisferio Occidental del departamento de Estado, ratificó la preocupación del gobierno de aquel país, sobre la reforma que propone el presidente mexicano del Poder Judicial.
El discurso gubernamental decíamos se atrincheró en el estribillo de que la postura del embajador fue injerencista, un cómodo recurso recurrente – que ha sido utilizado por dictaduras a lo largo de la historia del mundo, para explicar su actitud intolerante al interior de sus pueblos – pero el argumento cae por su propio peso – desde el momento en que se pretende ocultar a las posturas contrarias en el interior del país, que desestima otras opiniones nacionales que se oponen a una medida dictada desde palacio, sin un diagnóstico previo, sin un estudio sesudo – misión obviamente imposible e inexigible – que permita evaluar cambios y propuestas correctivas – es la intransigencia de imponer la voluntad de un solo hombre desde el odio, la ignorancia y la venganza en contra de todo lo que se oponga a su voluntad.
Cada día que pasa y extingue el periodo sexenal se endurece la voluntad imperial que se percibe como chivo en cristalería, insuflado de poder sin importar el país. Ante la inminente caída de la imagen de honestidad valiente que se torna en vanidad, corrupción y egoísmo enfermizo, no importa dejar un México hecho garras y las relaciones con los miembros del tratado internacional de comercio México, Canadá y Estados Unidos y las relaciones comerciales confundirlas con la trasnochada posición decimonónica de aquella visión imperialista de los países del siglo XVIII y XIX que hoy sirve espléndidamente “como anillo al dedo” de culto a la personalidad.
Ya se ha hecho evidente la falta de respeto a la figura presidencial – creemos que absolutamente intencional – desde el momento de recibir a la presidenta electa abrazándola y besuqueándola asquerosamente, eso confirma la magreante intensión de exponerla a escarnio público, y eso es intencional, pues evidentemente sabe lo que hace, como lo acreditó, cuando ha declarado que no iba a Acapulco y no va a Chalco para no exponer la imagen presidencial, ah pero a la presidenta electa si la expone y exhibe.
Lo que hace con el país y con la presidenta es imperdonable, refleja egoísmo y actitud irresponsable, entregar un país en llamas, caso muy diferente a transiciones de presidentes anteriores, baste recordar incluso el trato deferente que recibiera a su llegada que le permitió sin ser presidente desarticular la construcción del NAIM. Proponemos hoy y desde aquí la construcción del museo del obradorato, porque material sobra para exhibir, corrupción, retraso institucional, desaciertos y perversidades del gobierno saliente, seguro que servirá para ejemplo de lo que no debe hacer un gobernante, la historia patria lo necesita.
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