La crisis de valores que vive México, es por no creer en nosotros mismos: Roy Campos

/ Por Edmundo Cázarez C. /

-Segunda de tres partes-

Roy Campos desde que era muy joven y hasta la fecha, jamás ha dejado de confiar en él. Quizás, ni cuando se desempeñaba como modesto cargador con su “diablito”, dentro de las instalaciones de la desaparecida Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas (SCOP). Jamás imaginó, que con el paso del tiempo y gracias a su tenacidad, preparación e inteligencia, llegaría a convertirse en un exitoso mexicano, al frente de la empresa Consulta Mitofsky, misma que ha sido objeto del reconocimiento nacional e internacional, basado en su profesionalismo y la precisión en sus investigaciones.

Indiscutiblemente, Roy Campos es un mexicano que nació para triunfar. Desde que tuvo la idea de profesionalizar un campo que estaba lleno de investigadores sin mucha formación estadística, demostró que toda la teoría adquirida con estudios durante años, le permitió distinguirse del resto y demostrar que se podía realizar investigaciones sociales con metodologías serias, justificando todas las afirmaciones que en ese momento se consideraban verdades o mentiras absolutas.

Roy Campos es una persona que no acepta errores de ningún tipo, sus aportaciones de investigación no solo se basan en la metodología, sino en la forma correcta de presentarlas. Es preciso afirmar que mucha de la normatividad legal que hoy existe en nuestro país, fue planteada a partir de la forma en que su empresa manejó los datos y los métodos con enorme éxito.

En esta segunda parte de la entrevista exclusiva que me hizo el honor de conceder para ÍNDICE POLÍTICO, enfatiza que “La Crisis de Valores que Vive México, es por no creer en nosotros mismos”. Asimismo, durante esta amena charla entre amigos, nos narra que cuando era estudiante, sin proponérselo y por cosas de la vida, así de pronto, se vio involucrado en un asalto en un transporte púbico, pasaje de su vida que seguramente jamás habrá de olvidar.

Por último, nos cuenta cómo fue que pudo sobreponerse a un infarto sufrido a los 23 años de edad, hecho que lo obligó a cambiar completamente su forma de vida.
-¿Cómo fue tu paso por la preparatoria?
-La prepa la hice en el Instituto Tecnológico No. 17 de Culiacán, durante cinco semestres. En ese entonces, las prepas se cursaban por créditos, es decir, tenías que acumular suficientes créditos. Al tener la ventaja que mi escuela estaba a tan solo dos cuadras de mi casa, me inscribí a dos materias extras para adelantar, de esta manera, pude disfrutar de un semestre libre, que fue cuando decido irme a vivir a la Ciudad de México.
-En la prepa decides “destramparte” ibas al cine o fiestas con los amigos?
-En Culiacán, solamente existían dos cines: Reforma y Diana. Al cine fui muy poco, una de esas veces que me animé ir, no me dejaron entrar a ver El Exorcista porque era menor de edad con 16 años. En 1976, fui a León, Guanajuato para participar en un Campeonato Nacional de Ajedrez y en una de esas tardes libres con los amigos, fuimos a ver la película Tiburón. Luego, en el cine Roble de la Ciudad de México fui a ver Melody, una película totalmente “cursi”. En 1977, no me podía perder las películas “Fiebre de Sábado” y “Vaselina”.
-¿Te costó mucho trabajo convencer a tus papás que ya querías “volar del hogar” y venirte a la Ciudad de México?
-Cuando terminé la prepa, la verdad, no planeaba venirme a la Ciudad de México…
-¿Por qué…?
-Quizás, esa, sea una de las cosas malas que te tendría que platicar. Mira mi preguntón amigo, te lo digo en son de admiración y respeto ehhh… Bueno, te decía que cuando terminé la prepa, no era mi plan, sino que yo quería seguir estudiando Matemáticas y presenté examen de admisión en el Instituto Tecnológico de Culiacán, ya a nivel profesional en la carrera de Ingeniería en Informática. Total, me aceptaron y era el primer alumno inscrito en esa nueva carrera, pero durante los siguientes seis meses, estaría de vago y sin actividad escolar.
