Sin tacto-
Por Sergio González Levet
Son las 6 de la mañana y suena el teléfono a un lado de la cama del empleado gubernamental. Con un verdadero esfuerzo del cansancio, abre un ojo, otro, empieza a entender que su teléfono está sonando, busca con la mano, tantea, da con el aparato, lo mira y alcanza a distinguir que lo está llamando su jefe inmediato.
Se sienta en la cama, se alisa el cabello por una costumbre inveterada, y desliza el dedo sobre la pantalla:
—A sus órdenes, jefe.
En los dos segundos -eternos- que tarda en contestar su superior, puede percibir la molestia incontenida desde el otro lado, el enojo, la inevitable reprimenda.
—Oiga, Godínez —si me disculpan el predecible apellido—, no he recibido el informe que le pedí ayer por la tarde. Aquí estoy como pendejo —si también me disculpan el léxico procaz que acostumbra usar el funcionario con sus colaboradores— esperando a que llegue para pasárselo al Señor —es difícil de demostrar, pero lo dice así, con mayúscula—, y es la hora que no lo he recibido. Y usted se pasó toda la noche huevoneando —perdón otra vez— mientras yo me tronaba los dedos a la espera de su trabajo. Es usted un irresponsable, un bueno para nada. En la oficina platicamos…
—Discúlpeme, señor licenciado Reyes, pero el documento se lo mandé a su correo ayer a las 8 de la noche —contesta Godínez, con un leve temblor en la voz que delata su miedo a tener la razón.
—¿Cómo? Si revisé mi correo apenas ahorita y no lo encuentro… A ver… ¡Ah! Sí. Aquí está. Es que no pensé que lo fuera a mandar tan pronto. Cuando me envíe cualquier cosa, avíseme para que sepa. Bueno, nos vemos.
Y como burlona despedida le espeta:
— ya le eché a perder el desayuno.
Ésa es una situación que se presenta en todos lados y a todas horas del día y de la noche, sobre todo en las más inconvenientes. Sé de un funcionario que terminó por irse a dormir en la recámara de junto, porque su esposa tampoco podía descansar de tantas llamadas que recibía de un jefe exigente e insoportable.
Por todo eso, es verdaderamente un hito en la historia de la legislación veracruzana que una diputada haya propuesto que se legisle a favor, oiga usted, del “derecho de los trabajadores a la desconexión digital”, es decir, que los servidores públicos puedan apagar su celular cuando salen de la oficina y que no lo prendan o contesten hasta que le llegue el horario de trabajo.
Hay que reconocerle a la diputada Maribel Ramírez Topete que haya tenido la valentía de proponer esta medida que atenta contra el poder que ejercen quienes se sienten poderosos por cualquier circunstancia.
Es una ley, por fin, enderezada contra los que, por no saber mandar, gritan, regañan, y son totalmente injustos con quienes les hacen el trabajo. El tema en verdad que es interesante, permítanme que mañana siga con él.
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