La disputa por el Estado .

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/ Por Inocencio Yáñez Vicencio. /

Si la esencia de las cosas apareciera a primera vista, no habría ciencia. La búsqueda de respuesta a los interrogantes del hombre origina la Filosofía, de donde se desgajan las otras ciencias. La Filosofía es la madre de todas las parcelas del saber. El conocimiento va del concreto al abstracto, del intuitivo al cientifico, pasando por el revelado. De lo particular a lo general, está el conocimiento sistematizado. El conocimiento científico tiene gradación, unos saben poco, otros muchos. El problema es que hay desde quienes se interrogan y quienes no. Esto ha dado origen a que halla los que por curiosidad o necedidad acumulan saber y los que no. Al trabajo manual y al trabajo intelectual. La teoría de la praxis no acepta separación entre teoría y práctica. No todos ven el quehacer intelectual provechoso.

Es famosa la recriminación que Napoleón le hace a sus ideólogos por querer resolver todo desde su cubículo, no obstante la tarea de consolidación de la Revolución francesa, muy difícilmente la hubiera realizado sin la reaparición de Sieyés y de Constan. Raymon Aaron, habló del Opio de los Intelectuales, Gramsci de los intelectuales orgánicos, en el sentido de que cada clase social cuenta con sus intelectuales, pero también advirtió que la hegemonía de las clases dominantes se vence construyendo la hegemonía de las clases subalternas.
Lo cierto es que no obstante que el conocimiento es un producto social, no se distribuye socialmente.

En principio los que no fueron acicateados para penetrar en el saber se quedaron en tinieblas. El saber surgio a contracorriente, desafiendo, supercherías, magias, mitos, leyendas, revelaciones, idolatrías, supersticiones… Todo saber que iba contra las creencias que tenía la venia de los patriarcas, sacerdotes, dinastías o sacramentos, era reprimida con la más despiadada violencia y repugnantes torturas. La trayectoria que va del conocimiento institucionalizado al institucionslizado está plagada de flagelos y sacrificios.

La misma educación formal no escapa a experiencias y siglos de inquisición. La Sorbona condenó a la ilustración. Las universidades fueron creadas para sistematizar la escolástica en los siglos XI y XII. Reproducían el pensamiento medieval en que estaban insertas. Pasar del tutor a la enseñanza de aula es una ruta larga. Sabemos que Platón ya enseñaba en la Academias, pero son célebres las tutorías. Aristóteles fue maestro de Alejandro Magno. Durante toda la Edad Media, predomina la tutoría. El saber era elitista. Únicamente lo recibían los hijos de los nobles y los recintos monásticos. Por eso es digno de admirarse la rebelión de algunos laicos y clérigos.

La ideología que dominaba en el Medioevo era la teológica y su monopolio lo tenía la Iglesia Católica. El mismo poder se justificaba por venir de Dios, según la doctrina paulina y no se podía cuestionar. Recordemos que en lo que hoy es México, la blasfemia era un delito civil.

El origen de que hasta nuestros días imperen los mitos, las supersticiones, las idolatrías, idolatrías que en principio el clero condenaba, pero que cuando vio que le servía para reforzar su creeo, las hizo suyas, reside en el carácter elitista de la educación, es decir, que sólo llegó a unos cuantos y que convenía para que las masas aceptaran su expoliación como designio divino, contra el cual es no únicamente inútil luchar sino pecada no conformarse con lo que la vida nos da.

En un principio el hombre se interrogó sobre el cosmos, la naturaleza, el hombre mismo, la vida. Esa inquietud lo lleva a preguntarse sobre su organización, sobre su mando, sobre las leyes, sobre la moral, sobre el gobierno y sus formas, la Polis, la libertad, la igualdad, la fuerza, la razón…

Una cosa es la política como acción y otra el estudio de esa acción. Interrogarse sobre la practica política obliga a distinguir la política como acción concertada dirigida a un propósito común, de cuyo debate, deliberación, discusión, consenso y decisión, surge el poder y la política concebida como lucha por un poder que, como bien lo define Max Weber, está presente ahí donde se logra que otros hagan lo que queremos y en caso de resistencia, la podamos superar con el uso de la fuerza legítima.
A lo largo de la historia esas relaciones de mando y obediencia han tomado muchas formas.

Si partimos de que el poder político no es otra cosa que el poder institucionalizado en el Estado considerado como aparato, tenemos que hay un Estado general, ahistórico y un Estado histórico, que surge con la desintegración del feudalismo en los siglos XVI y XVIII.
El tránsito a lo que propiamente los teóricos llaman Estado moderno ( H. Heller), no se da mecánicamente. La lucha es cruenta en cada época y en cada lugar. En una retrospección tenemos que al caer el Imperio Romano de Occidente, los jefes de los ejércitos y procónsules o gobernadores de provincias conquistadas levantaron señorios que junto a la ley divina, limitaban a su rey. En Inglaterra esos señores terminarán por arrebatarle al monarca tantos poderes que lo dejaron vacío, que reina pero no gobierna. La asambla de los señores consigue la soberanía. En Francia se invierten los papeles. Aquí el rey termina por no convocar a los estamentos y cuando los llama para que le autoricen nuevos tributos, se proclaman Asamblea Nacional y luego Constituyente, que acaba con el régimen del absolutismo feudal y crea las nuevas instituciones burguesas.

Nadie como Francia gráfica la creación del Estado absoluto y su tránsito al Estado moderno. Los señores, las corporaciones, los gremios, las universidades, las iglesias, hacían funciones estatales. Tenían sus propias prerrogativas, sus tribunales, sus monedas, sus lenguas, privilegios, sus jueces, sus escudos. Tengamos en mente que la Iglesia Católica, habiendo inventado una donación de Constantino se apropió hasta de la indumentaria y símbolos del Imperio Romano. Desde su reconocimiento lo usó para perseguir a los otros cultos y a su misma disidencia y , desde luego para amasar la más grande riqueza que institución similar haya acumulado sobre la tierra, olvidando las prédicas de Jesucristo de que su reino no era de este mundo.

En política ni se gana ni se pierde para siempre. Tan es así que los cuerpos intermedios que fueron derrotados para dar paso del poder policèntrico al monopoder, es decir, de un sólo centro, ni fue total ni fue definitiva. La iglesia Católica nunca ha renunciado a ejercer funciones de Estado. A través de sus escuelas, universidades, canales, revistas, periódicos, homilías, establece una ininterrumpida campaña de desprestigio contra la política y el poder mismo, con el objeto de minarlo y someterlo a sus propósitos de dominación ideológica y política.

Lo que en estos días vemos en México, no es cualquier cosa. Los grupos oligárquicos y confesionales han aprovechado las nefastas acciones del gobierno de Amlo, para reavivar una campañas contra la izquierda y ver comunismo, donde no lo hay, aunque saben que hay cosas peores, como son los libros de texto, por eso están empeñados, con Claudio X González, en que sea precisamente Xochitl Gálvez, quien sea postulada por el FAM, sin importarles que su preparación y su folklor, nos lleven a un desastre peor que el de Amlo.
Ya hicieron que su apéndice, el PRD, se pronunciara a su favor, sin importarle que no es una elección corporativa. Markos Cortés, ya reclama su candidatura, con un espíritu sectario que va contra el espíritu frentista.

No conforme la ultraderecha panista con haber echado a andar toda su maquinaría mediática a favor de Xochitl, ahora mandan a todos los columnistas morralleros a descalificar a Beatriz, sin más base que ha perdido varías elecciones, cuando eso puede ser motivo de orgullo, claro , pars un demócrata, no para un testaferro de pacotilla.

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