-Era un tiempo para que vivieras a plenitud tu juventud mientras iniciabas clases…
-Exacto!!, tenía 18 años y me salía a la calle con los amigos, pero en algún momento, tuve un fuerte enfrentamiento con mi papá y en el calor del pleito…
-¿Te corrió de la casa…?
-Tal cual…
-¿Y qué hiciste…?
-Decidí salirme de la casa. Fue un momento muy importante en mi vida porque me salí de mi casa.
-¿A dónde llegaste a vivir en la Ciudad de México?
-Dos de mis hermanas vivían en la Ciudad de México. Una estudiaba la carrera de Contaduría y la otra, Ingeniería Química, pero vivían con mi abuela en un departamento en la colonia San Miguel Chapultepec.
– ¿Buscaste el refugio con tu abuela y hermanas?
-No, por supuesto que no. Me dí a la tarea de buscar en donde vivir con sinaloenses que estudiaran en la UNAM.
-¿Tenías los suficientes recursos para sufragar tus gastos?
-No, es por ello que también me di a la tarea de buscar un trabajo y no puedo negar que fue gracias a mi papá.
-¿No que estaban enojados?
-Mira… ¿Por qué digo que gracias a mi papá? Es que, por ser periodista, su nombre tenía cierto peso. Fui a Telégrafos Nacionales, en donde su director general también era un sinaloense Oscar “El Güero” Orrantía, quien había sido dirigente del Sindicato Nacional de Telegrafistas y había conocido a mi papá. Cuando fui a pedir trabajo con él, al dar el nombre de Roy Campos, seguramente pensó que el que estaba ahí era mi papá porque salió de inmediato de su privado y al recibirme, se sorprende y le explico que soy hijo de Roy Campos y que quería trabajar. Total, que me da trabajo. Era solamente un día después de que había llegado a la ciudad de México, me dice que sí, a los dos días ya contaba con mi empleo. A partir del 14 de abril de 1977 a la fecha, no he dejado de trabajar ni un solo día.

-¿En qué consistía tu trabajo?
-Era cargador en el área de la imprenta en el séptimo piso del edificio conocido como el SCOP, ubicado en avenida Universidad y Xola, un piso que después se derrumbó con el terremoto del 85. Anduve durante un año con mi “diablito” y una bata, en friega recogiendo paquetes de papel.
-¿Qué tanto le impactó el cambio de vivir en provincia a la gran capital?
-Nunca me dio miedo, la verdad, era otro México. Hoy, por supuesto me daría no miedo sino pavor. Cuando estuve en la prepa y compañeros que se habían venido a la capital del país, cuando regresaban a Culiacán nos contaban y hasta “faroleaban” diciéndonos que les iba de maravilla.
-¿Cómo hacían falta las redes sociales en ese entonces?
-Las redes sociales de ese entonces eran de boca a boca, era una auténtica retroalimentación. Algunos de mis amigos no les iba tan bien.
-Pero de alguna manera, estabas abandonando tu “zona de confort”
-Estando en la prepa, sabía perfectamente que emigrar hacia otro lugar tenía dos caminos… ¡Triunfabas o te hundías!! No había de otra. Te podía comer la gran ciudad y cuando llegué aquí, lo tenía muy presente.
-¿Un cansado viaje en autobús durante más de 24 horas?
-Hasta eso no. Había ahorrado un poco, además, mi papá tenía una agencia de viajes y me dieron el boleto de avión. Aunque sí era la primera vez que viajaba en avión, porque anteriormente habíamos visitado la ciudad de México en inolvidables viajes de verano en tren que duraban poco más de un día y con escala en Guadalajara.
– ¿Ah, qué tiempos aquellos…?
