La economía del segundo piso: de la estabilidad al desarrollo

*Astrolabio Político

/Por: Luis Ramírez Baqueiro /

 “Es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas”. – Mariano José de Larra..

Toda transformación política enfrenta un punto de inflexión: el instante en que debe demostrar que no solo puede corregir el pasado, sino, sobre todo, construir futuro. Veracruz parece estar llegando a ese umbral. Tras un primer año centrado en ordenar las finanzas públicas y restablecer la disciplina presupuestaria, emerge la pregunta que inevitablemente marcará el rumbo de los próximos meses: ¿qué sigue?

Porque el saneamiento financiero, por sí mismo, no es un logro final, sino un punto de partida. Reducir deuda permitió liberar recursos, recuperar margen de maniobra y reconstruir la credibilidad del Estado como agente económico. Sin embargo, la verdadera prueba es convertir esa estabilidad en crecimiento regional, productividad y bienestar sostenido. Es decir, transformar equilibrio contable en desarrollo palpable.

El llamado “segundo piso” de la Cuarta Transformación —noción que se ha vuelto consigna en el discurso político nacional— solo tendrá sentido si se traduce en inversión estratégica. Y Veracruz, por su posición geoeconómica, tiene una ventana de oportunidad irrepetible: puertos de escala internacional, infraestructura energética, un corredor industrial en expansión, un mercado interno robusto y una población demográficamente activa. Durante años, lo que sobró fue potencial; lo que faltó fue capacidad financiera y visión articuladora. Hoy, al menos en teoría, existe.

La experiencia internacional es clara: cuando un gobierno reduce deuda y fortalece sus cuentas, el efecto más relevante no se observa en los balances, sino en el ánimo social y empresarial. Se restablece la confianza. Esa confianza es capital económico: dinamiza inversiones, facilita proyectos de infraestructura, reduce el costo del financiamiento y mejora la percepción de riesgo. En otras palabras, la estabilidad financiera no se presume; se utiliza.

El desafío para Veracruz no será retórico, sino táctico. El Estado debe convertir su estabilidad fiscal en proyectos productivos de largo alcance: parques industriales que atraigan manufactura de alto valor, cadenas logísticas integradas a los nuevos flujos del nearshoring, innovación agroalimentaria que modernice al campo, turismo sostenible con vocación regional, movilidad eficiente y fortalecimiento real de los municipios. El dinero ahorrado empieza a tener sentido cuando construye futuro.

Y aunque es cierto que persisten intentos por desgastar este proceso con campañas digitales que buscan sembrar incertidumbre, se pasa por alto un hecho contundente: la confianza pública tiene retorno económico. Una población que percibe rumbo consume más, invierte más, se arriesga más. Hasta la plaza pública llena funciona como un indicador de certidumbre colectiva.

En este escenario destacan dos figuras clave: la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo y la gobernadora Rocío Nahle García, quienes han demostrado que en cada crisis existe un nicho para la oportunidad. Sheinbaum ha impulsado un modelo de desarrollo basado en disciplina fiscal, infraestructura y bienestar; Nahle ha replicado esa lógica en Veracruz, apostando por la reconstrucción financiera como premisa para la inversión pública y privada. Ambas parecen entender que el verdadero motor del segundo piso no es el discurso ideológico, sino la capacidad de convertir estabilidad en progreso material.

Si el primer año sirvió para limpiar los cimientos, el segundo tendrá que comprobar algo más ambicioso: que Veracruz no solo dejó atrás el lastre de la deuda, sino que está listo para construir un porvenir productivo propio. Allí se jugará no la popularidad del gobierno, sino la posibilidad real de que la entidad se convierta, por primera vez en décadas, en una economía con proyecto, identidad y futuro.

Ese es el desafío. Y también, quizá, la oportunidad histórica.

 

Al tiempo.

 

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