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/Raúl Zibechi/
Durante décadas las clases dominantes y gobernantes de Occidente argumentaron, una y otra vez, sobre las ventajas del “mundo libre”, sintiéndose superiores al autoritarismo del socialismo soviético, del chino y también de los populismos del todo el mundo. En la propaganda occidental, la defensa de la “libertad” fue siempre de la mano de la “libertad de comercio”, duramente opuesta al proteccionismo con el que las naciones pobres siempre intentaron defenderse del abuso imperial.
Los aranceles que impuso Donald Trump a casi todo el mundo de forma desigual, denominando la jornada como “día de la liberación”, muestran la verdadera catadura moral del sistema actual. Cuando les convenía el libre comercio, condenaron gobiernos proteccionistas contra los que incluso impulsaron golpes de Estado. Ahora que China es más capitalista que Estados Unidos y puede ganar compitiendo, deciden levantar muros para contener el inevitable ascenso asiático.
Estamos ante una guerra entre capitalismos. Los monopolios privados estadounidense y europeos ante el semi-estatista capitalismo chino. Dos modos de apropiación del trabajo humano y de los bienes comunes, que para los pueblos significan muy poca o ninguna diferencia. La principal característica de este período de la historia, es la decadencia occidental y el ascenso asiático, ambos procesos de larga data acelerados en los últimos años.
Hay que mirar más de un siglo atrás para encontrar un período de proteccionismo similar, precisamente cuando Estados Unidos se convertía en la potencia hegemónica y necesitaba proteger su industria. Pero ahora que China lo está alcanzando y superando en casi todos los rubros (pensar que por cada barco que construyen los astilleros de EEUU, los chinos fabrican 230), decidieron levantar muros de aranceles para contener a sus adversarios.
“Nuestro país ha sido saqueado, expoliado, violado y robado”, dijo Trump al presentar los aranceles, cuando es precisamente lo que vienen sufriendo los pueblos y naciones del Sur Global durante más de cinco siglos. En esta ocasión, se imponen aranceles adicionales del 25% a los países que compren petróleo venezolano, una práctica que para muchos debe recordar las guerras de conquista pero ahora sin la ocupación de todos los territorios, aunque tal extremo no debe ser descartado.
No podemos saber exactamente cuáles son los planes de la Casa Blanca en el largo plazo, si es que existen. Por lo pronto, quiere recuperar la producción industrial que fue deslocalizada hacia Asia cuando levantó vuelo la globalización hace ya casi cuatro décadas. Pero no se recupera una industria con dinero, solamente, ya que hacen falta capacidad técnica, personal calificado y dirigencias con espíritu de largo aliento.
Algunos grandes medios alineados con la globalización, temen que los aranceles anunciados sean perjudiciales para Estados Unidos, para sus propios aliados y para la economía mundial que podría entrar en recesión. Creo que las elites del Norte se van a alinear más pronto que tarde con Trump, intentarán negociar y al final aceptarán lo que diga Washington, como vienen haciendo desde hace décadas. Los ricos y poderosos tienen capacidad para adaptarse a cualquier circunstancia, por adversa que parezca.
Un excelente artículo en The New York Times del 2 de abril, firmado por Thomas L. Friedman, señala que “lo que hace que el gigante manufacturero chino sea tan poderoso hoy en día no es solo que abarate las cosas; las hace más baratas, más rápidas, mejores, más inteligentes y cada vez más dotadas de inteligencia artificial”.
Relata que estuvo en Shanghai visitando el centro de investigaciones de Huawei, que ocupa un espacio equivalente a 225 campos de fútbol, que fue construido en poco más de tres años, “consta de 104 edificios de diseño individual, con jardines impecables, conectados por un monorraíl al estilo Disney, que alberga laboratorios con capacidad para 35.000 científicos, ingenieros y otros trabajadores, y ofrece 100 cafeterías, además de gimnasios y otros beneficios diseñados para atraer a los mejores tecnólogos chinos y extranjeros”.
Acierta al decir que nada de eso puede verse en su país. Impresiona sobre todo porque Huawei fue sancionada con medidas draconianas, sufrió mucho, se levantó y ahora es una potencia tecnológica en todos los rubros, desde coches eléctricos hasta semiconductores. Las sanciones y los impuestos no pueden revertir la decadencia estadounidense ni frenar el ascenso sino-asiático.
Es evidente que los aranceles no van a poner de rodillas a China, entre otras razones porque EEUU no tiene una estrategia seria para contenerla, como señaló días atrás el intelectual singapurense Kishore Mahbubani. La ex superpotencia presenta una sociedad dividida y en caída libre, con retrocesos en la esperanza de vida, la educación y el sistema de salud, además de la creciente deslegitimación de sus gobernantes, y un deterioro de los ingresos y la calidad de vida de las mayorías. La situación de China es la opuesta: crecimiento de la economía y de los ingresos de la población, mejoras ostensibles en la salud, la educación, el transporte y todos los servicios. Es, por lo tanto, una sociedad unida en torno a la defensa de la nación, que no olvida las dos “guerras del opio” que sufrió en el siglo XIX.
Este es el punto central en cualquier conflicto. Las guerras no las ganan ni las armas ni las tecnologías, sino las sociedades. China no va a colapsar como hizo la Unión Soviética y como las elites temen que suceda con EEUU. Además, el Dragón consiguió revertir el cerco que tendieron sobre ella con la creación de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) en 1967. En aquel momento, los diez países que la integran tenían relaciones privilegiadas con Washington, con importantes vínculos comerciales. Hoy estas diez naciones, que cuentan con 700 millones de habitantes, tienen en China a su mayor socio comercial, superando el intercambio con EEUU en un 56%.
En esta guerra inter-capitalista, pierden los pueblos, tanto del Norte como del Sur. La inevitable crisis económica y los riesgos de que la guerra escale hacia el confrontación armada entre potencias nucleares, es una amenaza existencial que debemos enfrentar sin miedos y con la lucidez propia de pueblos milenarios que resistieron muchas tormentas.