-La verdad es que sí. Esos viajes en tren eran fantásticos porque veníamos a la Ciudad de México y convivíamos con los parientes, era conocer la ciudad como visitante y aún niño, pero no para moverme solo.
-¿Estabas dispuesto a conquistar la gran ciudad?
-Me sorprendes que te adelantas a los hechos. No sé si estudiaste sicología, pero me haces que le imprima velocidad al relato.
-¿Te molesta…?
No, para nada, al contrario. Reconozco tu astucia e inteligencia. Respondiendo a tu pregunta, mi pensamiento era no dejar que la gran ciudad me tragara, ése era mi concepto. Era conservar mi individualidad…
-¿Cuáles eran los peligros que más te atemorizaban?
-El simple hecho de ser un joven provinciano en la gran ciudad, representaba un latente peligro, pero siempre con el pensamiento positivo de protegerme lo más posible.
-¿Un chamaco completamente libre y sin que nadie le pusiera limitantes…?
-Fíjate que no. Mi única obsesión era estudiar, estudiar, estudiar, además, nunca dejé de trabajar…
-¿Lo que ganabas como cargador era suficiente para sufragar tu estancia en la capital del país?
-Mi primer sueldo durante un año en la SCOP era de $ 3,192 .00 mensuales. $ 1,596.00 a la quincena, que era el salario mínimo
-Vaya que memoria…
-Ja, ja, ja. No es que tenga una gran memoria, sino que es mi afición por los números. Te contaba que iba hasta una ventanilla para que me pagaran en efectivo y el pagador estiraba la mano para que le diera 12 pesos de propina…
-¿Y tu carrera?
-Trabajando ahí, me fui al Palacio de los Deportes a presentar mi examen de admisión a la UNAM para la carrera de Actuario y logré entrar sin ningún problema a la Facultad de Ciencias de la UNAM.
-¿Seguías de cargador con tu diablito en la SCOP?
-Estando ya en el primer semestre de la carrera en 1978 y gracias a un tío, que conocía al señor Carlos Rosado, director de una empresa que se llamaba Bourchier Marquard Zepeda y Asociados, que estaba ubicada en Francisco Petrarca 17 en la colonia Polanco, le contó que tenía un sobrino que estaba estudiando para Actuario, fui a verlo y me dio la chamba como auxiliar del Actuario. Estaba todo el día calculando seguros y como tramitador de reembolso de gastos médicos mayores.
– ¿Te gustaba la nueva chamba?
-Pues sí, además, tenía que ver con mi actividad de actuario y me habían subido el sueldo a $4,000.00 mensuales…
-¿…Y en donde vivías…?
-El mismo día que fui a ver al director de Telégrafos Nacionales, en un papelito, llevaba anotado el domicilio de avenida San Antonio, donde vivían unos egresados de la prepa donde había estado en Culiacán, uno de ellos, aunque era mayor de edad que yo, Arnulfo Montoya, nos conocíamos bien, pero me dice que el departamento ya estaba lleno con otros muchachos estudiantes…
-¿Se te cerró el mundo?
-Antes no había mensajería instantánea, pero como sinaloenses sabían de otros lugares y me recomendó que fuera a la avenida Patricio Sainz número ocho, casi esquina con Viaducto en donde vivía Benjamín Sánchez Rojo, un primo segundo, total que coincidió porque se acababa de salir otro muchacho, además, Benjamín también trabajaba en el SCOP, ahí, pagaban de renta $ 1,400.00 entre los seis que habitábamos el departamento, puyes no tocaban como de 235 pesos al mes…
-No te podías quejar…
-La verdad es que no. Era muy cómodo para mí…
-De cierta manera, es que llevabas una vida holgada… ¿o no?
