Por Florencia Illbele
Nacida y criada en la Aldea Rancho Viejo, en Guatemala, esta mujer de 50 años da testimonio de cómo se abrió paso en el rubro del café y los desafíos de estar a la cabeza de una Cooperativa. “Cuando me nombraron Presidenta muchos hombres se preguntaban: ‘Esta señora, ¿no tiene nada qué hacer en su casa?’”
SemMéxico. Guatemala, 21 diciembre 2020. AmecoPress/Infobae.- El 19 de febrero de 2020, Elvia María Monzón del Valle cumplió 50 años y recibió un regalo muy especial: una tostadora de café para la Cooperativa Integral de Pequeños Productores de la Aldea Rancho Viejo, organización que dirige en San Antonio Huista (Guatemala).
“Miraba aquello tan bonito y no sabía cómo lo íbamos a manejar”, cuenta. En medio de la Pandemia por el COVID-19 y la cuarentena obligatoria, la capacitación para utilizar la tostadora se demoró. “Aprendimos por nuestra cuenta, observando a los tostadores en la primera visita, y el café nos salió excelente”, agrega la mujer.
Elvia Monzón después de recibir la tostadora de café. «Fue un sueño hecho realidad»
Café con aroma de mujer
De San Antonio Huista, la infancia de Elvia estuvo marcada por el café. “Mi papá contaba con un predio donde tenía una parcela de café y pues, cuando no iba a la escuela, me llevaba a cortar café con él. Yo tenía como siete años, me montaba en un caballo y lo acompañaba”, recuerda.
Sin saberlo, aquellas jornadas cortando y despulpando café junto a su padre marcarían su vida para siempre. “Cuando cumplí quince me cedió un terreno para que yo misma hiciera mi semillero”, cuenta Elvia que, para esa altura, había dejado la escuela y se dedicaba de lleno a la caficultura.
Dos años después, con diecisiete, Monzón se había vuelto experta en levantar bolsas de café. “Se dice que solo lo hacen los hombres, pero hay muchas mujeres que realizan ese trabajo. Incluso, en lo que es la cosecha del café en los patios, las mujeres son las que más desempeñan esa labor. Yo lo viví y por eso puedo dar testimonio”, apunta en comunicación con este medio.
La infancia de Elvia estuvo marcada por el café. “Mi papá contaba con un predio donde tenía una parcela de café y pues, cuando no iba a la escuela, me llevaba a cortar café con él”, recuerda
Elvia habla del café con pasión. Describe el proceso para cultivarlo y se jacta de conocer el paso a paso. “Puedo decir cuándo hay que lavarlo, en qué momento sacarlo al patio para secarlo y, a partir de ahí, reconozco el punto justo para echarlo en costales (N. de la R.: sacos de yute utilizados para almacenar y transportar los granos de café)”.
Acerca de ese procedimiento, la guatemalteca dice que lo más duro son “las secadas” porque hay que asolearse. “Uno está bajo el rayo del sol”, dice. Hace una pausa y agrega: “A pesar del sacrificio, a mí todo ese trabajo siempre me ha gustado. Había cosas que sólo las había soñado, pero a la larga se están haciendo realidad”.
¿Qué cosas?
Siempre soñé con dejar tostar mi café en un comal (N. de la R.: utensilio de cocina tradicional usado como plancha para cocción) para no tener que quemarme las manos y llorar por el humo. Sabía que en la capital había unas tostadoras y soñaba con la idea de tener una en nuestra comunidad. Ahora es una realidad. Para la cooperativa de mi comunidad no hay un logro más grande que ese.
Actualmente, Elvia es la Presidenta de la Cooperativa Integral de Pequeños Productores de la Aldea Rancho Viejo en San Antonio Huista (Guatemala)
De generación en generación
A los 20 años Elvia se casó y fue mamá. Pero en el año 2001, su marido emigró a Estados Unidos y la dejó sola con sus hijos que, en ese momento, tenían 12, 10, 5, y 3 años.
“Tuve que mudarme a un pueblo vecino, donde estuve vendiendo comida y alquilando una vivienda para que mis hijos pudieran ir a la escuela. Como yo no tuve la oportunidad de terminar el secundario, luché para darles esa posibilidad”, asegura Elvia cuyos hijos mayores, además de dedicarse a la caficultura, tienen un título universitario.
