*
/ Verónica Malo Guzmán /
¿Alguna vez imaginamos que un presidente —antes fue; ahora es candidato— de los Estados Unidos se expresara en los términos vulgares en que lo hace Donald Trump? Por ejemplo describir, de manera corriente y soez, el cómo se enredó con diversas mujeres. O que si Ivanka no fuera su hija, tendría sexo con ella. Ni siquiera Richard Nixon, luego de haber sido cachado con las grabaciones de Watergate, continuó degradando la política como lo ha hecho recientemente el anaranjado personaje.
Y mismo así, sus seguidores lo defienden en todo. Los estadounidenses —simpatizantes y no— lo han permitido.
Cierto, ejemplos de eso, o de algo similar, hay en todo el mundo. En nuestro país tenemos desde la ‘roque-señal’ de Roque Villanueva (1995), ahora copiada por Gutiérrez Luna durante el proceso de aprobación de la reforma judicial, o qué tal el “se la metimos doblada” de Paco Ignacio Taibo II…
De por sí la política no se caracteriza por la decencia, tampoco por tener los estándares más altos de integridad. El mismo López Obrador lo dijo: “en la política hay que optar entre inconvenientes y buscar el equilibrio entre la eficacia y los principios”. O sea que los principios se olvidan cuando se busca un objetivo. La incongruencia, eso siempre.
Trump es una muestra de ello. Un ser que muestra su desprecio hacia el prójimo, y además de manera vulgar.
El tipo se ha burlado de personas con discapacidad imitando cómo se mueven; se ha mofado de héroes de guerra, como lo hizo respecto a John McCain, diciendo que “solo fue un héroe porque fue prisionero de guerra”.
Su desfachatez fue tal que dijo que podía matar a una persona en plena 5ª Avenida en Nueva York y que saldría impune y bien librado. Sobre los migrantes que llegan a EEUU desde México, dice que todos son “violadores y asesinos”. En esta nueva campaña política deja ver su racismo y discriminación contra todo aquel que no cumple “sus requisitos” de ciudadanía.
Muestra su desprecio en cada discurso, plagados de mentiras y odios contra todo aquél que piensa diferente a él, o simplemente, contra quien no quiere que llegue nuevamente a la Casa Blanca.
Pero no son los únicos. Ahora siendo Kamala Harris su contrincante, la amenaza naranja se ha dedicado a sobajar a cualquier mujer que decida no tener hijos. Casadas o solteras. No solo eso, él convirtió en insulto decir que Kamala es una “cat lady”, ‘dama de los gatos’. Para él, no importa su historia de vida, sus trabajos o sus decisiones; tan solo que le es fácil criticarla porque tiene gatos.
Bastó que Taylor Swift dijera que ella también es amante y protectora de los gatos, y que apoya a Kamala, para que Trump dijera la semana pasada: “lo va a pagar” y este domingo: “odio a Taylor Swift”. Para ser el candidato que quiere gobernar a todos los estadounidenses, él definitivamente no abona a la búsqueda de la paz.
Y no, esto no es sinónimo de estar de acuerdo con ataques, atentados o violencia en contra del magnate o de quien sea. Pero tampoco se puede estar de acuerdo con la degradación y odio que maneja Donald Trump y peor aún, llegando a tales niveles.
Su desprecio, vulgaridad y odio en sus comentarios dividen a la sociedad e incrementan la discriminación y racismo entre la población.
Pero lo más triste, no es que se trate de un candidato. Lo más triste es que ha llegado a los más altos niveles de la política y la gente los tolera, los normaliza. La normalización de la podredumbre; aceptar que los políticos cada día sean más ruines, vulgares. ¿Reflejo de los gobernados? O tan solo la degradación de la política por quienes deberían elevarla.
Es irónico. Si alguien ha encendido la retórica es Trump y sin embargo este personaje atribuye el reciente ataque a su vida —y el anterior del que fue objeto— a Biden y a Harris. Y todavía hay quienes le creen.