-Mira Edmundo, en la azotea del edificio, vivía la señora Paulina que nos hacía la limpieza, nos lavaba la ropa y, además, nos preparaba de comer…
-Estabas aprendiendo a compartir…
-Exacto!!, ahí fue mi primer pensamiento comunitario y colectivo. Ahí, todo era de todos. Pero las cosas se complicaron porque aumentó a 9 los que vivíamos ahí. Era ganar lugar para dormir y aprovechar los muy diversos horarios de los 9, pero todos, tratando de triunfar en la vida, chamacos desde los 18 a los 22 años de edad.
-Ya que hablas de triunfar en la vida, alguno de ellos logró el éxito, así como tú…?
-Por supuesto que sí. Varios…
-¿Cómo buenos sinaloenses, borracheras de fin de semana…?
-Las parrandas y borracheras eran obligatorias los fines de semana y como ninguno de los que vivíamos ahí era rico, excepto Jaime Beltrán, originario de Mazatlán, su papá era dueño de hoteles en el puerto, era el único que contaba con un Datsun modelo 1977, pero todos los demás, éramos gente de esfuerzo y de salir adelante. Ninguno salíamos a restaurantes o bares, todo lo hacíamos ahí mismo. De esta manera, los viernes y sábados, eran de fiesta segura.
-¿Fumabas…?
-¡Si, y mucho…!! Aunque empecé a fumar hasta los 18 años, una cajetilla diaria. Tan es así, que años más tarde sufrí un infarto.
-¿Eran puros hombres?
-No, también había mujeres que habían venido a estudiar a la Ciudad de México, pero se guardaba la distancia, vamos, se hacían círculos de amistad, de camaradería y compañerismo. Una hermandad sin malicia. Una etapa muy bella en mi vida.
-¿Había valores bien establecidos…?
-Sí, había una convivencia totalmente sana. Ahí pude conocer mucha gente que iba de visita al departamento y aprendí un poco a socializar. Por supuesto que había valores muy firmes, pero también antivalores. Éramos bien conocidos por la gente que nos saludaba con afecto y respeto. Nos identificaban como dignos representantes de la juventud de Sinaloa, jamás hicimos escándalos o nos metimos en problemas, siempre, supimos conservar la cordura y el respeto hacia los demás.
-¿Amigos para siempre?
-Exacto!!, existía un carácter de hermandad, de identidad y valor conjunto. Hablar de los antivalores que surgieron con déficit de cleptomanía, no tiene ni caso hablar de nombres. Ahí aprendí lecciones que me enseñaron a madurar, por ejemplo, como mi trabajo en Telégrafos Nacionales era de cargador, pues no importaba el cómo me vistiera. Pero cuando entré a trabajar a la empresa de Polanco, me acuerdo que el primer día de entrevista de quien sería mi jefe inmediato, Agustín Román, lo primero que me dijo fue: “Entonces te esperamos…” Ya no recuerdo bien si fue el primero de septiembre o el primero de noviembre, el caso es que me insiste… “Hay que vestirse bien”. Para mí, ése día la entrevista de trabajo, me había vestido bien…
-¿De corbata?
-¡Nooo…!!, iba con unos tenis Converse de color, un pantalón de mezclilla sin estar muy desgastado y mi camisa roja de cuadritos que, para mí, era la camisa más elegante que tenía. Así me hubiera ido vestido a una fiesta en mi tierra.
-¿Cómo te presentaste a trabajar?
-Con la misma ropa, no tenía más. Al final de la jornada laboral del primer día, me llama de nuevo Agustín Román y me dice: “Oye, nada más te digo que hay que venir bien vestido y de corbata”
-¿Y qué hiciste?
-Jamás me había puesto una corbata en mi vida. Las únicas veces que me prestaron una fue en un estudio fotográfico para las fotografías de los certificados de secundaria y preparatoria. Cuando le conté esto a mi hermana, que ya estaba por concluir su carrera de Contador y tenía trabajo en un despacho de contadores, me llevó y me compró un traje, una camisa y una corbata…
-¿Qué sentiste…?
