La culpa .

“DEBO, NO NIEGO; PAGO, LO JUSTO”

 /   Teresa Carbajal /

 

A las extraordinarias mujeres barzonistas, maestras, empresarias, artistas, comerciantes, emprendedoras, madres, abuelas, e hijas, con quienes esta semana nos hemos acompañado en la lucha por la defensa del patrimonio, de la vivienda, de la familia y de la dignidad.

 

Ellas quienes con sus obras y actuar, me han recordado que del tamaño del reto debe ser el de la resistencia, y que mas importante que la fuerza es la fe, pero que sin aceptación no hay solución.

 

Qué importante es llegar a entender que una deuda, es vista socialmente como un fracaso, como una falta personal individual que debe llevarse en silencio y soledad, sin molestar a terceros, mucho menos a los hijos, o a la familia.

 

Y que el castigo por el error debe ser un sufrimiento incesante, continuo y sin pausa, asociado de la ansiedad, de la depresión, del insomnio, para desembocar en trastornos alimenticios, sociales, y en graves afectaciones de la salud física, emocional y mental.

 

Cuando una angustia nos persigue, imaginamos los peores escenarios, desenlaces fatales que alteran nuestra presión arterial y nos dan de patadas en el estómago; luego la idea nos persigue y se graba en nuestra mente de tal forma que podemos visualizarla hasta con detalles, ya sea dormidos o despiertos.

 

Algunos hasta esperan ya que los saquen de su casa, y buscan con anticipación en donde rentar o quien les guardará sus cosas.

 

La pesadilla de ser despojados de sus bienes, del producto de su trabajo, del fruto del esfuerzo de toda una vida no les da tregua, rehacen el discurso de la explicación que van a dar llegado el momento, y aguardan con terror el “día final”.

 

Para colmo las noticias, las series y películas, la música, que caracteriza nuestra época, con contenidos plagados de política, corrupción, violencia, crímenes, injusticia, desamor, y las redes sociales…

 

No hay refugio para encontrar lo bello de la vida, negativos por doquier, vicios y visiones; cambalache siglo XX dijera Carlos Gardel. Es entonces cuando nuestro espíritu se rinde.

 

¡Por mi culpa! Si no hubiera sido tan ingenua, si hubiera hecho mejor las cuentas, si hubiera tenido cuidado, si hubiera ahorrado, si no hubiera firmado, si no hubiera pedido prestado.

 

La culpa nos llena de vergüenza, por pensar que nuestra historia habría sido distinta si no se hubiera errado al decidir, al aceptar, al firmar.

 

Sentirse culpables se convierte en una zona de auto castigo en donde no hay solución, se nublan los sentidos y se siente una incapacidad total y real para dar respuestas.

 

Las lágrimas inundan nuestros ojos por sabernos culpables, no sale más la luz del sol para nosotros, ya no vivimos, sobrevivimos y lo hacemos solo por ver el final temido, para repetirnos, “lo sabía”, y “me lo merezco”.

 

Esta semana volví a sentir y a ver el dolor detrás de cada caso; las circunstancias que nos llevan a una deuda, y solo quien lo vive es capaz de entender de lo que escribo.

 

A su vez, también volví a recordar, que solo cuando se reconoce el error y se acepta, pero sin juicios, ni reproches, se deja atrás la culpa. Entonces vuelve a brillar el sol, y estamos listos para resolver el problema.

 

Porque solo después de la aceptación, viene la solución. Con el perdón (el auto perdón) vienen las ideas, se aligera la carga, se logra avanzar; si permanecemos en la esquina de la derrota, es muy probable que solo sea cuestión de tiempo llegar ahí.

 

Pero si decidimos que merecemos otra oportunidad, la gran oportunidad de resolver el problema, ten por seguro que lo vas a lograr. Tu ánimo, tu apariencia y tu salud irremediablemente van a mejorar.

 

Sea cual sea la salida que decidas darle al problema, si lo haces con conciencia y con convicción será la mejor solución, mientras haya vida hay esperanza y siempre se puede volver a empezar.

 

Esta semana ha sido muy especial, he visto mujeres muy queridas, compañeras de lucha levantarse y regresar a vivir de donde nadie hubiera pensado que regresarían, pues había pocas esperanzas.

 

Pero están de pie, con el juramento personal de luchar hasta el final, por ellas, por su dignidad. No es solo una cuestión material por lo que luchan, es un sentido más alto de llegar a la verdad y a la justicia. Es honor, son valores, es integridad, es la convicción absoluta de haber sido testigos en carne propia de que lo imposible, puede ser posible.

 

 

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