La escalada de la violencia.

*

Por Marisol Escárcega

Si callamos, nos matan; si hablamos, nos matan, entonces, ¿por qué callar?

Ningún hombre llegará a la vida de una mujer presentándose como: “Hola, qué tal, soy Pedro y quiero tener sexo contigo”, como tampoco llegará y dirá: “Hola, soy Pedro, soy celoso, golpeador y potencial feminicida”. Si esto pasara, ninguna le haría caso. Inmediatamente lo descartaría como cita.

La cuestión es ésa. La violencia en la pareja no es repentina, es un proceso y como tal va escalando. Siempre. Como dije, un golpeador no llega y nos sujeta del brazo o del cabello o nos da una bofetada. Sucede sin que “nos demos cuenta”.

Por lo general comienzan con acciones tan sutiles como señalar algo que no les gusta en su pareja: su forma de vestir, de maquillarse, de expresarse, y lo disfrazan como “estar interesados” en su bienestar.

El siguiente escalón, cuando la relación ya está afianzada, hacen comentarios desagradables u ofensivos, puede ser que digan que sus parejas están muy flacas o muy gordas, que ese corte de pelo o tinte no se les ve bien, que esa falda es demasiado corta, etcétera. Hacer tambalear el autoestima es fundamental, porque al lograrlo, nos tendrán sometidas, con miedo.

Acciones, como que nos celen, que nos revisen el celular, mensajes, nuestras conversaciones o llamadas, las vemos (y ellos las enmascaran) como un acto de amor o interés, pero como ya hemos visto en este espacio no es así. Por el contrario, son síntomas de alarma, de manipulación y de evidente peligro. Recuerden: la violencia siempre va en ascenso, nunca al revés.

El siguiente escalón son los gritos, por lo que sea: por la comida, por el dinero, por un desacuerdo familiar, por l@s hij@s, si l@s hay, por la ropa. A ello le pueden seguir amagos de golpes o el clásico: aventar cosas o pegarle a la pared. Estas acciones mermarán más nuestra autoestima y, para entonces, el miedo ya estará más que presente.

Es muy común que en esta etapa nos sintamos culpables por lo que pasa, asumimos que su actitud es nuestra responsabilidad, que nosotras ocasionamos esa conducta, por lo que nos esmeraremos para que no vuelva a pasar, en otras palabras, justificaremos su violencia.

El primer golpe puede llegar con una cachetada, un jalón del pelo, nos sujetarán con fuerza de los brazos y aventarán al piso. Es casi seguro que no nos defendamos porque, aunque en el fondo temíamos que pasara algo así, el primer golpe siempre desconcierta, no esperamos que la persona que, supuestamente nos ama, nos lastime.

Después de ese primer golpe, él se va a “arrepentir”. Siempre lo hacen. Ofrecerá disculpas, llevará flores, algún regalo, se hincará y hasta llorará y jurará que no volverá a pasar, y es casi seguro que lo perdonemos. Estaremos en lo que se conoce como “luna de miel”.

Nosotras creeremos que no se repetirá y, quizá, ellos también, pero no es así, volverá a suceder. Las agresiones se incrementarán.

La violencia en la pareja es como el moho en la pared, va subiendo poco a poco hasta que invade todo. Se convierte en un ciclo: hay calma, luego tensión, golpes, arrepentimiento y perdón, y se vuelve a repetir.

Si has llegado hasta aquí y conoces a una mujer que esté en una situación similar, te sugiero no juzgarla ni presionarla para que tome una decisión, en cambio sí puedes decirle que, cuando esté lista, tú estarás para ella.

Y si tú estás en una situación así, quiero decirte que no es tu culpa. No eres responsable de la violencia que ejerce tu pareja y, aunque lo dudes, no estás sola.