-La abracé y le di un beso de agradecimiento. Era una gran ayuda para mí. Un traje color beige, una corbata café y una camisa blanca. ¡Ya tenía un traje y una corbata!!, pero descubro que en la casa donde vivía, los demás tenían corbata… Ufff, eso, me permitió combinar y no parecer retrato todos los días con la misma ropa y la misma corbata. Unos sacos me quedaban más cortos o más flojos.
-¿Extrañabas el terruño querido?
-Por supuesto que sí, sobre todo, el estar conviviendo con sinaloenses. Lo más curioso era que extrañaba mucho el terruño, pero nunca hablaba a Culiacán. El contacto con la casa eran mis hermanas que las veía los fines de semana. Los sábados, al salir de clases de la universidad, me iba con ellas y comíamos en la casa de una tía, y seguramente, ellas le contaban a mi papá cómo estaba y cómo me iba acá…
-¿Rencoroso el chamaco?
-No lo sé. Mi papá nunca supo en dónde viví, ni tampoco hizo el mínimo esfuerzo por irme a visitar o saber cómo estaba. Ni sabía qué carrera estudiaba. Vamos, no le interesaba absolutamente nada de mí. Mi papá murió en el 2010.
-¿Lo invitaste a tu graduación?
-Sí. Al término de la fiesta de graduación, al momento de darme un abrazo de despedida, me dice al oído: “¿Ahora sí me vas a decir que carrera estudiaste?”
-¿No sientes más gusto y satisfacción saber que con tu propio esfuerzo es como saliste adelante?
-Mis compañeros del departamento recibían sus giros postales con la aportación de sus papás. Como vivíamos en un cuarto piso, los sábados, escuchábamos que tocaban el timbre y desde las ventanas nos asomábamos para ver quien tocaba y tenía que bajar a quien buscaban. Luego, establecimos un sistema de una canastita atada a un cordón. Si era alguien que conocíamos y era de nuestra confianza, le poníamos la llave para que entrara. Pero cuando el que tocaba era el de los giros telegráficos, le bajábamos la canastita y depositaba el giro, lo firmaba el interesado, así era el sistema para ahorrarnos tener que subir y bajar cuatro pisos al no existir un elevador.
-¿Cómo le hiciste para que la música de banda fuera de tu agrado, si antes eras tan especial?
-Viviendo entre sinaloenses, la banda era como nuestro himno. Ahí fue como me convertí muy aficionado a la música de banda. Inclusive, en la navidad de 1977, no fui a Culiacán y me quedé completamente solo en el departamento porque todos los demás se habían ido…
-¿No te llevaste ni una amiga para que te hiciera compañía?
-Dije totalmente solo…
-¿Pero no estás enojado, verdad…?
-No, por supuesto que no. Ahí me pasé tanto nochebuena como Año Nuevo solo…
-¿Por qué te castigabas de tal manera…?
-No era un castigo, sino que tenía dos motivos: Uno, aún estaba distanciado con mi papá, y dos: No tenía vacaciones. Había entrado a trabajar a ese despacho en noviembre, y para diciembre, por supuesto que no me daban vacaciones, los únicos días que descansaba por ley, eran el 25 de diciembre y el primero de enero. Además, el autobús tardaba un día de camino y otro más de regreso, así es que no podía ir. Me acuerdo que me puse a tomar solo una botella de Bacardí blanco y refrescos.
-¿Y las siguientes navidades?
-Las cosas cambiaron y ya podía ir a mi casa sin ningún problema.
-Dice el dicho que: “El Pan Ajeno, Hace al Hijo Bueno…”
-¡No sé!!, mira que esa frase la conozco y la entiendo, pero me convence más aquello de que los viajes hacen responsable a la gente. Es decir, creo que es muy conveniente que el hijo debe salirse de la casa para que conozca y se haga responsable de sí mismo, de sus fracasos. No sé si sea el pan ajeno, pero creo que es hacerte responsable de tu propia vida porque la vida no se restringe a la calle principal donde actualmente vives porque hay otras maneras formas de pensar y costumbres. Los viajes te ilustran de manera permanente.