Con los años, la guatemalteca (que hasta ese momento vendía su café en la calle) sintió la necesidad de empezar a capacitarse para mejorar la producción del café. Fue su afán de progresar el que la acercó a la Asociación Integral de Caficultores Rancho Viejo (AIDEC), donde llegó en 2013 para abrirse paso: en un grupo de quince hombres era la única mujer.
En 2013, cuando llegó a la Asociación Integral de Caficultores Rancho Viejo (AIDEC), Elvia era la única mujer en un grupo de quince hombres
“No fue fácil para mí pues los hombres preguntaban para qué me capacitaba, si yo sola no podía hacer el trabajo, pero yo siempre me defendía, diciendo que podía compartir los conocimientos con otras personas”, explica Elvia que, para no sentirse tan sola, empezó a convocar a otras mujeres con la idea de crear una cooperativa.
En 2015, pasó a dirigir AIDEC y logró incorporar diez mujeres.
Mientras tanto, tuvo que hacerle frente a las críticas y al machismo, muy instalado en la sociedad guatemalteca. “Acá estamos acostumbrados a que la mujer es solo la que cocina, la que lava, la que atiende al esposo y la que tiene que hacer todo en la casa. No tiene otros derechos más que esos. Eso es lo que tiene que hacer además de cuidar a los hijos”, sostiene Elvia.
Para 2017, la organización se convirtió en Cooperativa y Elvia en su Presidenta. “Acepté el cargo. Aunque muchos se preguntaban: ‘Esta señora, ¿no tiene nada qué hacer en su casa?’. Pero yo quería seguir aprendiendo, quería ganar experiencias. No me importó lo que decían de mí”.
Elvia se abrió paso en la Cooperativa y le hizo frente al machismo. «Cuando me nombraron Presidenta muchos hombre se preguntaban: ‘Esta señora, ¿no tiene nada qué hacer en su casa?’. Acá estamos acostumbrados a que la mujer es la que cocina, la que lava y atiende al esposo”
Por el empoderamiento
De acuerdo con un estudio realizado por la Universidad de Oxford, liderado por la científica social italiana Valentina Rotondi en conjunto con el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), las mujeres rurales -como Elvia- tienen que lidiar con la desigualdad.
“Además del acceso reducido a teléfonos celulares y a Internet están las barreras frente a la capacitación, el empleo formal y la propiedad de la tierra. La conectividad digital a través de teléfonos móviles es fundamental para que ellas puedan empoderarse mediante el acceso a los mercados, la información y los servicios financieros, especialmente en el contexto de la Pandemia por el COVID-19”, sostiene Manuel Otero, Director General del IICA, entidad que realiza aportes sustanciales -a través de la cooperación técnica- para el diseño y la implementación de políticas públicas efectivas y útiles para el empoderamiento de las mujeres que viven y trabajan en los territorios rurales.
Si de tecnología se trata, Elvia dice que “se defiende”. Su primer smartphone se lo compró el año pasado. Antes, cuenta, tenía uno chiquito con “teclitas” que solo le permitía recibir llamadas. “Aquí es un poco complicado porque por ser área rural, pues se dificulta la señal de Internet: a veces se va, a veces viene, y así. No todas las mujeres contamos con un teléfono inteligente, pero gracias a la enseñanza que se nos da, al acompañamiento de los técnicos, de a poco voy aprendiendo”, dice.
En medio del cafetal
Según Elvia, durante su gestión como Presidenta la Cooperativa cosechó muchos logros. El primer año -asegura- comercializaron 1300 quintales. Entre 2018 y 2019 la producción aumentó y gracias a ello lograron sumar fondos.
Actualmente la organización tiene 56 miembros de los cuales 15 son mujeres. “La Pandemia nos afectó un poco, pero esperamos que el año que viene sea mejor”, dice.
“Me siento muy contenta por el trabajo que se está haciendo. Ahora, hasta los hombres me lo reconocen. A me gusta pensar que, más allá de mi gestión, también es gracias al apoyo que recibimos de distintas organizaciones”, se despide Elvia.