-¿Cuánto tiempo trabajaste en el despacho de Polanco?
-Ahí permanecí desde 1978 a 1980. Aun estando ahí, en ese despacho, me pasé a otro que me habían ofrecido 400 pesos más de incremento en el sueldo y que estaba ubicado en la calle de Amberes, en la Zona Rosa, además, tenía la ventaja de que estaba muy cerca de donde yo ya vivía con mis hermanas en un departamento de la calle Medellín número 14 de la colonia Roma. La verdad, era una gran ventaja porque ya ni siquiera tenía gastos de transporte.
-¿Alguna vez fuiste víctima de un asalto?
-Sí, claro que sí. Me asaltaron a mano armado en el interior del Club de Ajedrez “Alfil Negro”, que estaba en la calle de Colima de la colonia Roma. Los delincuentes entraron y asaltaron a todos los que estábamos ahí jugando ajedrez…
-¿Prácticamente les dieron Jaque Mate?
-Ni más ni menos. Pero hay otra anécdota que me sucedió durante un asalto y en donde, así de pronto, me ví como si fuera parte de los asaltantes…
-¿…Por qué?
-Como estudiante, un día, abordé un tranvía de los que corrían por Coyoacán y me bajaba en San Antonio para irme al SCOP, dado que la ruta abarcaba hasta la UNAM, y como estudiante no pagaba tranvía ni trolebús ni los camiones llamados Delfines, aunque eran 40 centavos de pasaje, para un estudiante era muy significativo….
-¿Pero ¿qué sucedió con el asalto…?
-Iba en el tranvía en donde también viajaba una persona que había estudiado en la misma prepa en donde yo había estado, y que era dos años de edad mayor que yo. Pero era famoso por ser “grillo”, peleonero y conflictivo, quien se había venido a la ciudad de México con el propósito de estudiar en el Instituto Politécnico Nacional. Total, que ahí me lo encontré, me reconoció y cruzamos unas cuantas palabras. Me dijo que vivía en la Casa del estudiante sinaloense y que fuera a visitarlo.
-¿Fuiste a verlo?
-Sí, era mi paisano. Al llegar me recibió y me invito una cerveza. Había más muchachos, todos estaban cotorreando y fumando “mota”. De repente me dice que lo acompañe a recoger una lana.
-¿Era ratero…?
-Fue lo único que me dijo, yo pensé que era alguien que le debía un dinero y no puse ninguna objeción para ir con él. Nos subimos a un camión de los llamados Delfines y en cierto momento, mi amigo se levanta de su asiento y amenaza con un cuchillo al chofer y le grita…” Dame la marimba”, que es donde los choferes colocaban el dinero del pasaje. El chofer se la entrega y mi amigo me grita, “ya vente, córrele…”
-¿Y tú que hiciste…?
-Estaba totalmente desconcertado, la verdad, no sabía qué hacer. Además, les estaba diciendo a todos los demás que yo era su cómplice. Lo único que se me ocurrió fue echarme a correr… pero para mi casa y ya no supe a donde se fue. ¡Yo era parte de un asalto!!
-¿Cuándo fue esto?
-Mira que ahora te lo cuento atacado de risa. Esto fue en 1979… ¡hace 42 años!!
-¿Cómo consideras tu etapa de universitario?
-Estudié dos carreras: Actuario y Matemáticas. Por cierto, en la carrera de Actuario obtuve un promedio final de 9.8 y en la de Matemáticas fue un 10 cerrado.
-¿Cómo era posible que estabas en la UNAM y tu equipo fuera Cruz Azul?
-La afición al futbol no se adquiere a los 18 años. Entré a Ciudad Universitaria siendo ya partidario del Cruz Azul, ha sido mi equipo favorito desde 1974 cuando quedó de campeón contra el América en aquel histórico 4-1 en el Estadio Azteca. Tenía 12 años, era muy aficionado a los deportes y me hubiera resultado muy difícil no haberme hecho seguir del Cruz Azul por la influencia familiar.
-¿Pero sentías empatía por Pumas…?
-Claro que sí. Recuerda que mi hermano fue jugador de Pumas gracias a que el Pescado Portugal se lo llevó a la selección amateur y compañero del también jugador sinaloense Poncho Rubio. Aunque sé que eres un fiel seguidor de Pumas, -me acota-, este magnífico equipo está muy cerca de mi corazón. Recuerdo como estudiante de la UNAM, todos los jueves, teníamos entrada gratis al estadio de CU para ver a los Pumas.
-¿Cómo fue tu ingreso al departamento actuarial del IMSS?
-Vaya, veo que estás documentado sobre mi persona. Resulta que una compañera entró a trabajar al Departamento Actuarial del IMSS y le pidieron que recomendara a tres estudiantes, así fue como empecé a trabajar en el IMSS.
-Era una muy valiosa e inesperada oportunidad…
-Fue un brinco de sueldo impresionante porque de percibir $4,600.00 al mes, nos ofrecieron $10,129.00…. Por supuesto que ni la pensamos en aceptar la chamba. Además, las oficinas del IMSS en Toledo número 10, a espaldas del edificio central de Paseo de la Reforma, estaba muy cerca de donde vivía. Estando ahí, fue como terminé mi carrera y teniendo de jefe al Actuario Carlos Soto, quien era el Director del Área Actuarial del IMSS.
-¿Pensaste estacionarte durante mucho tiempo en esa chamba?
-Siempre he sido muy hiperactivo. Déjame contarte que el Seguro Social tenía un centro para estudiar maestrías y que todavía existe, que en ese entonces se le conocía como Centro Interamericano de Estudios en Seguridad Social, y ofrecían Maestrías en Estadísticas, fui y me inscribí, entonces, el Seguro Social me dio una beca para que me fuera durante 18 meses como interno y estudiando dos Maestrías en avenida San Jerónimo.
-¿Aún viajabas en transporte público?
-No, para ese entonces ya me había hecho de un modesto carrito, un Valiant Doster 74, color azul, usado y que adquirí en 1982.
-Era el México de la Renovación Moral…
-Exacto, estando ahí, me tocó el cambio de gobierno con la llegada a la presidencia de la República de Miguel de la Madrid y cancela las becas al extranjero por cuestión de recortes económicos.
-¿Se esfumaban tus esperanzas de irte a estudiar al extranjero?
-Sí, se acabaron mis sueños de irme a estudiar al extranjero…
-¿A dónde te querías ir…?
-A los Estados Unidos porque estaba en trámites con el área de becas de la SEP, pero si hubiera sido por mí, por supuesto que hubiera escogido irme a Rusia a la Universidad de Patricio Lumumba para estudiar Matemáticas.
-¿Por qué Rusia?
-Como estudiantes de la Facultad de Ciencias de la UNAM, nuestras máximas eran irnos a estudiar a Rusia por ser considerador los de más alto nivel académico.
-¿Lograr un título universitario lo es todo en la vida?
-Vaya que buena pregunta. Hoy, te digo que nada es importante. Jamás en la vida, jamás en un trabajo o en un concurso, ya sea con un cliente. Nadie, pero lo que es nadie, me ha dicho… “A ver, enséñame tus calificaciones” Jamás. Obtener un título es como verte guapo en el espejo. Una buena calificación es como algo muy personal.
-¿Entonces qué es lo más importante?
-Por supuesto que los conocimientos, pero no la calificación ni mucho menos el “papelito”
-Cuándo una empresa o un funcionario contrata a alguien, ¿Está comprando el “papelito” o la experiencia?
-Esa, también es una muy buena pregunta… Con la experiencia, no importa si eres o no guapo
-¿…¿Lo importante, es saber venderse…?
– Sí, toda la vida es saber venderse bien. Para decirlo coloquialmente, cuando alguien me compra, lo que está comprando es mi conocimiento, mi experiencia y mi inteligencia.
-¿Cuál es ese consejo para saber venderse…?
-Hay un consejo muy fácil… ¡es creértela!! Tienes que creer en lo que estás haciendo. Si no crees en lo que haces, te estás convirtiendo en un charlatán, pero si tú crees y te sientes seguro, te quieres a ti mismo, estás en el camino correcto para venderte bien y te valoren. La crisis de valores que tenemos en México es por no creer en nosotros mismos.
-¿La vida misma, es una simple acción de compra/venta?
-Cuando vas a pedir un trabajo, te vendes. Cuando le pides a una chica que quieres que sea tu pareja, estás vendiéndote. Cuando vas a rentar un departamento, estás vendiéndote. Todo en esta vida es una simple venta. Todo en la vida es una seducción y persuasión. Todo es venta.
-¿Cuándo te pedí la entrevista, acaso también me vendí?
-Ja, ja, ja. Por supuesto que sí. Porque denoté tu arrojo y tu inteligencia. Muy aparte de que he leído algunas de las interesantes entrevistas que le has hecho a otras personas y veo tu capacidad. Y ahorita, mira, llevamos casi tres horas de platicar y veo que no te cansas de preguntar…
– ¿Tú ya te cansaste de responder…?
-Eso es, me gusta tu manera de llevar la entrevista
-¿Al casarte, necesitaste que alguien te ayudara para saber venderte a la vida…?
-Mira Edmundo, la verdad es que, si alguien me hubiera conocido de chavo, seguro hubiera dicho que yo era incasable. Tenía muchísimas amigas, pero con ninguna establecía un sentimiento de compromiso. Tenía mi pensamiento enfocado al progreso intelectual y estudios. Pero resulta que el domingo 21 de agosto de 1983 y a los 24 años de edad… ¡me da un infarto!!
-Uff, que delicado…
-Me dio porque llevaba una vida disipada. Fumaba 50 cigarrillos al día. Un día antes, me había puesto una señora borrachera. Al vivir solo, mi alimentación no era muy cuidada. Ingería mucha carne de cerdo, carnitas, demasiadas grasas y picantes, 17 tazas de café al día. Además, vivía muy estresado en el trabajo que había conseguido en INEGI. Pero aparte, decidí estudiar otras dos Maestrías: Investigación de Operaciones y de Matemáticas. Y para acabarla de amolar, era una vida sedentaria, cero actividades físicas y sin practicar el mínimo ejercicio.
-¿Algún antecedente familiar de padecimientos cardiacos?
-Sí, mi mamá padecía angina de pecho. Tenía todos los factores en mi contra y sufrí un infarto a los 23 años de edad.
-¿Un duro jalón de orejas para que cambiaras tu forma de vida?
-Exacto. Permanecí un mes hospitalizado en el Centro Médico Nacional Siglo XXI. Con 11 días en Terapia Intensiva y 19 días en piso. No había día en que falleciera algún otro paciente que estuviera muy cerca de mí.
-¿Tuviste pavor de morir?
-En las noches cuando me suministraban Diazepam para dormir, no sabía si iba amanecer vivo. Nunca vi salir del hospital a un paciente con vida, el piso en donde me encontraba era de enfermos cardiacos. Así como tampoco, recuerdo haberme despedido de alguien que “ya se iba”. Quienes estaban ahí, sabían perfectamente que se iban a morir.
-¿Sentiste la muerte cerca?
-Hubo momentos en que dos veces me aplicaron electroshocks.
-¿Viste la luz al final del túnel como dicen algunos?
-No, y digo que no, porque no tuve una muerte declarada o que haya regresado. No, no y no. Siempre estuve consciente, pero de repente, se detuvo el corazón y ya no supe más. ¿De que estuve en peligro de morir? Por supuesto que lo estuve, pero nunca sentí ese pavor.

-Continuará-